Vieja Escuela. A la antigua.
Cualquiera de esas expresiones o similares, cuántas veces no las utilizamos
para referirnos a la forma de hacer las cosas como se hacían en el pasado, al
mismo tiempo que manifestamos rechazo hacia las comodidades de la tecnología
actual? En todos los ámbitos y en lo que nos concierne, el Rock, hablar de
‘vieja escuela’ es casi un dogma que impera de manera natural. Sin embargo, en
estos tiempos donde el concepto de hacer las cosas de esa manera se ha
desvirtuado hasta rosar la línea de la parodia y la mediocridad en cuanto a
calidad artística y estética, es necesario resaltar la figura de una banda que,
hace tres décadas, supo encarnar los valores del Rock n' Roll de viejo cuño y,
a la vez, mantener su categoría de referente con el paso de los años sin perder
un ápice de su credibilidad. Hablamos de The
Cult, agrupación que, a mediados de los '80, irrumpió con todo en la escena
gracias a su propuesta basada en la simpleza adictiva de sus riffs y una
actitud rockera hasta la médula, intercalando el Hard Rock al estilo de AC/DC y la oscuridad gótica de la New
Wave imperante. a comienzos de la década mencionada.
Por supuesto, es necesario
resaltar lo curioso que resulta ser el caso de los ingleses en una escena
rockera dominada por el Heavy Metal británico -Judas Priest, Iron Maiden, Saxon, Def Leppard- y el Hard Rock americano que
desde el Sunset Strip de Los Angeles, imponía tendencia con su imagen
extravagante y su sonido heavy ya presente en las radios y MTV en esos años -Motley Crüe, Ratt, Quiet Riot-, por lo que hablar de The Cult en esos años era algo único y especial. Una banda que,
aparentemente no encajaba en nada y, hoy, curiosamente, es considerado un
referente dentro del Rock en (casi) todos sus derivados. Pero a Ian Astbury y
Billy Duffy -la voz y el sonido de los de Bradford-, lo que menos les ha
importado, como buenos rockeros ingleses, es encajar. Suena aburrido y falso
eso de pertenecer a una escena, el ser asociados con una etiqueta. Rock n'
Roll, un género cada vez más fragmentado y dividido en miles de millones de
subgéneros inventados por la crítica y la industria, era lo único que importaba
a estos dos adolescentes que, en 1983, decidieron formar una banda de Rock bajo
el nombre de Southern Death Cult
-acortándolo más tarde a Death Cult antes de adoptar el nombre que los
haría inmortales-, y componer música mientras se sumergían en la primigenia
escena Dark Wave-Post Punk que se tomaba por asalto las Islas Británicas en los
albores de los '80.
Si hubiera que apelar al gusto de quien escribe, podría señalar Love (1985) como la obra cumbre
de los ingleses. Provocador, directo, honesto y envolvente. Y lo más
importante: riffs totalmente hechos para quedar grabados a fuego en tus
sentidos, a lo que se suman la poesía de Ian Astbury, un cantante cuya voz y
estampa lo hacían ver como una versión actualizada del eterno Jim Morrison,
pero con la postura hiperventilada de Mick Jagger y la actitud desenfadada de
otro que se fue antes de tiempo -al igual que el Rey Lagarto-, el entrañable
Bon Scott. No solo mejoraba de manera notable lo presentado en el debut Dreamtime (1984), sino también te
avisaba de frentón a qué iba esta banda cuyo nombre llegaba a ser tan llamativo
como desconcertante. Pero el gusto personal debe dar paso a la objetividad si
nos vamos a referir al disco que puso a los ingleses en el mapa y en las
radios. Nos referimos a Electric (1987), el tercer
trabajo de la banda y el que les valdría la masividad gracias a su fórmula
refrescante y a la vez, inspirada en el Rock duro de los '70, ese Rock que no
necesitaba ningún aditivo ni nada que no formara parte de la esencia del
género. Simplemente Rock duro, Rock puro. El puente perfecto entre el punk de
fines de los '70, y el Rock/Metal que se apoderó del Globo Terráqueo durante la
década de los '80.
Publicado el 6 de abril de 1987 y producido por el destacado productor
Rick Rubin -el mismo responsable de los mejores trabajos de Slayer y Red Hot Chili Peppers, entre otros-, Electric no solo significó el batatazo comercial para el
cuarteto, sino además marcó un punto determinante en la evolución de su sonido.
Atrás quedó la atmósfera gótica y lujuriosa de los trabajos anteriores. Como
mencionamos anteriormente, estos chicos solo querían tocar Rock n' Roll sin
tener que recurrir a ninguna etiqueta ni nada que no tuviera relación con sus
principios artísticos. Desde el riff inicial de "Wild Flower" queda
más que claro a lo que van los cuatro. La guitarra en plan AC/DC -influencia innegable en el sonido de la banda originaria de
Bradford-, imposible resistirse a esos riff y Billy Duffy te lo hace saber a su
modo, sin necesidad de recurrir a acrobacias inútiles. El tipo no es un
virtuoso del instrumento y no le interesa serlo. Ni hace 30 años ni ahora,
simplemente le gusta tocar la guitarra y quemarlo todo. Igual que la siguiente
"Peace Dog", un corte que te atrapa y te hace mover el cuerpo de
manera automática. La interpretación de Astbury, por cierto, es pura calle.
Salvaje y letal cuando se trata de escupir esos versos, directo a la cara.
"Lil' Devil",
"Aphrodisiac Jacket" y "Electric Ocean" continúan el viaje
a través de Electric sin
decaer en absoluto la intensidad y la atmósfera callejera con que los ingleses
imponen su propio peso. Hasta que nos encontramos con "Bad Fun",
donde la velocidad aumenta y el peso de las guitarras poco y nada tiene que
envidiar al Heavy Metal que predominaba en Gran Bretaña durante la primera
mitad de los '80 con su artillería pesada. Vuelvo a resaltar la figura de Billy
Duffy, cuyo desempeño en las seis cuerdas resulta lisa y llanamente asesino,
llegando al clímax con ese solo que chorrea sangre y fuego a destajo. Adictivo,
adrenalínico y electrizante. Electric
lo es en su totalidad y "Bad Fun", además de resumir aquello en sus 3
minutos y medio de duración, le tapa la boca a quienes pensaban que el Heavy
Metal es solo un género musical y lo asocian solo a determinadas bandas. Qué
equivocados estuvieron -y están- quienes piensan de esa manera.
La agresividad canalla de "King Contrary Man" disipa todas las
dudas respecto a la autenticidad rockera con que The Cult se paró frente a todos para demostrar de qué estaban
hechos. Cabecear y hacer 'air guitar' de manera automática, imposible reprimir
algo que viene por instinto. Ese mismo 1987, desde el otro lado del Atlántico, Guns N' Roses golpeaba la mesa de la
mano del su aclamado debut Appetite
For Destruction, un disco que aún genera ecos incluso fuera de las
fronteras del Rock. Pero mientras Axl Rose, Slash y los otros estaban fuera de
todo control a la vez que la fama y el éxito llegaron de manera abrupta, The Cult se enfocaba en componer
canciones igual de machacantes, aunque siempre fieles a su integridad como
músicos. Y eso lo hacen sentir en el estudio, en la música, en el trabajo
realizado por Ian Astbury, Billy Duffy, el bajista Jamie Stewart y el baterista
Les Warner, todos apuntando hacia un mismo objetivo.
Luego de tamaño puñetazo riffero, llegaría el
clásico supremo de todo el catálogo de The
Cult, "Love Removal Machine". AC/DC y The Rolling Stones
presentes en un riff cuya simpleza basta para quedar marcado a fuego en tus
sentidos y tu mente. Una base rítmica que recurre con sabiduría a la simpleza
del Rock n' Roll de antaño sin sacrificar su frescura. Un Ian Astbury que
destila pasión, rabia y sensualidad como fragancia a Rock, cervezas y calle. En
el mundo del Rock se suela afirmar que la noche del sábado es el momento más 'rockanrolero'
de la semana. The Cult, a través de
"Love Removal Machine", refuta aquel mandamiento en menos de lo que
canta un gallo. De día, de noche, viernes, sábado, domingo. The Cult no es solo una banda para
poner de fondo en cualquier fiesta o bar, también conforma una banda sonora
para quienes nos desocupamos a las 7PM del trabajo con ganas de mandarlo todo a
la cresta y empelotarnos. Tal cual, eso sí es Rock n' Roll.
La machacante versión del clásico "Born To Be Wild" -original
de los canadienses Steppenwolf-, la
'mala leche' de "Outlaw" y el groove lascivo y reptante de
"Memphis Hip Shake" culminan el recorrido por Electric, un disco cuya
solidez y vibra rockera lo ha hecho un imprescindible para quienes disfrutamos
de este género musical en su forma más pura y honesta. Un detalle interesante
de esta placa es que, a diferencia de la mayoría de las producciones de Hard
Rock y Heavy Metal de la época, Electric no contiene ninguna 'Power ballad' ni
nada que se le parezca -fans y seguidores de la lata sentimentaloide de Bon Jovi, favor abstenerse-, lo que da
cuenta de cómo es posible concebir un álbum de Rock certero en cada corte y sin
necesidad de recurrir al gancho de lo cursi para llegar a la cima. Si los
hermanos Young pudieron, ¿por qué nosotros no, si así es como nos gusta?. Esa
es la Vieja Escuela, la de verdad. La que exponía su arte sin importar la
presión de su entorno y remecía los cimientos de una sociedad políticamente
correcta, incluso dentro de un género como el Rock, cada vez más propenso a la
masificación y los dogmas. Gracias a Electric,
el Rock n' Roll mantuvo su esencia a salvo de cualquier elemento externo que lo
convirtiera en algo mundano y pasajero. Este viernes, en el Teatro Caupolicán
el disco del '87 sonará de manera íntegra, y de aquella formación solo estarán
presentes Ian Astbury -será su segunda visita a nuestro país luego de debutar
en 2004 con la versión 'siglo XXI' de The
Doors en un inolvidable concierto en el Court Central del Estadio Nacional-
y Billy Duffy, un héroe de la guitarra con todas sus letras. ¿Qué sería del
Rock actual sin The Cult? Difícil
saberlo, aunque una cosa es segura: los ingleses jamás se sometieron a la moda
imperante durante más de tres décadas en la carretera. Porque mientras MTV se
enfocaba en darle tribuna a sus regalones del Glam -como también ocurriría con
el grunge de lleno en los '90-, The Cult
comía, soñaba y cagaba Rock n' Roll. Mientras al otro lado del Atlántico, Axl
Rose se erigía como la epítome del 'rockstar insoportable' y Jon Bon Jovi
simbolizaba al héroe americano del Rock con pinta de vaquero de larga cabellera
y facciones atractivas para las féminas, Ian Astbury les pateaba el trasero con
su intimidante estampa de forajido y su voz aguardentosa y repleta de masculinidad
y lujuria. Lo mismo debemos afirmar de Billy Duffy y las virtudes que lo
hicieron único respecto a sus colegas americanos. El verdadero Rock no transa
sus principios por nada del mundo. The
Cult tampoco lo hizo ni lo hará jamás.
La banda del vocalista Ian Astbury y el guitarrista Billy Duffy, los dos integrantes originales que mantienen en alto el nombre de The Cult, se acerca a Chile. Este viernes 6 de octubre se presentarán en el Teatro Caupolicán, con la gira de promoción de su último disco “Hidden city” (2016). Además se están cumpliendo los 30 años de “Electric”, su fundamental disco de 1987.
The Cult se autocalifica como una banda sobreviviente y marginada, una sensación que se ha vuelto regular en sus letras y que se capitaliza en este “Hidden city”. El disco fue producido por Bob Rock, el célebre responsable de los álbumes más exitosos de bandas como Metallica, Mötley Crüe y los mismos The Cult a partir del exitoso “Sonic temple” de 1989, uno de los puntos más altos de su catálogo.
La banda chilena The Ganjas será la encargada de abrir el show que los británicos The Cult realizarán, por primera vez en Chile. Formada en el año 2000, hoy es integrada por Samuel "Sam" Maquieira en voz y guitarra, Rafael "Pape" Astaburuaga en bajo y voz, Pablo Giadach en guitarra y Nes en batería.
Aún se pueden adquirir entradas a través del sistema Ticketek.cl, tiendas Falabella, Kmuzzik, The Knife y Centro Ticketek (Antonio Bellet 230, Providencia. Callcenter 2 2690 2000. Sin cargo en tiendas The Knife (Eurocentro). Stock limitado,
0 Comentarios