Para
empezar, y aprovechando la tribuna que me da la Resistencia de la cual formo
parte, debo aclarar que mi fanatismo por Chris Cornell no es tan enfermizo como
el de la mayoría. Debo admitir también, que, como todo niño/adolescente que
creció en los '90, tuvo un favorito en el soundtrack de vida canciones como
aquella balada llamada "Black Hole Sun" -la psicodelia estaba de
vuelta en la radio, de manera disimulada pero ahí estaba- y el peso pesado de
la más hard-rocker "Spoonman", un favorito para quienes sabíamos que
detrás del hit radial también podíamos encontrar esa actitud callejera plasmada
tanto en los afilados riffs de Kim Thayil como los alaridos de Chris Cornell,
un cantante cuya interpretación reflejaba el sentido de la pasión y la calidad
mezclados en una amalgama de colores y sensaciones que, para entenderlos, solo
debes mirar hacia tu alrededor y cerrar los ojos para preguntarte: "¿por
qué esto no lo vi antes si siempre estuvo aquí rodeándome?"
Por
supuesto, si bien obras maestras como el superventas Superunknown (1994) y el más reducido pero no menos
importante Down On The Upside (1996)
me transportan mágicamente a mis años en el colegio y, por ende, sean vistos
por el público promedio como clásicos de una década dorada, la verdad es que
para quien escribe fueron puntos de entrada para todo un catálogo que revivía
con frescura y actitud los días dorados de un género donde los riffs
pendencieros y la actitud callejera bastaban para imponer peligrosidad, como
debe ser el Rock duro. Es cierto, la revolución que estallaba en Seattle
comenzando los '90 tuvo a diversos exponentes, todos de una u otra forma
reivindicando lo efectivo de lo simple, la honestidad por sobre cualquier tipo
de postura prefabricada. En el caso de Soundgarden,
Led Zeppelin y Black Sabbath -sumémosle toque Beatle
de los tiempos de Abbey Road (1969)-
estaban presentes en el ADN de una agrupación que, antes del conquistar el
mundo a mediados de los '90, promediaba la década anterior con dos trabajos que
dictaban cátedra respecto a lo que es realmente el Hard Rock. Guns 'N' Roses, Bon Jovi, Motley Crüe y Poison, todos íconos de la eterna
fiesta y la parafernalia plasmada en maquillajes y peinados
estrafalarios...nada de aquello tenía cabida en el mundo real plasmado por Soundgarden a través de sendos puñetazos
como "Big Dumb Sex" -dedicada 'cariñosamente' a Vince Neil- y la más
venenosa "Jesus Christ Pose", esta última una crítica metafórica y, a
la vez, directa hacia una sociedad 'cartucha' que se horroriza cada vez que se
meten con su 'credo'. Al mismo tiempo, el track correspondiente al letal Badmotorfinger (1991) conformaba
una crítica justificada hacia personajes como Axl Rose y otros odiosos rockstar
trasnochados, todos con complejo de "Jesucristo", reclamando por el
poco respeto hacia sus vidas privadas pero posando para las portadas de las
revistas de moda. "Doble estándar" por donde se le mire.
Precisamente
aquella "bienvenida realidad" fue descrita y gritada por Chris
Cornell, cantante cuyo registro vocal exhalaba un nivel de pasión solo
comparable a la de referentes como Robert Plant. Y cuando no bastaba lo hecho
durante sus días en Soundgarden, un
trabajo como el inmenso Euphoria
Morning (1999) disipaba todas las dudas respecto a la calidad vocal y
creativa de un músico que siempre estuvo trabajando y componiendo. Bien lo
saben Tom Morello, Brad Wilk y Tim Commerford -sí, la base instrumental de Rage
Against The Machine- y con quienes el cantante de la mirada triste unió fuerzas
bajo el nombre de Audioslave,
agrupación que, independiente de las preferencias personales, le dio nuevos
bríos al Hard Rock durante los albores del nuevo milenio. Por supuesto, himnos
como "Show Me How To Live", "Like a Stone" y "Your
Time Has Come", a nivel de interpretación y contenido, dejaron huella en
toda una generación que se reencantaba con el Rock duro en forma más pura y
rebosante de energía, clara señal de renovación cuando más se requería ante el
panorama en cuestión, cuando parecía que la crudeza lírica del grunge se
remitía al simple recuerdo de una era.
Desde
el sentido homenaje a su amigo Andrew Wood -cantante de Mother Love Bone y víctima de una sobredosis que lo llevó a la
tumba en 1990- como parte de de ese tremendo combo llamado Temple Of The Dog hasta la dedicatoria de Euphoria Morning a su amigo Jeff Buckley, Chris Cornell no
tuvo empacho en reflejar lo más profundo de su ser en sus letras, todas
lidiando entre la luz y la oscuridad por donde el extinto cantante transitaba
de manera silenciosa para después transmitir aquel desgarro espiritual en esa
voz portentosa que evocaba a la mejor versión de Robert Plant pero con
personalidad propia, aquella con que se paraba sobre el escenario para dejar
fluir aquellos pensamientos que cobraban forma real en cada verso.
Andrew Wood en 1990. Kurt Cobain en
1994. Layne Staley en 2002. Scott Weiland hace un par de años. De alguna
manera, con Chris Cornell se va casi toda una generación que no hace poco hizo
historia cuando más lo necesitaba el Rock. Más doloroso resulta todo esto
tratándose de un músico que aún tenía bastante que aportar -la mitad de lo que
sería el nuevo album de Soundgarden estaba listo-, con apenas 52 años. No solo
marca el trágico desenlace de una era, sino además nos deja en claro que la
vida es una eterna lucha con uno mismo. "The lives we make never seem
to ever get us anywhere but dead", reza una de las líneas de "The Day I
Tried To Live". Revelador e insoportablemente real. Chris Cornell
lo sabía de algún modo: hay días en que haces el intento por vivir y es una
lucha en la que cualquier caída puede costarte caro. Claro, es cierto que todos vamos hacia el mismo lugar. Solo que algunos prefirieron hacerlo antes de lo esperado.
0 Comentarios