Entre el domingo 8 de Mayo del año pasado y la noche del viernes 11 de Agosto de este año hubo un período de 1 año, 3 meses y 3 días en que el público nacional aguardaba el regreso de una de las agrupaciones cuya propuesta encarna hasta la médula los principios de la psicodelia pesada y con atmósferas lisérgicas que nos atrapan con la seducción necesaria para entregarnos a un viaje onírico, con el mundo real y el de los sueños sumiéndose en una unión tan fogosa como sublime. Stoned Jesus, el power-trío ucraniano liderado por el cantante y guitarrista Igor Sydorenko, un referente de los sonidos desérticos en la década presente a nivel planetario, retornó a nuestro país para ofrecernos un set íntegramente basado en el álbum Seven Thunders Roar, trabajo que cumple 5 años por estos días y con el que los de Kiev, en su momento, consolidaron su envolvente propuesta dejando en claro que su estreno en sociedad con First Communion (2010) no era para nada una casualidad, sino todo lo contrario. Si bien la visita anterior –la primera en Sudamérica-, estuvo enmarcada en la promoción de The Harvest (2015), el LP que le antecede se ganó, por derecho propio, el rótulo de ‘clásico inmediato’ para la crítica especializada y los fans de los riffs monolíticos a la usanza de la escuela sabbáthica. Por ende, para los amantes de los sonidos del desierto con proporciones oníricas, el anuncio de esta segunda visita fue suficiente para sumirnos a los centenares de asistentes que repletaron el Espacio San Diego en una excitación irrefrenable, más aún ante la sorpresa que genera el hecho de que con ‘solamente’ la base guitarra-bajo-batería sea posible procrear música capaz de envolver tu mente y liberarla de toda atadura impuesta.
Por supuesto, ante tamaña visita, se sumaron un par de invitados
nacionales, ambos desplegando sus virtudes interpretativas para ofrecernos cada
uno una presentación que, pese al tiempo limitado, bastaron para satisfacer las
expectativas de un público escaso al comienzo pero que no tardó en abarrotar el
recinto. A las 20 horas empezarían a arder los primeros humos de la mano de Arteaga, power-trío nacional liderado
por Francisco González (bajo/voz) y cultores de un stoner-doom que intercala el
ambiente inhóspito de la carretera con un humor tan negro como lascivo en sus
letras. Cortes de la talla de “Cuicodelia”, “Chapultepec” y “Ruta”, todos
pertenecientes al LP titulado Vol. II
Dios Sol, publicado en febrero de este año, en vivo adquieren
dimensiones considerables cuando se trata de llevar el fuzz hasta el tope y
construir una estructura sónica con la fuerza erosiva del viendo sobre la
piedra. Riffs arrastrados, guitarras fangosas y una base rítmica que presiona
el acelerador en el momento indicado. Excelente presentación por parte de una
agrupación que cumple su tarea con clase, sin necesidad de despeinarse.
Espontaneidad a la altura de su sonido.
Si hablamos de invitados ilustres a nivel local, el nombre de Demonauta ya es una obligación
necesaria para todo seguidor del Rock duro con orientación sideral. Desde el
comienzo con “Into The Darkness”, el trío comandado por David Véliz en guitarra
y voz saca a relucir todas sus virtudes como la encarnación actual de la
psicodelia pesada, dando cuenta de un sonido que, pese a su aparente dureza,
resulta en una sensación placentera para los amantes del género, más aún cuando
se hacen notar los tintes espaciales con que la música logra transportarte
hacia lo alto del firmamento en medio de un mar de sensaciones extra
corporales. “Sahara Trip”, “Del Vendaval”, “Astro”, “Cosmos”, “Venas de la
Tierra” y “Psiconauta” completaron el recorrido a través de Tierra del Fuego (2016), trabajo
con que la banda ha ratificado durante estos meses recientes el éxito de su
propuesta, donde la sutileza y la ‘mala leche’ se sumergen en una mezcla
excitante y certera en su ejecución. Ni los problemas técnicos que surgieron
bien entrada la presentación pudieron empañar el tremendo despliegue
interpretativo con que sus integrantes se disponen a ensamblar con maestría la
tormenta sonora en la que los ya más numerosos presentes en el recinto se
encuentran sumergidos sin que nada pueda apaciguar el ambiente, no al menos
hasta el último riff. Envolvente, poderoso, una deliciosa mixtura entre la
sublimidad emocional de Pink Floyd
(era 1968-1971) y los Sabbath que se
desnudaron ante todo el mundo con el Vol.
4. Suficiente como para dejar en claro que, a pesar del número estelar,
los invitados también tienen algo que ofrecer. Demonauta, en poco menos de 40’, nos dejó listos y dispuestos para
la entrada al hiperespacio.
Serían
alrededor de las 22 horas cuando saldría al escenario, en medio de la euforia
general, el guitarrista y cantante Igor Sydorenko, la mente detrás del sonido
estepario de la banda más importante que pudo concebir Ucrania, -la segunda
nación más extensa de Europa después de Rusia-, acompañado de su eterno
compañero de correrías, el bajista Sid Olegovich y el baterista Dmitry
Zinchenko, este último integrante del grupo progresivo 5R6 y convocado para reemplazar durante la gira en curso al
renunciado Viktor Kondratov. Una vez listos y dispuestos para comenzar el show,
los primeros acordes de “Stormy Monday” bastarían para sumergirnos en este
viaje a través de los sentidos, donde uno que otro aperitivo “pa’ la mente”
sería suficiente como para amplificar el efecto terapéutico de la música en
nuestros organismos siempre dispuestos a experiencias fuera de lo normal y lo
políticamente correcto.
Como comentábamos al comienzo de esta nota,
esta gira sudamericana tiene como objetivo celebrar los cinco años de Seven Thunders Roar, del cual
“Stormy Monday”, el track encargado de cerrar el álbum, sería incluido en el
set como número de apertura. Impresionante el cómo desde el comienzo el Rock
duro y la psicodelia se intercalan en una sola energía luminosa, con esa
emoción propia del Blues mutado en Metal reptante y pedregoso. Sobrecogedor
resulta el fiato generado entre los tres componentes, con Sid encargado de
generar el peso necesario para que la guitarra de Igor se encargue de expandir
su fuerza sonora hasta sobrepasar todo tipo de límites, obviamente sin
necesidad de sacrificar un ápice de su identidad. En la batería, en tanto,
Dmitry se acopla perfectamente a esta máquina fabricante de drogas duras,
aportando con un swing tan sutil en su ejecución como contundente en la solidez
con que los ucranianos imponen sus términos.
Luego del primer saludo de la banda –un
alborozado Igor sobre el escenario no cesaba de alabar al público chileno con
el recuerdo de la visita anterior-, llegaría el turno de “Bright Like the
Morning”, el corte inaugural del LP editado en 2012 y con el cual no solo el
viaje proseguía, sino además sumía a los más de cien asistentes que repletaban
el recinto en un trance del cual muchos tardaríamos un buen tiempo en
reponernos después del concierto. Impresionante la fluidez con que el trío
intercala atmósferas inquietantemente tranquilas con cabalgatas rifferas
dirigidas al centro del alma. Son momentos de esa magnitud en los que uno se
pregunta cómo es posible diseñar y darle forma real a una propuesta artística
que pareciera encarnar la voz de la Madre Naturaleza. Haciéndole honor al nombre del track, el solo hecho de
plasmar en la música el poder curativo del sol al amanecer de manera natural y
briosa te deja sin palabras, más aún cuando aquella sensación transmitida en
estudio es amplificada de manera magnánima en vivo. Mención similar para la
siguiente “Electric Mistress”, cuyo groove electrizante genera un mar de gente
saltando y cabeceando, como corresponde a un ritual lisérgico con todas sus
letras. Y el bueno de Igor Sydorenko, consciente de la pasión irrefrenable del
público local por sus héroes, invita a los fans a cantar el coro hasta
apropiárselo. Una muralla de riffs flameantes con la ‘mala leche’ necesaria
para imponer respeto entre los seguidores del Rock duro forjado en la calle. Una
base rítmica que no duda en pasar abruptamente, del viento huracanado a la
lluvia de sangre bajo la cual afrontamos el nefasto destino que nos espera,
todo aquello con una naturalidad única. Y por supuesto, la aguardentosa voz de
Igor Sydorenko, un músico dotado de pasión y versatilidad traducidos en una
interpretación repleta de poder y misticismo, como buen representante de los
sonidos provenientes de las llanuras ucranianas, equivalentes a los paisajes
desérticos del Sur de California, desde donde surgió gran parte de la oleada
liderada por instituciones históricas como Kyuss,
Monster Magnet y Fu Manchu. Por supuesto, todas aquellas
influencias se mantuvieron presentes en “Indians”, con el público ya entregado
a las excitantes sonoridades con que Stoned
Jesus entabla comunión con los fans nacionales.
Si acaso hay un motivo por el cual Seven
Thunders Roar se erige como un documento obligatorio para los fans del
Hard Rock y la vanguardia, debemos remitirnos al track 4 del CD/vinilo. Porque,
aunque parezca cliché o una exageración, no puede existir nada tan colosal y
grande en cuanto a creatividad y
ejecución como “I’m the Mountain” –previa intro con un extracto de “El Cóndor
Pasa” en la versión del dúo Simon &
Garfunkel-. Dieciséis minutos que parecieran extenderse a toda una
eternidad y que deseáramos que no termine nunca. Volvemos a plantear: ¿cómo es
posible generar algo así con “apenas” tres instrumentos? Podríamos debatir
acerca de esta particularidad durante todo este párrafo, pero no tiene sentido.
Así como Rush en sus inicios -Fly By Night y Caress Of Steel, para ser más
exactos- y, en menor grado, Black
Sabbath, se permitían el poder componer piezas de aspecto ‘sinfónico’ con la
base guitarra-bajo-batería y extenderlas en vivo hasta más allá de lo
supuestamente ‘correcto’, los de Kiev no podían ser menos. Para la
anécdota quedaría el momento en que un
integrante del público se subió al escenario un par de veces, sin pasar a
mayores, aunque en un claro estado de catarsis ante lo que estábamos
experimentando. Pasión y orgullo ante la presencia de una agrupación referente
dentro de un género que quizás no conoce de “estadios llenos” pero se la juega
al 1000% por su integridad artística, donde la influencia de los sonidos
setenteros -Pink Floyd, Rush, Led Zeppelin, Black Sabbath,
Hawkwind- resulta decisiva en su
propuesta.
Una vez concluido el viaje a través de Seven Thunders Roar, llegamos a
la recta final de la presentación, primero de la mano de “Black Woods” -los rasgos
propios del ADN sabbáthico, imposible disimularlos-, corte incluido en el debut
First Communion (2009) y cuya
interpretación en vivo da cuenta de una fuerza tremenda gracias al excelente
sonido. Y para rematar, el torbellino hardcore-punk con “Here Come The Robots”,
con el moshpit generando una centrífuga destructora, mientras la banda quema
sus últimos cartuchos a través de una ráfaga sónica sin contrapeso que valga.
Un final de oro para el regreso de una agrupación a la que es imposible
permanecer impasible cuando, más allá de una determinada corriente musical, lo
que más desborda es PASIÓN. Y gracias a ese sentido de la pasión terminamos
vibrando con los rugidos de la montaña. Desde las extensas llanuras de la
Europa Oriental, Stoned Jesus
regresó a nuestro país para hacernos testigos y partícipes de un ritual
concebido y realizado a la altura de lo que piden nuestros sentidos. Esperemos
que para una ya asegurada tercera visita esté publicado lo que será su cuarto
LP en estudio. La cosecha en pleno desierto nunca fue tan abundante.
Escrito por: Claudio Miranda
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