Estamos a poco más de una semana para que se lleve a cabo la segunda edición del festival RockOut y, siendo sinceros, lo que se vendrá el próximo sábado 3 de septiembre será un momento especial para los seguidores de una agrupación que, hace casi 3 años, repletó a su máxima capacidad del Teatro Caupolicán durante su debut en suelo nacional. Una visita esperada, para ser más precisos, desde mediados de la década de los ’90, cuando, desde una pequeña localidad llamada Umea (norte de Suecia), el Metal tomó tintes de locura y ciencia prácticamente inusuales y nada de convencionales en una escena dominada entonces por agrupaciones de la talla de Pantera, Machine Head y Fear Factory. Cuando el género, pese al dominio de nuevas y rejuvenecedoras tendencias, aún permanecía regida por las tradiciones del pasado cercano, Meshuggah (‘loco’ en idioma hebreo) sacudió el tablero al punto de imponer sus propias reglas.
En mi caso, debo reconocer una cosa que no me da vergüenza admitirlo me costó años poder digerir aquella música que superaba todo lo que mis sentidos podían tolerar en cuanto a innovación, peso y producciones demoledoras. Cuando llegaron a mis manos álbumes de la talla de “Chaosphere” y “Nothing” -ahora un favorito en la colección personal-, a comienzos de la década pasada, era demasiado. Por esos años, si bien ya estaba metido en el Metal Extremo (Slayer, Cannibal Corpse, Death) y en el Progresivo (King Crimson, Dream Theater, Opeth), Meshuggah me mostró un mundo en el cual mi sentido de la razón parecía un impedimento para entender aquella locura programada, donde la organización del Universo estaba centrada en el propio Caos. Una conclusión que resultaría obvia para la comunidad científica (o cuestionada, nada es absoluto), pero que jamás pensaste que aquello se podía aplicar a la música de manera gráfica. O en este caso, al propio Metal.
No sería hasta la publicación del más directo pero igualmente desquiciado “ObZen” (2008) cuando, por recomendación de un amigo de esos años que me habló de ellos como si se trataran de una ‘rareza’, llegué a aquella placa, cuya caratula obedecía a un concepto tan cotidiano, pero, al mismo tiempo, invisible para quienes creen que ‘es solo música’ (el ‘argumento’ de quienes creen que los hijos llegan al mundo ‘por accidente’… Si alguien se sintió aludido, pido disculpas de antemano). Aquella figura bañada en sangre, de acuerdo a la letra del track que titula el álbum, encuentra su bienestar a costa del sufrimiento ajeno, equilibrio espiritual asegurado con el derramamiento de sangre inocente. Con tamaña revelación, mi conversión tan gradual como inmediata al entender lo que ocurría en medio de aquellos compases sin lógica alguna, esas guitarras llameantes en cada riff y el extraordinario y feroz desempeño vocal de Jens Kidman, un cantante que, pese a la odiosa pero necesaria comparación con referentes de la talla de Phil Anselmo y Burton C.Bell, supo imprimir su propio sello, incluso encajando como un instrumento más que aprovechaba el impulso que el guitarrista y compositor principal Fredrik Thordendal le daba en cada riff, al punto de envolverlo todo en un cielo rojizo, como el de la portada de aquel debut lejano pero siempre recordado llamado “Contradictions Collapse” (1991).
Mencioné el concepto detrás de discos como el nombrado “ObZen” y creo que gran parte del secreto del discurso de Meshuggah es mérito de Tomas Haake, cuya llegada a la banda a comienzos de los ’90 surtió un efecto similar al de Neil Peart, el motor rítmico de Rush, y encargado de escribir aquellas letras que harían del power trío canadiense -influencia decisiva en la propuesta artística de los suecos- un referente para quienes sabían que el Rock/Metal podía aspirar a mucho más que el manoseado y desechable cliché ‘sexo, drogas y Rock n’ Roll’. Haake llegó en 1991 en reemplazo del saliente Niclas Lundgren de manera urgente, ad portas de iniciar un eterno pero -en un comienzo- complicado ‘romance’ con la disquera de casi toda una vida, Nuclear Blast, y su técnica, influenciada por referentes como el mismo Neil Peart, Ian Mosley (Marillion) y Terry Bozzio (Frank Zappa, Jeff Beck), contenía toques de Jazz que congeniaron rápidamente con los gustos de Fredrik Thordendal, fan declarado de eminencias como Alex Lifeson, Robert Fripp y Allan Holdsworth. Así mismo, el propio baterista se encargaría de escribir las letras para que Jens Kidman, dueño de un registro vocal que, a sus 50 años, sigue causando estragos en los oídos sensibles, las interpretara y amplificara su sentido de manera destructora, casi advirtiéndonos, sin pelos en la lengua, de lo ‘jodida’ que está la raza humana y el infierno en el que vivimos a diario, además del que nos espera apenas termine esta agonía denominada ‘vida’.
“None” y “Destroy Erase Improve”, para muchos la obra maestra de estos tipos. El más reciente “Koloss” (2012) es la clara prueba de esa vigencia, con cada componente al tope de sus capacidades técnicas y creativas, todos formando, por supuesto, una sola unidad devastadora, la cual desafía de manera soberbia a la lógica. No sería raro pensar que, si el Sr. Spock (el oficial Vulcano del USS Enterprise, de la mítica serie ‘Star Trek’) intentara comprender la música que contienen trabajos como “Koloss” o “Chaosphere”, lo lograría pero con serias dificultades ante semejante nivel de locura sónica.
Junto al triunvirato Kidman-Thordendal-Haake, no podemos pasar por alto el rol fundamental que juegan el guitarrista Mårten Hagström y el bajista Dick Lövgren, componentes fundamentales de una banda que, durante la última década, se ha mantenido vigente a punta de una propuesta musical que, pese a los años, se mantiene tan fresca como desde la aparición de aquellos trabajos fundamentales y soberbios como el EP
Junto al triunvirato Kidman-Thordendal-Haake, no podemos pasar por alto el rol fundamental que juegan el guitarrista Mårten Hagström y el bajista Dick Lövgren, componentes fundamentales de una banda que, durante la última década, se ha mantenido vigente a punta de una propuesta musical que, pese a los años, se mantiene tan fresca como desde la aparición de aquellos trabajos fundamentales y soberbios como el EP
Por cierto, puede que sea subjetivo, pero las cosas como son: la propuesta artística de Meshuggah, en su totalidad es demasiado compleja. Puede que para los fans esté demás mencionarlo, pero para quienes recién se están iniciando, es un deber asumir que lo amarás o lo odiarás. En más de una ocasión me he encontrado con ‘metal-heads’ que, simplemente, no se la pueden. Meshuggah no es una banda propia del gusto masivo como sí lo son Iron Maiden, Metallica, Megadeth, Pantera, etc. Sin embargo, sería bastante grosero hallar la razón de esta dificultad de entendimiento solamente en el uso de las métricas, porque de alguna manera sería como pecar de soberbio, faltarle el respeto al otro y, sobretodo, a uno mismo.
Podríamos dedicarle párrafos enteros al uso de las 8 cuerdas en las guitarras y las afinaciones utilizadas, pero aquello sonaría superficial si no tenemos la capacidad de percibir y entender el mensaje apocalíptico detrás de aquella locura que no deja nada en pie. Lo cierto es que este 3 de Septiembre, en un cartel liderado por superestrellas de la talla de Rammstein –por lejos, el mejor acto en vivo de los últimos 20 años- y The Offspring, Meshuggah volverá a suelo nacional para demostrar su vigencia, ad portas de lanzamiento del próximo LP titulado “The Violent Sleep of Reason”, el cual verá la luz el próximo 7 de Octubre. La primera vez, aquella noche del 12 de noviembre de 2013 en un Caupolicán prácticamente ‘sold-out’, se sintió como un taladro en el cráneo. En solo unos días, puede que la experiencia sea similar, pero siempre con la disposición de olvidarnos, por poco más de una hora, de las formalidades que nos impone la vida diaria. El filósofo holandés Erasmo de Rotterdam lo dijo hace cinco siglos: “La locura es el origen de las hazañas de todos los héroes”. Los héroes máximos del denominado ‘Metal Matemático’ volverán con todo y en el mismo estadio Santa Laura, en solo un par de semanas, les daremos la bienvenida nuevamente.
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