Bajo una torrencial lluvia que se dejó caer
sobre la capital hasta horas avanzadas, Neal Morse nuevamente pisó suelo
nacional. Su debut en nuestro país junto a sus compañeros de Transatlantic hace 3 años sobrepasó
todas las expectativas existentes y, por ende, las esperanzas de presenciar una
segunda venida, esta vez ‘en solitario’, no fueron en vano. Todo lo contrario:
con un Teatro Teletón repleto, el ex cantante de Spock’s Beard nos entregó una presentación soberbia en todo
sentido, siempre en base a esa mezcla de histrionismo y sencillez con que se
estableció ese lazo mágico entre artista y fan, siempre con esa cercanía que lo
ha hecho un personaje querido tanto para sus fans como dentro del mismo género
en cual ha destacado como pilar fundamental. Por supuesto, nada de aquello
hubiese sido posible sin el respaldo de una banda compuesta por músicos de
renombre, en especial el señor Mike Portnoy –amigo y colaborador de Morse desde
hace más de 15 años-, un viejo conocido de quien no es necesario siquiera
presentarlo detalladamente, y el bajista Randy George, este último un bajista
de sobria presencia escénica pero cuyo desempeño en las bajas frecuencias se ha
ganado merecidamente el rótulo de ‘escuela’.
La gira actual de Neal Morse y su banda
está dedicada a presentar íntegramente el reciente The Similitude Of A Dream (2016), álbum doble cuyo concepto
está basado en la clásica novela cristiana The Pilgrim’s Progress, escrita por
el predicador y novelista inglés John Bunyan (1628-1688), inspiración que el
músico y compositor californiano, cristiano declarado, refleja con clase sobre
el escenario desde el comienzo con “Long Day” y “Overture” con una performance
escénica que, más allá de encarnar a los personajes de la historia, engancha de
primera con los fans, la gran mayoría acompañando a la banda en los coros y/o
entonando los pasajes musicales con que la banda envuelve el interior del
recinto hasta transformarlo en cada uno de los pasajes con que el relato cobra
forma y vida. Uno a uno, de manera ininterrumpida, se suceden “The Dream”,
“City Of Destruction”, “We Have To Go”, “Makes No Sense”, “Draw The Line” –con
Mike Portnoy en la voz, tremendo desempeño que ratifica su credencial como
músico y artista total-, “The Slough” –con el guitarrista Eric Gillette despachándose
un trabajo sobrecogedor en las seis cuerdas, como sería la tónica durante las
tres horas de show-, “Back To The City”, “The Ways of a Fool” –con Neal Morse
en el piano, respaldado de manera notable en las teclas por el excelso Bill
Hubauer-, “So Far Gone” y “Breath Of Angels”. Todos los tracks correspondientes
al CD 1 de The Similitude Of A Dream,
en vivo, no solo dan cuenta de las asombrosa experticia técnica de cada músico,
sino además de cómo el universo creativo de Neal Morse adquiere dimensiones
gigantescas de manera natural. Nada suena ni se siente forzado en el imaginario
de un músico para quien el cristianismo es un pensamiento filosófico, mucho más
que una religión.
Luego del interludio, llegaría la
segunda parte de The Similitude Of A Dream, comenzando con el groove
apabullante y sutil a la vez de “Slave To Your Mind”, claro ejemplo de cómo la
apacible brisa sonora que envuelve lo hecho en el estudio, se siente en vivo como
una experiencia en que el amor por la música sobrepasa todo tipo de barreras,
sobretodo dentro de un género tan exigente como el Progresivo. Pero a Neal
Morse, fan acérrimo de The Beatles y Genesis, la fe lo mueve hasta llegar a un
punto en que el paraíso terrenal cobra vida, como se puede apreciar también en
“Shortcut To Salvation”, donde, pese a la implacable lluvia que caía sobre la
capital, la calidez divina nos envuelve completamente en el viaje espiritual
que el músico relata con una convicción que conmueve hasta las lágrimas. Ni los
problemas técnicos –fallas en en la mesa de sonido, como explicaría Portnoy- al
comienzo de “The Man In The Iron Cage” ni la falla presente en el Mac conectado
al teclado de Morse significaron puntos bajos. Más bien, fueron la constatación
de que, dentro de la divinidad que pareciera envolver al californiano, hay una
cuota importante de humanidad suficiente como para derribar todo tipo de
prejuicios respecto a un género que suele priorizar la pompa y la precisión técnica
sobre lo realmente importante y, sin embargo, no siempre tomado en cuenta: el
mensaje. “The Road Called Home”, “Sloth More” y el folk amigable de “Freedom
Song” son la muestra de cómo una agrupación compuesta por ejecutantes de clase
mundial ofrecen su arte sin necesidad de recurrir a muestras desmesuradas de
virtuosismo sin sentido alguno aparte del deporte. Bien lo sabe Eric Gillette,
un guitarrista dueño de un virtuosismo escalofriante pero lo certero en cada
nota y, también de un registro vocal que parece provenir del mismo cielo. Suficiente como para llegar al alma de todos,
incluso hasta la del más escéptico. Llegando a la recta final, la dupla
compuesta por “Confrontation” y “The Battle” se erigen como muestras
contundentes de dramatismo sonoro intercalado con la elegancia propia del
progresivo. Categoría y emoción mezclados en una amalgama sonora que nos lleva
a la catarsis dentro de un relato que tiene de todo sin jamás perder el hilo
con que Neal Morse y sus amigos nos relatan sus experiencias de aquel viaje a
través del interior, donde cada paso y experiencia conforman un nuevo
aprendizaje sin necesidad de explicar aquello con palabras. Conclusión que, por
cierto, es la que nos queda con el final a través de “Broken Sky/Long Day
(Reprise)”, cierre perfecto con que Neal Morse deja en claro lo fundamental que
resultan nuestras creencias cuando se trata de concebir una obra de arte,
siempre en base a sus convicciones. Un tipo de verdad, de esos que escasean
últimamente.
Para el encore, una tríada compuesta
por “Author Of Confusion” –original del excelente One (2004), el segundo álbum solista de Morse-, el pop
gabrieliano de “Agenda” –conocido por su singular videoclip que, hasta hoy,
genera ronchas e hilaridad por igual- y el remate con los diez minutos
vertiginosos de la beatlesca “The Call”, suficiente como para satisfacer hasta
la saciedad a todo melómano declarado y, sobretodo, a quienes realmente
comprendemos el significado del arte en su forma pura. Porque no hay mejor
privilegio en la vida que constatar la humanidad con que nuestros héroes nos
explican –con hechos, obvio-, el por qué se ganaron un sitial más que merecido
en el Olimpo de la música. Neal Morse aplica aquel principio de humanidad en
vivo con una naturalidad de la que pocos pueden jactarse. Por cerca de tres
horas, el mundo fue un lugar mejor, donde la música fue protagonista y fuente
de sanación espiritual, como toda creencia y filosofía que se precie como tal.
Un mundo en el que Gene Simmons se cree con el derecho de hacer del arte un
negocio y sujetos como Axl Rose nos venden el ‘cuento del tío’ con eso de que
el sexo, las drogas y el Rock n’ Roll deben ir de la mano. Por suerte, Neal
Morse siempre la tuvo clara, al igual que Mike, Bill, Eric y Randy. Firmes a
sus principios ante todo, incluso a pesar de la tormenta. Gracias por la música
y todo lo que realmente importa.
Escrito por: Claudio Miranda
Fotos por: Nicolas Soto
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