Tres años han transcurrido desde la primera edición de un evento totalmente dedicado a lo nuestro. Desde hace más de dos décadas, el circuito de eventos en vivo a nivel nacional ha tenido que batallar contra todo y contra todos, en sus diversas variantes y en cualquier rincón de la capital -Santiago es Chile, hay que asumirlo- como en el resto del país. No solo la difusión –medios, redes sociales- ha sido decisiva al momento de promocionar y fortalecer la escena, sino también la disposición por parte del mismo público. No solo se trata de un asunto de apoyo, sino también de excavar en lo más profundo de nuestra tierra y descubrir una serie de propuestas que, en palabras de sus organizadores, poco y nada tiene que envidiar a lo que viene de afuera, independiente que sea incluso una estrella consagrada. Por lo mismo es que esta segunda edición de Chile Rock Festival tuvo como objetivo realzar las virtudes de una escena musical que ha tenido que lidiar con el ‘ninguneo’ de los medios masivos -si no fuera por medios de verdad como la Radio Futuro y sus similares, la historia sería otra- y, al mismo tiempo, se debe en gran parte a sus seguidores, una minoría cuya ‘timidez’ suele jugar en contra de manera peligrosa en un medio que históricamente se ha movido a través de la autogestión y la disposición tanto de los músicos como de los fans, el público que hace posible el que esta escena se mantenga a flote contra viento y marea.
Tal
como la versión anterior, las dos jornadas de Chile Rock Fest conformaron una
exposición de consagrados y novedades por igual. Desde las presentaciones más
esperadas hasta una serie de descubrimientos interesantes que a muchos nos dejó
una sensación positiva, pero no por ello haremos vista gorda respecto a ciertos
‘detalles’ en los que estamos al debe.
La primera jornada, apelando a la honestidad, comenzó con el pie
izquierdo. Imprevistos organizativos y técnicos derivaron en un comienzo
accidentado, perjudicando seriamente a los encargados de abrir los fuegos. Cabrío,
agrupación liderada por el mítico Andrés Marchant (ex Necrosis), lo experimentó
en carne propia. Una presentación que daba cuenta de una propuesta que
combinaba la crudeza sonora del Death Metal con la teatralidad de King Diamond
merece algo más que solo 15’ sobre el escenario. En especial cuando el
espectáculo alcanza un nivel de climax que deja al espectador extasiado ante tamaña puesta en escena. Por
lo mismo resulta inaceptable el que una propuesta de ese calibre haya sido
interrumpida debido a lo repentinamente limitado del timing a cumplir. Y si
agregamos lo escaso del público presente en el recinto ubicado en Avda Blanco,
entonces algo está mal. Mal por un evento promocionado a través de todos los
canales disponibles desde su anuncio oficial hace unos meses.
La cosa pudo haber mejorado con Alavena, agrupación formada en 2007 cuya
propuesta realza la brutalidad del Grindcore siempre intercalada de manera
notable con la melodía de la escuela de Gotemburgo que predominó en los ’90.
Con una puesta en escena que da cuenta de su esencia callejera, el quinteto
ofreció una presentación desgraciadamente empañada en muchos pasajes por los
continuos problemas de sonido presentes durante gran parte de la jornada. Es
lamentable que un corte potente como ‘Color Ceniza’ se viera interrumpida al
comienzo debido a dificultades técnicas con la batería, al punto de que después
de un largo silencio, pudieron retomar el rumbo aunque con el tiempo ya justo.
Solo por poco Alavena zafó de correr la misma suerte que el número anterior.
Crude Bastard se encargó de poner la cuota siempre necesaria de
adrenalina y mala leche a través de su propuesta Speed-Thrash Metal con
influencias notoriamente ‘Old School’. A pesar de lo breve de su presentación,
el cuarteto brindó lo mejor de su material sin rodeos a través de potentes
cortes como ‘Dead Live’ y ‘The Crude Bastard’, aunque el sonido terminó perjudicando
el desempeño de la guitarra solista al momento de los solos, problema que fue
solucionado hacia el final y se llegó a notar en plena ejecución. Más allá de
aquellas dificultades y la puesta en escena demasiado sobria -si vas a tocar
Thrash Metal, también debes encarnarlo en tu puesta en escena, no puedes
presentarte vestido así, de manera ‘casual’-, hay que ser francos, respecto al
público: llega a ser impresentable la poca disposición mostrada por quienes más
bien parecían hacer acto de presencia, mientras permanecían apáticos,
pendientes de sus celulares o ubicados en la barra, que de lo esencial: la
música. Responsabilidad totalmente compartida pero del cual el supuesto
‘rockero/metalero chileno’ debe hacerse cargo y tomar consciencia.
Si hubiera que mencionar un momento que sobrepasa lo rescatable, Hijos
De Algo lo justifica por méritos propios. El trío formado por el eximio
baterista Mauricio Hidalgo, el bajista Daniel Robles y el guitarrista/cantante
Feliciano Saldías debe ser una de las pocas agrupaciones nacionales cuya puesta
en escena amplifica enormemente la sencillez de su propuesta sonora. Rock n’
Roll directo, con la base guitarra-bajo-batería dictando cátedra de lo que
resulta de la mixtura de pasión y precisión sobre el escenario. No sería raro
afirmar que hubo gente que vino especialmente por ellos y es comprensible
cuando existe una propuesta certera y un discurso sin dobles sentidos ni
pretensiones absurdas, simplemente que el Rock debe sonar fuerte y golpear
directo a la cara y al alma. Cortes como ‘Sin Miedo’ y ‘Avanzar’ se permiten el
lujo del ser coreadas por una facción del poco público presente en el recinto.
Hijos De Algo puso la cuota necesaria de actitud en el momento justo.
Y precisamente la actitud fue lo que empezó a surgir con más fuerza
apenas salió al escenario Karma, cuya propuesta apela a la fuerza aplastante de
las guitarras, complementada por la presencia y discurso retumbantes por parte
de su cantante Cristián Farías y la exquisitez técnica y creativa con que la
destacada bajista nacional América Soto realza su presencia en las bajas
frecuencias, siempre con luz propia. Una presentación cuya calidad deja fuera
todo cuestionamiento, donde el discurso poético y directo a la vez, y el
virtuosismo instrumental -siempre en favor de la música por sobre las
individualidades- marcan la pauta de manera magistral. Flameante, siempre
confrontacional, aprovechando el limitado tiempo en escena para utilizar todos
los cartuchos de balas disponibles y por haber. ‘Arena’ y ‘La vida es más que
sueños’ grafican sobre el escenario una orientación a despertar sensaciones
dormidas y gritarlas a la cara sin ningún tipo de rodeos. Presentación intensa,
aunque merecía una recepción mucho mejor por parte de los asistentes, más
numerosos que al inicio de la jornada.
El Heavy Metal de corte marcial y épico estuvo presente de la mano de
tres bandas que han marcado a fuego un género que se las ha ingeniado para
mantenerse en la brecha ante el predominio mediático de otras tendencias.
Primero fue el turno de Drake, con el carismático y siempre eufórico Felipe del
Valle sacando provecho de sus condiciones como cantante y frontman. Con una
pequeña pero siempre fiel y ruidosa base de fans ya forjada en base a actitud.
Cuando uno ve y escucha al público –en cualquier contexto, sean 100 o 5
personas- corear ‘Inmortal’ y ‘En Silencio se forja el Metal’ como pocas veces
se suele observar, eso se debe a la personalidad que se requiere para despertar
hasta al más aletargado. Reitero lo del comportamiento del público, adormecido
en gran parte del evento y con la gente más pendiente de consumir alcohol que
de lo que nos convocó realmente.
Continuando con el Heavy Metal, esta vez en su vertiente más épica, los
veteranos Steelrage rindieron tributo a su presente ya descrito en el reciente “All
In”, trabajo editado el año pasado y que marcó el retorno al circuito ligado al
Power Metal influenciado por el fenómeno europeo que se tomó por asalto el
mundo durante la segunda mitad de los ’90. Impresionante la personalidad y
desempeño vocal con que Jaime Contreras lidera el combo, siempre fieles a sus
principios y eso se nota. Desgraciadamente, hubo un momento en que la cancha
quedó vacía en al centro, con los fans adelante en la reja. Una falta de
respeto por parte de un público que, al parecer, solo esperaba el número
estelar, denotando un nulo sentido de apreciación y respeto en nuestra escena.
La única teoría que se nos ocurre es que la gente se acostumbró a comprar
sandías caladas, pero a Steelrage poco y nada le importó porque hubo una
minoría identificada con su propuesta entregada al poder de la música. ‘My Dark
Passenger’, ‘Eternal Sorrow’ y ‘The Last Card’, en vivo, dejaron en claro
aquella constante respecto al Metal chileno y su travesía de dos o tres décadas
en medio de la tempestad.
El Heavy Metal de corte más clásico a cargo de Witchblade dio por
cerrada la tríada del género, aunque los sentimientos son encontrados. Con
Felipe del Valle repitiéndose el plato en poco menos de dos horas, el quinteto
fundado en 1999 se dedicó a repasar exclusivamente el presente reflejado en
“Evolution”, LP editado el año pasado con que la banda se anotó un trabajo
magistral incluso a nivel de producción. La velada también incluía una
sorpresa: el debut sobre el escenario de Red Frandany, una joven y destacada
joven guitarrista a la que el concepto ‘promesa’ le quedó chico, pues su desempeño
en las seis cuerdas y la sólida pareja que conforma con el eterno Felipe Majluf
dejan en claro el nivel de músicos talentosos y dedicados completamente a su
arte. Quizás el único punto bajo respecto a Witchblade sería el orden en el
cartel, lo que involucra también a las dos bandas anteriores. Poner tres
agrupaciones de un estilo similar, de manera seguida, en un festival que
celebra el Rock chileno en su diversidad, puede jugar en contra de manera
peligrosa. Y si hay que ser francos, la personalidad y experiencia que aporta
en el escenario Felipe del Valle, un frontman ya consumado a estas alturas,
resulta fundamental.
De la tradición del Heavy Metal pasamos a rememorar la revolución
Nü-Metal que marcó tendencia a comienzos de la década pasada, de la mano de
Raza, agrupación icónica de un movimiento surgido en USA de la mano de Korn y
que supo hacerse un espacio en la escena local gracias a su particular y
efectiva propuesta, una combinación de riffs densos, afinaciones bajísimas y un
discurso siempre frontal, adaptado a la realidad local. La trutruca presente en
‘Asesino’ conforma esa serie de detalles que reflejan la reivindicación de la
raíz, al igual que ‘Resiste Mapuche’, un grito de guerra para quienes sabemos
que la música conforma un canal de expresión con el poder suficiente para
llamar a tomar consciencia respecto a la constante represión que sufre la
comunidad indígena desde la llegada del hombre blanco (algo que no cambia desde
hace más de cinco siglos). Quienes calificaban el género como ‘moda’,
seguramente jamás tomaron en cuenta el contenido expuesto a través de la música
misma y los asistentes presentes en Kmasu fueron testigos privilegiados de
aquella muestra de actitud y consecuencia. De alguna manera, el ambiente se
entibio lo suficiente como para apartar en gran parte la ‘timidez’ de un
público que esperaba el número estelar. El remate con ‘Por la razón, no la
fuerza’ grafica de manera magistral el compromiso sobre el escenario con las
causas culturales, representado en una puesta en escena que priorizó la actitud
por sobre todo. Rompiendo ciertas ‘tradiciones’ y ensalzando la raíz, Raza se
despachó una presentación breve pero lo suficiente como para recordarnos los
tiempos y el contexto en que estamos inmersos.
Bastaron solo los primeros golpes de
batería con que Rodrigo Sanchez da inicio a ‘Araucana’ para sumergirnos en la
experiencia que significa Crisálida en vivo. Si acaso existe una banda que
representa el esplendoroso presente del Rock nacional con su propio sello, el
cuarteto liderado por Rodrigo Sánchez y Cinthia Santibañez resume la identidad
local no solo de un género específico, sino también de la bien nutrida y
llamativa escena musical chilena. “Terra Ancestral”, álbum editado el año
pasado, refleja de manera tremenda y natural el compromiso siempre necesario
con la raíz y nuestro rico pero frágil ecosistema, como pudimos apreciar en las
maravillosas versiones de ‘Cabo de Hornos’ y ‘Morir Aquí’. La presencia de
Cinthia Santibañez sobre el escenario va mucho más allá de la interpretación
vocal; llega a dar gusto presenciar el desplante con que es transmitida la
vibra cósmica hacia el público. En las seis cuerdas, lo que hace Damián Agurto
va mucho más allá de ser el responsable de generar el sonido porque las líneas
que traza con sus dedos en cada acorde y nota ejecutada conforman una
constelación sonora omnipresente. El final con ‘Solar’ reafirma la comunión con
el Universo y los elementos que lo conforman en cada rincón y célula, coronando
así una presentación excelente, quizás bastante breve para lo que es la
propuesta de Crisálida, pero suficiente como para exponer lo mejor de un
repertorio bien rico y nutrido en calidad y creatividad.
Concluyendo esta primera jornada, cerca de las 2AM, llega el turno de un
referente histórico, la encarnación de la identidad local llevada al Metal de
manera tan desquiciada como desenfadada. Dorso, el combo liderado por nuestro
querido y eterno Rodrigo ‘Pera’ Cuadra, se encargó de cerrar la ‘primera
patita’. No obstante, más allá del repertorio y su condición de institución a
nivel local durante casi tres décadas, el sabor que queda ante una postal de
menos de 100 personas presenciando el espectáculo resulta amargo por lo
negativo del balance. Pero las responsabilidades, en este tipo de contextos,
son compartidas. Un set compuesto por clásicos y que incluyó la recién
estrenada ‘Gore and Roll’, corte que da título a su próxima placa en estudio,
la cual aparecerá a finales de año, no fue suficiente para encender el ambiente,
incluso tratándose de un set similar al de eventos internacionales como el
recordado Metal Attack, donde el cuarteto nacional se echó al bolsillo a todo
un Teatro Caupolicán al tope de su capacidad. ‘Marte Horror Planet’,
‘Vacalaca’, ‘Horas sobre Tentaculón’, ‘Alquimia y Búsqueda’ y ‘El Espanto surge
de la Tumba’ formaron parte de un reducido set al que el sonido no le jugó una
buena pasada, a lo que se suma una banda menos conectada respecto a ocasiones
anteriores. De algún modo, quedó claro que no fue precisamente su mejor
presentación, reflejado en el evidente desgano con que el ‘Pera’ se dirigía a
los escasos asistentes, algunos armando un moshpit en medio de la preocupante
timidez con que el público respondía.
Podemos asegurar también que la postal mencionada deja en evidencia a todas luces el poco compromiso que existe con nuestra escena por parte de quienes, en su mayoría, vive reclamando eternamente sobre el ‘apoyo a la escena’ -frase que, hasta alturas, parece hecha para la galería, en jerga futbolera-, pero que brillan por su ausencia a la hora de la verdad, donde todos debemos aportar aunque sea con un grano de arena. Chile Rock Festival, en su primera jornada, dejó en evidencia la mentalidad de una escena que debe lidiar con sus propios obstáculos. Aún tenemos Rock, y de sobra, pero esto no se mueve solo. No basta con comprar discos y pasar metido en tocatas nacionales. Más que apoyar, lo que interesa es valorar. Reitero, la responsabilidad es compartida.
Podemos asegurar también que la postal mencionada deja en evidencia a todas luces el poco compromiso que existe con nuestra escena por parte de quienes, en su mayoría, vive reclamando eternamente sobre el ‘apoyo a la escena’ -frase que, hasta alturas, parece hecha para la galería, en jerga futbolera-, pero que brillan por su ausencia a la hora de la verdad, donde todos debemos aportar aunque sea con un grano de arena. Chile Rock Festival, en su primera jornada, dejó en evidencia la mentalidad de una escena que debe lidiar con sus propios obstáculos. Aún tenemos Rock, y de sobra, pero esto no se mueve solo. No basta con comprar discos y pasar metido en tocatas nacionales. Más que apoyar, lo que interesa es valorar. Reitero, la responsabilidad es compartida.
Escrito por: Claudio Miranda
Fotos por: Diego Pino
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