Pocas veces un cliché como "la música es
la mejor droga" ha derivado en una verdad con un significado que se
intercala con facilidad entre la metáfora y lo literal. Es cierto, tratándose
de un género como el Doom o el mismo Stoner, hablamos de drogas de todo tipo
reflejadas en la música, nada novedoso si consideramos que hace cinco décadas
esta combinación ya era puesta en práctica por referentes de la talla de Pink Floyd, Black Sabbath, Hawkwind
y, por qué no, The Beatles en los
tiempos de Rubber Soul y Revolver. Pero ha sido durante la
década en curso en la cual el género se ha fortalecido gracias a una serie de
agrupaciones -algunas nóveles, otras con un recorrido de más de una o dos
décadas- que han sabido rescatar los mejores momentos de la psicodelia, el
blues y el Rock duro en su faceta más 'mala leche', sin concesión a nada que
parezca 'bonito' o 'agradable'. Y con toda seguridad, una de las agrupaciones
que mejor encarna este rescate sonoro de aspecto tribal y místico, debe ser Belzebong, agrupación polaca que, por
estos días, se encuentra promocionando Greenferno
(2015), su placa más reciente y con la cual no solo debutó en suelo
nacional -y sudamericano, Chile fue la primera parada de este tour- sino además
reafirmó la contundencia lisérgica con que llegó a remecer los cimientos del
género tras el debut en grande con el anterior Sonic Scapes & Weedy Grooves (2011). Por ende, un
imperdible para los fans de los riffs con bajas afinaciones, los grooves reptantes
y, sobretodo, las siempre necesarias atmósferas sonoras que llaman a la
exploración a través de nuestros sentidos y pensamientos. Y si es con ayuda de
algo para la mente, bienvenido sea cuando se trata de sentir y formar parte de
lo que se llama, con toda propiedad, EXPERIENCIA. Una que, por cierto, rondó
entre lo mortuorio y lo alucinógeno.
Pasadas las 8:30, los primeros fuegos se
quemarían de la mano de los nacionales de Ocultum,
banda cultora de un Death-Doom Metal pútrido y nauseabundo, suficiente para
dejarnos en claro en cada riff que estamos condenados desde que nacemos. Desde
el inicio con “Marasmo” podemos apreciar las virtudes interpretativas de un
cuarteto comandado por Seba -guitarra y voz-, quien da por iniciada la
ceremonia con calavera en mano, una forma sutil de recordarnos el carácter
ritual del evento en cuestión. “Náusea y Oración”, “Tumba de Siglos” y
“Ceremonia Oculta Primitva” –corte que le da título a la placa editada en
2015-, bastaron para transformar el recinto ubicado en la calle San Diego en
una catacumba, con los numerosos presentes siendo testigos y partícipes de una
liturgia demoníaca, una celebración a la muerte que concierne a todo lo que se
relaciona con la humanidad y su destino cada vez más funesto. Para el final, una
escalofriante versión de “Reflections On Repulsiveness”, corte que le hace
honor a una propuesta que invita a observar la inmundicia que nos rodea a
diario, muchas veces oculta entre las sonrisas de la hipocresía. En poco menos
de una hora, Ocultum dejó la mesa
servida para el gran ritual que se vendría minutos después y, de paso, nos
recordó a través de su sonido el carácter primitivo del ser humano, donde
muchas veces el mal toma ventaja sobre el bien hasta reflejar en nuestros actos
cuán podridos estamos. Doom hasta la médula.
Pasadas las 22 horas, y con un recinto ya
repleto al tope de su capacidad, el humo verde sobre el escenario –sublime
trabajo escénico a nivel de iluminación-, señalaba el comienzo del primer
ritual canábico de los de Kielce en nuestro país. Cheesy y Alky en guitarras,
Sheepy en el bajo y Hexy en batería, todos responsables de brindarle sonora a
un ritual en que los pipazos y el aroma a marihuana se encargaron de
envolvernos en un viaje a través de nuestros sentidos, donde los riffs
monolíticos al estilo Sabbath no solo son llevados a niveles extremos, sino
además te dejan de rodillas, atrapado en un estado catártico del cuales casi
imposible abstraerse. Todo aquello se hace latente en el inicio con “Bong Thrower”,
corte que inicia el LP debut Sonic
Scapes & Weedy Grooves. Pesado, reptante, peligroso, ‘mala leche’ a
diestra y siniestra, con el humo verde abriendo un portal hacia una dimensión
fascinante y horrorosa a la vez, como aquellas descritas por el mítico H.P.
Lovecraft en sus relatos. Todo esto complementado por una puesta en escena en
la que el cabeceo constante al ritmo del arácnido groove dejaba en claro que
esto no es solo música, sino una experiencia de la que eres partícipe, incluso
en contra de tu voluntad. La siguiente “Names Of The Devil”, con el bajo de
Sheepy llevando la batuta desde el comienzo, termina por convencernos de una
realidad totalmente transformada, con esos potentes riffs grabándose a fuego en
nuestras mentes. Por cierto, los solos de Cheesy parecieran emular el efecto
sonoro de las ondas de radio como si estuviéramos entablando comunicación con
seres de otras galaxias. Imposible reparar en un análisis técnico ante tamaña
muestra de actitud y espectáculo.
Luego
del alucinógeno comienzo, sería el turno de repasar Greenferno, el trabajo más reciente de los polacos,
comenzando el siguiente tramo con “Diabolical Dopenosis”. La influencia de Pink Floyd (1967-1971) y Black Sabbath no solo se ve reflejada
en la música, sino también refrescada con una creatividad a la altura de su
interpretación, siempre en favor de la experiencia y la identidad artística por
sobre cualquier otra cosa. La siguiente “Inhale In Hell” también diría presente
en el set, con el público ya entregado al trance sonoro que los polacos generan
a través de una propuesta que sobrepasa todo tipo de límites. A esas alturas,
el Espacio San Diego ya presentaba todos los aspectos de algo similar a un
infierno terrenal con tonalidades verdes, con un centenar de almas entregadas a
su destino. Increíble lo que puede generar en vivo una banda como Belzebong, donde, pese al carácter
absolutamente instrumental de su propuesta, la cantidad de sensaciones a
experimentar terminan por transportarnos mental y físicamente hacia los parajes
más recónditos de la galaxia.
Musicalmente,
es poco lo que se puede ahondar respecto a las virtudes técnicas de cada
integrante, sobretodo si todos unen sus fuerzas en favor de lograr una
sonoridad capaz de envolverte en un estado mental que alterna el encanto de la
muerte con el misterio de la vida. Si bien el trabajo solista de Cheesy supera
todo lo imaginable dentro del género, el trabajo de Alky en la rítmica resulta
fundamental al momento de mantener el fuego flameando en esa máquina de
psicodelia pesada llamada Belzebong.
Mención similar debemos hacer respecto a la sociedad rítmica compuesta por
Sheepy y Hexy, ambos dictando cátedra sobre cómo mantener funcionando los
engranajes de esta máquina que, en medio del groove arrastrado y sigiloso, se
da alguna que otra licencia de brutalidad extrema, escasísimas en la música
pero presentes en el momento indicado.
Luego
del repaso de Greenferno, “Witch
Rider” y “Acid Funeral”, ambas pertenecientes a Sonic Scapes & Weedy
Grooves, dan por concluido el viaje, aparentemente. No solo marca la
interpretación íntegra del LP debut de 2011, además se erige como un regalo
hacia la fanaticada local que no dudó un solo instante en entregarse a los
efectos extracorpóreos de una fórmula psicotrópica en su concepción. Y para rematar,
con el clásico simple de la película “The Dunwich Horror” al final, una
aplastante versión de “Dungeon Vultures”, con la banda terminando por quemarlo
todo a punta de pipazos sonoros. Final perfecto para una presentación histórica
y cuyos efectos en la mente y el organismo te pueden dejar en trance durante un
buen tiempo. La sensualidad de la muerte, durante poco más de una hora,
intercambió caricias y besos con la lujuria de un infierno verdoso como la
planta que inspiró esos riffs que parecen provenir de otra galaxia. Ante tamaña
experiencia para los sentidos, una segunda visita por parte de los polacos es
bienvenida de antemano. El sonido de la muerte, y está más que comprobado,
también puede procrear vida.
Escrito por: Claudio Miranda
Fotos por: Cristhian Quiroz (Ocultum) Tay Martinez (Belzebong)
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