Sacando la vuelta por ahí, me encontré con un artículo súper interesante. Se trata de como se vivía de forma alocada la fama y fortuna en los años 80. Los protagonistas son nada más ni menos que Mötley Crüe, pero en su camino se encuentran con alguien que sí sabía como patear traseros, la leyenda del metal Ozzy Osbourne.
"PENSÁBAMOS QUE ÉRAMOS LAS CRIATURAS MÁS MALAS EN LA GRAN TIERRA DE DIOS. Nadie podía hacerlo tan difícil como nosotros, ni tanto como nosotros, y salirse con la suya como nosotros. No había competencia. Cuanto más jodidos estábamos, más grandes pensaba la gente que éramos y más nos suplicaban que debíamos jodernos. Las radios nos traían groupies; los mánagers nos daban drogas. Cada persona que conocíamos se encargaba de que estuvieramos constantemente jodidos. No nos importaba una mierda sacar nuestras pollas y orinar sobre la mesa de la sala de radio durante una entrevista, o follarnos a la locutora en directo si estaba medianamente decente. Creíamos que habíamos elevado el comportamiento animal a una forma de arte. Pero entonces conocimos a Ozzy.
No nos pareció muy excitante cuando Elektra Records nos dijo que nos habían conseguido ser teloneros del tour Bark at the Moon de Ozzy Osbourne. Habíamos tocado unas pocas fechas con Kiss después de Too Fast for Love, y no sólo eran increíblemente aburridos, sino que Gene Simmons nos había echado del tour por mal comportamiento. (Imaginad mi sorpresa 17 años después cuando cuando el as-hombre-de-negocios Gene Simmons me llamó cuando escribía este capítulo, preguntándome no sólo por los derechos del film The Dirt sino por la exclusiva de los derechos cinematográficos de toda la historia de Mötley Crüe hasta la eternidad).
Empezamos a prepararnos para el tour con Ozzy en el Long View Farm en Massachussets, donde los Rolling Stones habían ensayado. Vivíamos en desvanes y les rogué que me dejaran estar en el que Keith Richards había dormido, el cual estaba en el granero. Nuestros conductores de la limousina nos traían tantas drogas y sedantes de la ciudad, que prácticamente no podíamos mantener nuestros ojos abiertos durante los ensayos. Tommy y yo pusimos un cubo en medio de nosotros, y así teníamos algo donde dejarnos caer. Una tarde, nuestro manager y la compañía discográfica vinieron a ver nuestro progreso, o retraso, y a mí me pillaron doblado.
Mick, nuestro implacable supervisor y controlador de calidad, se alzó hasta el microfono y anunció a la sorprendida masa de hombres de negocios y dispensadores de cheques, cuotas y avances: "Quizá podríamos tocar esa canción para vosotros, si Nikki no se hubiera pasado metiéndose toda la noche heroína". Me cabreé tanto que tiré mi bajo al suelo, caminé hacia el micrófono, y partí el pié de micro en dos. Mick, por entonces, ya estaba en la puerta, pero lo perseguí colina abajo, los dos calzados con plataformas, como dos putones en una pelea callejera.
El tour comenzó en Portland, Maine, y cuando estábamos entrando en el estadio, nos topamos con Ozzy haciendo su prueba de sonido. Llevaba una pesada chaqueta hecha de piel de zorro y estaba adornado con kilos de oro en joyas. Permanecía en el escenario con Jake E. Lee a la guitarra, Rudy Sarzo al bajo, y Carmine Appice a la batería. Este no iba a ser otro tour con Kiss. Ozzy era una temblorosa, tirante masa de nervios y estaba loco, incomprensiblemente enérgico, y nos contó que cuando estaba en Black Sabbath tomó ácido cada día durante un año, sólo para ver qué pasaba. No había nada que Ozzy no hubiera hecho y, como resultado, no había nada que Ozzy pudiera recordar haber hecho.
Fuimos a muerte con él desde el primer día. Él nos tomó bajo su ala y nos hizo sentirnos confortables tocando para veinte mil personas cada noche, y nuestro ego creció como ningún otro que hubieramos tenido con anterioridad. Después del primer show, tuve un sentimiento parecido al que ya sentí cuando llenamos nuestra primera noche tocando en el Whisky. Sólo que esto era más grande, mucho mejor, y mucho más cercano a la victoria definitiva, fuera lo que fuera y estuviera donde estuviera eso. El pequeño sueño que habíamos tenido todos juntos cuando vivíamos en la Mötley House estaba a un paso de ser una realidad. Nuestros días matando cucarachas y buscando comida habían pasado. Si la actuación en el US Festival fue un pequeño indicio de lo que podíamos llegar a ser, el tour con Ozzy fue el momento que puso a toda la banda al rojo vivo. Sin esto, hubieramos sido probablemente como otras bandas de L.A. estilo London, estrellas incipientes que nunca acaban de despegar.
Ozzy no pasó casi ninguna noche en su bus: estaba siempre en el nuestro. Aparecía por la puerta con una bolsa de coca, cantando "Soy el hombre del polvo, trayendo todo el polvo que puedo, que puedo", y nosotros esnifábamos el polvo durante toda la noche, hasta que el bus se paraba en la próxima ciudad en que tocábamos.
En una ocasión, esa ciudad resultó ser Lakeland, Florida. Salimos del bus bajo el calor de la mañana, y nos fuimos directos al bar, el cual estaba separado de la piscina por una ventana de cristal. Ozzy se quitó los pantalones y metió un billete de un dolar en el agujero de su culo, entonces entró en el bar, y ofreció el billete a cada pareja de su interior. Cuando una mujer mayor comenzó a maldecirlo, Ozzy cogió su bolso y comenzó a correr. Volvió a la piscina sin vestimentas excepto con un minúsculo vestidito que había encontrado en el bolso de la anciana. Nos descojonábamos, sin estar muy seguros si sus travesuras eran fruto de un perverso sentido del humor o de un severo caso de esquizofrenia. De cada vez más, tiendo a pensar lo último.
Allí estábamos todos, con camisetas y pantalones de cuero, Ozzy con su vestido, cuando de repente me dió un codazo. "Hey, colega, tengo un antojo".
"Colega", dije, "nos hemos quedado sin coca. Quizá puedo enviar al conductor del bus a por más".
"Dame el cilindro", dijo, sin inmutarse.
"Pero, colega, no hay polvo".
"Dame el cilindro. Tengo un antojo".
Le pasé el cilindro, y se fue hacia una grieta en la acera, agachándose sobre ella. Vi una larga columna de hormigas, marchando hacia una pequeña trinchera de arena construida justo donde el pavimento se topa con la porquería. Y mienrtas pensaba, "No, no lo hará", lo hizo. Puso el cilindro en su nariz y, con su desnudo blanco culo saliendo de debajo del vestido como una tajada de melón, tragó la columna entera de hormigas usando su nariz con una sóla y monstruosa aspiración.
Se levantó, echó hacia atrás su cabeza, y terminó con una poderosa esnifada derecha que probablemente envió a una o dos hormigas descarriadas hacia el fondo de su garganta. Entonces se levantó el vestido, se sacó la polla y comenzó a mear en el pavimento. Sin ni siquiera mirar a la creciente audiencia (todo el mundo del tour lo estaba mirando, mientras la vieja señora y las familias en la piscina pretendían simular que no), se agachó, y metiendo el empapando vestido en el charco, lo lamió. No sólo lo rozó con su lengua, sino que dio una docena de largos, persistentes y sonoros lametones, como un gato. Entonces se levantó, ojos llameantes y boca húmeda de orina, me miró y dijo "!Haz lo mismo, Sixx¡".
Tragué saliva y comencé a sudar. Pero este era un reto que no podía rechazar. Después de todo, el había hecho mucho por Mötley Crüe. Y, si queríamos mantener nuestra reputación como la banda más cretina del rock, no podía echarme atrás, no con todo el mundo mirando. Me desabroché los pantalones, saqué mi polla delante de todo el mundo en el bar y en la piscina. "Me importa una mierda", pensé para darme coraje mientras creaba mi charco. "Chuparé mi meado, que más da, viene de mi cuerpo de todas formas."
Pero cuando me agaché para terminar lo que había comenzado, Ozzy apareció y me apartó. Allí estaba él, a cuatro patas delante mio, lamiendo mi meado. Levanté mis manos: "Tú ganas", dije. Y lo hizo: a partir de ese momento siempre sabríamos que, estuvieramos donde estuvieramos, fuera lo que fuera lo que hicieramos, habría siempre alguien más enfermo y desagradable que todos nosotros.