Cuando se habla de Metal Extremo, ya sea Thrash-Metal, Death-Metal, Black-Metal, etc., es imposible no pensar en Slayer. Es cierto, tanto Slayer como Venom, Kreator, Bathory y (¿por qué no?) Metallica cimentaron las bases de aquellos derivados del Heavy Metal que buscaban ir más allá de los convencionalismos establecidos hasta mediados de los '80, cuando el mundo apenas se reponía de la explosión generada en las islas británicas de la mano de la New Wave Of British Heavy Metal. Pero, más allá de la época y las tendencias reinantes, pocas bandas fueron capaces de generar un impacto con una magnitud similar al ataque nuclear sobre Hiroshima, con una letalidad comparable solo con el ataque japonés sobre Pearl Harbour. Ambos acontecimientos se dieron en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, aquel conflicto bélico que constituyó el mayor derramamiento de sangre durante el siglo pasado. Y precisamente, el tercer trabajo en estudio de Slayer graficaría aquel derramamiento de sangre mediante una 'banda sonora' perfecta, donde la muerte, el dolor y la perversidad humana nunca tuvieron una mejor definición.
Hasta 1986, la
banda originaria de Los Angeles, California, contaba en su catálogo con dos
trabajos en estudio: el demoníaco y brutal debut "Show No Mercy"
(1983) y "Hell Awaits" (1985), el cual sigue en la línea de su
antecesor aunque un poco más técnico. Entre esos dos trabajos se incluye el EP
"Haunting The Chapel" (1984), para muchos el álbum con el que el
cuarteto empezaba a definir su sonido, perfecta antesala para lo que se vendría
un par de años después. Aquellos trabajos fueron producidos por Brian Slagel,
dueño del sello Metal Blade Records y responsable de aquella compilación
llamada "Metal Massacre", la misma que dio a conocer a aquellas
bandas que, hasta entonces, formaban parte del circuito underground
norteamericano (Slayer aparecería en el vol.3 con 'Aggressive Perfector').
El éxito y la
reacción positiva de los fans hacia "Hell Awaits" era el aliciente
perfecto para una banda que estaba lista para hacer algo grande, tal como lo
veía el mismo Brian Slagel. Slayer, con contrato vigente con Metal Blade,
decide negociar con diversos sellos, entre los que surge la posibilidad de
fichar con Def Jam, perteneciente a Frederick Jay Rubin, un productor que, por
entonces, se hace un nombre como reputado productor de Hip-Hop. Sin embargo,
aquel punto se convierte en un reparo para fichar con el mencionado sello, no
solo para la banda, sino también para Slagel, quien teme por la integridad
mediática y estilística de sus protegidos. Es entonces cuando el baterista Dave
Lombardo se contacta con Rubin para hacerle ver el interés por su oferta. Sin
embargo, para Tom Araya, Kerry King y Jeff Hanneman, la propuesta del productor
y dueño de Def Jam parece riesgosa, por lo que prefieren respetar el contrato
aún vigente con Metal Blade.
Los contactos de
Lombardo consiguen su primer objetivo: fijar la atención de Rick Rubin en
Slayer. El productor, junto con el fotografo Glen E. Firedman (quien produjo el
debut homónimo de Suicidal Tendencies), deciden acudir a algunos conciertos
locales que ofrece la banda, haciendo notar el interés por trabajar en
conjunto, lo que sorprende al mismo Jeff Hanneman, quien está maravillado con
el trabajo de Rubin con grupos como Run DMC. Poco después, en plena gira
europea, Slayer se encuentra directamente con Rubin, quien deja ver claramente
el entusiasmo por trabajar con una banda que ya estaba lista para dar el
siguiente paso.
Grabado entre Junio y Julio de 1986,
"Reign In Blood" marcó la primera experiencia de Rick Rubin con el
Heavy Metal, lo que implicaría a la vez, en un cambio drástico respecto a los
trabajos anteriores. En especial el sonido, factor que, más allá de las
estructuras y las temáticas -enfocadas especialmente en el satanismo-,
mantenían a la banda relegada a un plano secundario respecto a lo que acontecía
con sus compañeros de generación, entre ellos, Metallica. Así es como la banda
se despacha un álbum cuyo impacto se hace sentir cual explosión atómica: diez
cortes repletos de rabia canalizada, simples y directos como una bala a la
cabeza. Cuando Metallica daba cátedra acerca de cómo evolucionar en cuanto a
complejidad y ejecución instrumental, Slayer lo llevó a la dirección opuesta. A
diferencia de los primeros trabajos, la furia maníaca del cuarteto no da tregua
a nada y es Rick Rubin el gran responsable de graficar aquello poniéndolo todo
adelante, al centro y de manera despejada.
Ritmos tan rápidos como explosivos, una
metralla de riffs demoledores que no da oportunidad para dejar sobrevivientes.
Composiciones que desafían todo tipo de dogmas y leyes musicales, suficiente
como para provocar el desagrado de quienes no asimilan el que exista una banda
capaz de barrer con todo eso y más. Y volvemos a mencionar el trabajo de Rubin,
cuya labor como productor fue determinante al momento de graficar
detalladamente el caos destructivo de una banda que buscaba barrer con todo lo
establecido. Todo aquello ejemplificado en el trabajo de las guitarras, con
Hanneman y King haciendo gala de una agresividad que, hasta hoy, sigue sin ser
superada. Algo similar con el trabajo vocal de Tom Araya, quien arremete contra
todo y contra todos, a pesar de que el bajo, en gran parte del álbum, se
mantiene en un muy bajo perfil respecto a los demás instrumentos. Pero, más
allá de aquel detalle, lo que Araya como vocalista es un ejemplo perfecto de
furia y agresividad disparada contra todo aquello que signifique poder, ya sea
religión, políticos/gobierno, ideología, etc. La batería de Lombardo, una clase
magistral del dominio de técnicas como el doble-pedal, fundamental tanto en el
sonido de Slayer como también una influencia obligatoria dentro del Metal
Extremo gracias a aquella combinación contundente entre intensidad , velocidad
y técnica.
Todos aquellos
elementos mencionados anteriormente los podemos encontrar desde el inicio con
el himno 'Angel Of Death', cuyo comienzo marcaría un antes y un después dentro
del Metal Extremo. Intenso, directo, letal. El holocausto judío y la
experimentación con prisioneros por el Dr. Joseph Mengele, todo aquello narrado
con una crudeza descomunal. Los solos de Hanneman y King, totalmente blasfemos,
una ofensa para cualquiera que se diga discípulo de Malmsteen y Satriani.
Arrasando con todo, ya sea para agrado o desagrado de muchos.
El álbum continua
con 'Piece By Piece', cuyo riff repetitivo y amenazante da paso a una sección rítmica
más acelerada, manteniendo la intensidad asesina de una banda que no está
dispuesto a conceder nada. Algo similar encontramos en 'Necrophobic', el corte
más corto del álbum ( 1:41 minutos) pero, a la vez, tan letal como una puñalada
en la yugular. Un elemento a destacar en "Reign In Blood", aplicándose
la formula "menos es más": canciones de corta duración, pero cuyo
nivel de salvajismo no te da respiro. Y ese salvajismo se hace notar más aun en
los solos a cargo de Hanneman y King. Una dupla que parece haber pulido su
técnica en el mismísimo averno.
'Altar Of
Sacrifice' es un claro ejemplo del nivel de peligrosidad que caracterizaba a
Slayer durante aquellos años. Amenazante, venenosa, nos recuerda a los primeros
trabajos del cuarteto, sobretodo por su contenido directamente blasfemo
("ENTER TO THE REALM OF SATAN!!!"). Memorable la sección final,
entrelazada con el inicio de 'Jesus Saves' y su comienzo lento y amenazante. Un
inicio complejo pero que da cuenta de quienes son los generadores del caos
reinante en el Universo. Un punto a destacar respecto a las capacidades
técnicas de Slayer es el trabajo de Lombardo, cuya labor es la prueba de que en
la música de Slayer no hay nada al azar.
La cara B comienza
con 'Criminally Insane', cuyo contenido define el gusto de Slayer por los
asesinos en serie. Un comienzo algo lento, con la batería de Lombardo definida
detalladamente, pero que descoloca después de los primeros 30'' con un cambio
de velocidad que te hará sudar sangre. Imposible dejar de mencionar el trabajo
efectuado por la dupla Hanneman-King, como si hubieran hecho un pacto con
Satanás. 'Reborn' mantiene la tónica del álbum, manteniendo la intensidad sin
necesidad de caer en la monotonía. Riffs repetitivos pero que denotan sed de
sangre. Algo similar en 'Epidemic', con un Dave Lombardo impecable al momento
de mantener una métrica fija pero agregando elementos que le da un alto nivel
de complejidad en su ejecución.Y el final de la
placa, por lejos, es de aquellos que dan cuenta de qué tan adelantados estaban
en aquellos años. El inicio de 'Postmortem' es la entrada misma al infierno,
donde la muerte cobra vida. La influencia sabbathica sería decisiva al momento
de generar esas atmósferas siniestras con que Slayer se volvería una influencia
más allá del Thrash. Y cuando se cree que ya todo acabó, que se ha derramado la
cantidad suficiente de sangre, el sonido de la lluvia nos advierte que falta el
golpe final, a cargo de la siniestra y enajenada 'Raining Blood'. Destrucción y
violencia definidas de principio a fin, en cada nota, en cada golpe, en cada verso.
La esencia de Slayer graficada íntegramente. Una tormenta sónica que, hacia el
final, deriva en una orgía de virtuosismo técnico y violencia químicamente
pura.
"Reign In
Blood" fue el álbum que definió el sentido de lo extremo dentro del Metal.
Responsable directo del auge del Death Metal, aquel subgénero que supondría el
siguiente paso en cuanto a complejidad estructural y ejecución. Incluso les
valió el ser etiquetados como nazis, debido a que la letra de 'Angel Of Death'
no condenaba ni defendía lo ocurrido en el Holocausto Judío. El mismo Hanneman
(aficionado a la Historia Militar y estudioso de la Segunda Guerra Mundial)
alguna vez dijo que "no hay nada en las letras que diga que era malo,
porque para mí... bueno, no es ¿obvio? No tendría que decirles eso". La
controversia generada era suficiente para atraer publicidad. La portada, a
cargo de Larry Carroll, también fue objeto de controversia (razones obvias);
Geffen, la compañía distribuidora a cargo, al ver la portada, optó por marginar
el álbum de su agenda de lanzamientos.
Han pasado casi 30
años y "Reign In Blood" sigue definiendo parámetros cuando se trata
de sonar extremo, directo y brutal. Nada sobra ni falta en esta placa que marcaría
un momento crucial en la evolución de un género que, en un principio, parecía
estar relegado a ser sólo un movimiento underground. En lo personal, aún
recuerdo el impacto que me provocó este trabajo en mis años de adolescencia; una
seguidilla de martillazos directos al cráneo, salpicando sangre por doquier.
Una sensación que rebasa todo tipo de etiquetas y contextos. Cuando llueve
sangre sobre nuestras cabezas, el Ángel de la Muerte no distingue género ni
raza alguna. El altar de los sacrificios sigue recibiendo en masa a sus
víctimas en ofrenda hacia los Dioses del Infierno.
Escrito por: Claudio Miranda
0 Comentarios