*Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión THE RESISTANCE WEBZINE.
1972. “Frank Zappa and the Mothers were at the best place around, but some stupid
with a flare gun burned the place to the ground…”, rezan las primeras
líneas del megaclásico “Smoke On The Water”, cuyo éxito y trascendencia a
través del tiempo en realidad va mucho más allá del célebre riff con que el
Hard Rock y el Heavy Metal de las eras venideras se forjarían hasta lograr
su(im)perfecta forma. Unos meses antes de su publicación como parte del insuperable
Machine Head, el 4 de diciembre de 1971 fue una fecha marcada a fuego en la
memoria de los cinco componentes de Deep
Purple, una de las bandas más influyentes de Inglaterra y el mundo durante
casi cinco décadas. Frank Zappa se presentaba con su banda The Mothers of The Invention en el casino de Montreux (Suiza) y el
quinteto de Hertford se encontraba presente como público (Mountreux fue el
lugar elegido para grabar su sexta placa y el recinto ubicado en las orillas
del lago Geneva era el lugar donde los ingleses llevaban a cabo las sesiones
iniciales de grabación). En plena presentación del combo estadounidense, cuando
Don Preston se apresta a demostrar sus habilidades en el sintetizador con un
solo en plena ejecución de “King Kong”, alguien del público dispara una
bengala, la cual impacta en el techo cubierto de ratán (palmera trepadora de tallo
delgado y elástico). El casino en su totalidad es consumido por el fuego y, si
bien no hubo pérdidas humanas que lamentar, los Mothers quedan impotentes por la desastrosa pérdida de su equipo
técnico. Sin embargo, el impacto psicológico generado en los cinco Purple –Roger Glover participó en las
tareas de rescate y, posteriormente, se adjudicaría la autoría de un título
que, hasta hoy, sigue provocando eco hasta en las generaciones recientes- es
severo: la catastrófica destrucción de su base de operaciones los deja en una
situación incómoda –con el estudio móvil de los Rolling Stones arrendado a un precio complicado de costear en ese
momento y sin un lugar dónde grabar- que logran sortear con éxito gracias a la
ayuda del productor de eventos Claude Nobs –fundador y organizador del
prestigioso Montreux jazz Festival-, quien les consigue el (casi) abandonado
Gran Hotel de la ciudad, luego de una serie de intentos frustrados debido a la
reticencia por parte de la comunidad. Lo demás es historia conocida.
2010. Chile, 10 de noviembre,
Teatro Caupolicán. Anthrax vuelve a
nuestro país luego de 12 años, esta vez con formación titular y con el retornado
Joey Belladonna al frente. La convocatoria generada resulta todo un éxito y las
entradas se venden como pan caliente. El evento, bajo el nombre Big Metal Fest,
además de los neoyorkinos, incluye a Sepultura
y los nacionales de Dorso. Sería una
jornada inolvidable y con el plato de fondo desplegando un espectáculo que
pasaría a la historia tanto por la irrefrenable entrega de los músicos sobre el
escenario como por la reacción del público, con la centrífuga humana provocada
por el mosh barriendo con todo a su paso tras el estallido inicial de la mano
de "Among The Living". Un momento que marcaría aquella noche se
produce en plena ejecución de “Indians”, cuando la banda comienza la sección
del ‘War dance’. Scott Ian, de pronto, da la ‘orden’ de detener todo y se
dirige al público para decirles que el moshpit, según él, es demasiado “marica”
para un concierto de Anthrax. En
otras circunstancias –y quizás en otro país, ante otro público- las palabras
del ahora calvo guitarrista hubieran sonado provocativas y perfectamente
habrían sido objeto de polémica, pero para los fans locales era el incentivo
necesario para demostrar que eran los fans más locos y desquiciados del
planeta. Tres años después, en el marco de una nueva visita, y en el mismo
recinto, la banda aprovecha de registrar el DVD Chile On Hell, un documento con que la banda fundada en 1981
le relata al mundo cómo es y se siente la experiencia en vivo en este rincón
del orbe.
Distintos casos y situaciones,
diferentes épocas ,y sus protagonistas dejaron, cada uno, huella para sus
respectivas generaciones. En el primer ejemplo expuesto, un desastre de
proporciones terminó inspirando un himno del Rock y la cultura popular,
mientras en el siguiente, la entrega de la fanaticada local –con bengalas incluidas-
se volvió una característica que los neoyorkinos rescataron y resaltaron como
parte de nuestra naturaleza local, al menos en lo que respecta a lo que nos
mueve, el Rock n’ Roll, el Metal en todas sus formas. La reciente visita de Anthrax a nuestro país llamó la
atención de los medios especializados de Europa y EE.UU. y no precisamente para
felicitarnos ni admirar el ardor de la “sangre latina”. “La cosa más estúpida
que hemos visto”, señalaba Kerrang en sus líneas, mientras Metalsucks –al menos
para quien escribe, por poco faltó que enviaran agentes del FBI, una cosa es
generar consciencia y otra es el alarmismo con que los medios masivos a veces nos
obnubilan- hablaba de una hoguera, con la foto de la bengala adjunta denotando
un infierno de terror y caos en su máxima expresión.
El debate se ha abierto y el
repudio hacia el uso de fuegos de artificio en eventos masivos, de cualquier
manera, es entendible y con justa razón. Si bien en nuestro país no se ha
registrado casos de los que se tenga conocimiento en lo que respecta a eventos
musicales de alta convocatoria -en Argentina, todavía duele la tragedia
ocurrida en el centro de eventos Cromañón durante un concierto del grupo Callejeros (2004) y el reconocido grupo
La Renga decidió prohibir
drásticamente el uso de fuegos de pirotecnia artesanal en sus presentaciones
luego del accidente que le costó la vida a uno de sus seguidores durante un
concierto brindado en La Plata, producto de una herida mortal en el cuello
causada por una bengala (2011)- , los accidentes producto de quemaduras con
fuegos artificiales resultan, lamentablemente, una historia de nunca acabar
durante las festividades de fin de año. La manipulación irresponsable de estos
artefactos deriva en accidentes de extrema gravedad, provocando quemaduras y/o
heridas de extrema gravedad, incluso la muerte. Lo más alarmante es que, de
acuerdo a estadísticas oficiales, los menores de edad son los más afectados,
por lo que es más que comprensible la reacción quienes son padres de familia.
Ante aquello, rebatir el peligro de los fuegos de artificio no tiene sentido y
tiene mucho que ver con el nivel de empatía que mostremos ante algo tan severo
como la integridad de nuestros seres queridos.
Dezaztre Natural 2017-Teatro Cariola
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A mis treinta y tantos años,
referirme a las bengalas como muestra de que “somos el mejor público del mundo”
–¿no les suena conocida esa frase?- sería, en buen chileno, “peinar la muñeca”
–conozco gente de mi edad que se compra esa entelequia y la repite como loro,
les encargo la vergüenza ajena-, un desatino ante un mundo de posibilidades
mucho más amplio que lo que solemos ver en las frases para la galería
despachadas por nuestros “héroes” solo para quedar bien con el público de turno
en cada país o ciudad donde vayan a tocar. Tampoco sería honesto de mi parte asumir
el papel de inquisidor –somos “campeones olímpicos” del repudio y el castigo
social ante algo que no nos parece políticamente correcto, las cosas por su
nombre- y poner el grito en el cielo porque las veces que he estado en eventos
musicales y apareció la bengala, se me escapó una sonrisa del porte del Ed
Force One. De lejos, por supuesto –razones obvias-, pero sonreí. Ya sea en un
concierto o en el fútbol, con la hinchada ejerciendo un protagonismo que
fascina por el espectáculo visual y sonoro, y, a la vez, genera desconfianza
por quienes componen esas organizaciones que se esconden detrás del deporte y
el aliento durante los 90', pero que jamás te deja indiferente. Una cosa es
segura y negarlo sería mentirnos a nosotros mismos: en este rincón del planeta
al menos, somos más locos que la cresta y nos gusta creernos el cuento.
Nos creemos el cuento del ritual,
el de la misa negra y el altar con la “víctima” lista para ser sacrificada como
ofrenda a los dioses de la Tierra y el infierno –leer y redescubrir la obra de
H.P. Lovecraft hace bien para la mente y el alma, de vez en cuando-, con la
banda ejerciendo como sacerdotes presidiendo la ceremonia mientras el público
aporta al espectáculo como feligreses poseídos por una fuerza espiritual que
bordea entre lo angelical y lo demoníaco, aunque lo segundo termina
prevaleciendo de manera casi natural. Renegamos del Dios cristiano impuesto a
sangre y fuego por el invasor europeo desde hace cinco siglos, pero la
naturaleza humana (?) nos impulsa a construir y elegirá nuestras propias
divinidades humanas, estén en el mundo de los vivos -todavía- o cocinando su
plan de venganza en el mismísimo infierno. Y eso es aquí y en la quebrá del
ají. No creemos en ningún Dios inventado por los humanos, pero Hendrix, Lemmy y
Ozzy conforman una Sagrada Trinidad a la cual estamos dispuestos a defender con
nuestras vidas. Una curiosidad: Rob Halford nunca se autoproclamó “Metal God”,
pero el track incluido en el seminal British
Steel bastó para coronar la reputación de Judas Priest como íconos supremos del Heavy Metal -solo los
elegidos logran adquirir aquella categoría, siempre bajo la obra y gracia de un
ser superior al que, al final, siempre terminamos llamando Dios, para bien o
para mal-, un género que, hasta antes de la publicación del mencionado LP en
1980, solo se limitaba a la música y nadie se imaginaba, en ese entonces, que
terminaría siendo elevado a la altura de una creencia religiosa como el propio
cristianismo. Pese a la universalidad obtenida por el género desde su
concepción, la imagen del veterano cantante inglés besando el pabellón patrio
durante su presentación en 2001 como invitado especial de Iron Maiden en la Pista Atlética –postal inmortalizada en la
portada del magnánimo álbum en vivo Live
Insurrection- quedó grabada a fuego en la memoria colectiva. ¿Acaso a
alguien se le ocurrió cuestionar tamaña muestra de cariño por parte de una
‘divinidad’ humana hacia nosotros como país en ese momento? La respuesta está
en uno mismo.
Nos creemos el cuento del caos,
la locura y el desastre. Somos locos por naturaleza y cuando alguien nos
“admira” por ser los más desquiciados del planeta, tendemos a responder con el
doble de salvajismo, al punto de dejar de lado nuestra capacidad de raciocinio
para regirnos solamente por el instinto, como las bestias a las que solemos
dominar y temerles a la vez. Desde las inolvidables veladas con Anthrax durante la década en curso,
hasta esa mítica noche de Marzo de 1997, cuando Pantera debutaba en nuestro país en el Velódromo del Estadio
Nacional –abriendo las presentaciones de la gira sudamericana de la reformada
alineación clásica de Kiss- con una
descarga de poder y agresividad que se tradujo en un set repleto de bombazos de
Metal altamente inflamable y la reacción cavernícola de los fans que no dudaban
en lanzarse ‘volando’ sin importar lo que le pasara al de al lado o adelante,
postal que se repetiría al año siguiente en el entonces Teatro Monumental, sin
que supiéramos, en ese momento, que pasaría a la historia como la segunda y
última ocasión de los de Texas. Para qué hablar de Kreator, Cannibal Corpse, Sodom, Tankard, Deicide, Destruction, Morbid Angel, Nuclear Assault, Napalm Death, Suicidal Tendencies, Exciter,
Overkill (la lista es infinita, eso
está claro)...Brujería! Ni siquiera
las visitas de Slayer –sobretodo en
2006, con alineación original y, cómo no, la infaltable bengala como epítome de
una masacre sónica aún recordada por quien escribe esta nota- y las tres veces
que Carcass ha pisado suelo nacional
merecen análisis profundos porque en todos estos casos la reacción fue la
misma, aunque en distintos grados. Y ya que mencioné a Slayer,y si la memoria no me falla, recuerdo la bengala que cayó a
unos metros de donde estaba -sin nada que lamentar, por suerte- durante aquella
memorable carnicería en el Velódromo, así com los moretones que me gané al
pasar de un mosh a otro en la cancha durante la presentación más reciente. Y
no, no es una "experiencia" para relatar con felicidad como si fuera
un concierto de U2 o las versiones de Lollapalooza realizadas durante la década
presente.
Nos creemos el cuento de la brava,
la ‘choreza’ de los barrios bajos y el aguante. Además de las letras,
“adoptamos” esa particular costumbre que tienen los argentinos de corear los
riffs con la misma intensidad que cualquier coro de estadio o más que eso. El
“aguante Megadeth” proferido por toda la multitud en “Symphony of Destruction”
debe ser, por lejos, la mejor evidencia sobre nuestra actitud en un concierto
cuando se trata de manifestar apoyo incondicional, sin importar si el nuevo
material a promocionar resalta el bajón creativo presente luego de décadas
batallando en la carretera o que el repertorio sea casi el mismo después de 4 o
5 visitas al hilo y año tras año. Adoptamos a ojos cerrados esa actitud de la barra
brava del fútbol, no importa si somos del Colo o la U. Además de las bengalas,
los lienzos –o “trapos”, como quiera llamarlo-, las banderas y los cánticos al
estilo de las hinchadas argentinas se volvieron parte de una escena que terminó
mimetizándose con el ambiente futbolero porque simplemente, queremos demostrar
que tenemos más “huevos” que nadie en el mundo “y no me importa nada, vieja!”. Si
creen que exagero, entonces pregúntenle a los fans de La Renga qué significa para ellos cada “banquete”, como suele
denominar la familia renguera a cada concierto presidido por los de Mataderos. Por
cierto, fue precisamente un sujeto con actitud de barra brava quien, aquella
noche de diciembre de 1971, provocó aquel desastre que despertaría el genio de
cinco músicos ingleses de manera traumática. Curiosamente, durante ese mismo
1971, unos meses antes, Octubre para ser exactos, Pink Floyd editaba el sublime Meddle,
trabajo que incluía esa nebulosa balada llamada “Fearless”, la cual destaca por
el audio sobreimpuesto de la hinchada del Liverpool cantando el himno del club
–conocida tradicionalmente como “You Never Walk Alone” en la cultura popular
británica- entablando de inmediato una singular asociación mental entre el Rock
de corte más vanguardista y el fútbol, más por el intrínseco carácter machista
-y la consiguiente aversión por parte del público femenino- que por la
relevancia de su esencia (arte y deporte).
Nos creemos el cuento de la
revolución, el de la violencia combatida con la violencia, el “fuego contra
fuego”. La mirada alborozada de Tom Morello y los demás durante aquel
inolvidable y caótico 11 de octubre de 2010, cuando Rage Against The Machine pisó por primera y única vez un escenario
chileno –Estadio Bicentenario de La Florida- y el público ubicado en la cancha
general invadió el sector preferencial como un maremoto humano frente al cual
todo sistema de seguridad resultó inútil, habla tanto como los testimonios de
quienes fueron testigos y partícipes de lo que ocurría en ese momento. El
evento, presentado bajo el nombre de “The Battle of Santiago” -autorevelador en
todo sentido-, terminó erigiéndose como la epítome de la rebeldía rockera ante
la división de sectores y los excesivos precios de las entradas, dejando en
claro que lo que ocurrió esa noche se veía venir de cualquier forma, como un
suceso revolucionario similar a la Toma de la Bastilla por el pueblo de París
en 1989. No queremos más abusos por parte de las productoras y si hay que
pasarse ‘a la mala’ nos pasamos. Sin embargo, y viéndolo desde el otro lado,
como ocurre en todo “proceso revolucionario” donde la violencia se vuelve
prácticamente, el conducto regular a seguir, las “avalanchas” sobrepasaron los
límites de todo lo permitido, en que la lucha de ideales terminó deformándose
en el facilismo y la sinvergüenzura por parte de quienes vieron en esta serie
de incidentes un método efectivo para entrar gratis a cualquier evento internacional,
tanto en el ámbito del Metal como dentro del Punk. Lamentablemente hubo que
esperar a que la tragedia detonara para que tomáramos consciencia sobre esta
clase de “costumbres” y así fue en abril de 2015, cuando el concierto de los
británicos Doom en el club Santa
Filomena se vio empañada por la muerte de tres personas y 12 heridos, producto
de una violenta turba que se aprestó a entrar al recinto pasando a llevar tanto
la nula seguridad existente como la integridad de quienes habían pagado su
entrada para disfrutar del espectáculo. Paradójico: la música en vivo es un
lujo y el espíritu de “lucha social” aparece justo cuando viene "la banda
favorita" y la billetera anda famélica. Podríamos pensar un poco al
respecto pero los "revolucionarios" no pensamos ni nos medimos, sino
que nos dejamos llevar por el impulso, porque somos luchadores, no estamos
dispuesto a que nos pasen a llevar, sacamos la bestia que llevamos adentro
cuando creemos necesario y nos gusta que recalquen ese sentido de consciencia
social que nos aflora…en ciertas ocasiones y cuando nos conviene.
Nos creemos el cuento de que
somos “el mejor público del mundo”. Bruce Dickinson nos asegura, sobre el
escenario del Nacional, que somos el público más fiel y prendido de Iron Maiden en todo el planeta y caemos
redonditos. Gene Hoglan le cuenta a una reconocida webzine que tocar en
Santiago con Testament u otra banda
es una locura, algo que no se da en otras partes del mundo de igual manera.
Mikael Åkerfeldt, durante cada presentación de Opeth en nuestro país, saca a colación su encanto por el vino
chileno, como ocurre con una infinidad de celebridades internacionales, y
caemos rendidos a sus pies porque el vino de nuestro país es insuperable y nos
hace distintos respecto al resto del mundo. Somos el mejor público del mundo,
no importa si durante los ’90 sacábamos a relucir nuestra reputación como
'cultura rockera' tapando a pollos a Ozzy Osbourne durante su primera visita a
suelo nacional, en el marco de Monsters of Rock realizado en 1995, la misma
jornada en la que, minutos antes, Mike Patton decidió empaparse sin asco ante semejante
muestra de cariño y aprobación por parte del respetable. Somos los mejores del
planeta, al punto de enrostrarle al argentino, en un mismo evento, que son unos
muertos de hambre y que las Malvinas las perdieron por hue… Somos el mejor
público del mundo porque en países Suecia el mosh y el stage-dive son algo
raro, hacer eso en una tocata Thrash Metal no debe ser mal visto (?) pero no es
algo a lo que allá deben estar acostumbrados respecto a estas latitudes. Somos
el mejor público del mundo porque coreamos los riff y los golpes de batería
aunque la banda en cuestión lleve 60 años de carrera y se esté cayendo a
pedazos por su evidente senilidad. Somos el mejor público del planeta porque
les demostramos cariño a nuestra manera, no importa si a nuestros
"héroes" les incomoda nuestra histeria de calcetineras porque
suponemos que nunca dirán nada desagradable respecto a nosotros.
Y finalmente, nos gusta creernos
el cuento de que somos los más metaleros del planeta. Hubo un tiempo en que
Brasil y Argentina eran las paradas principales de los grandes actos
internacionales, con Chile apenas relegado a un tercer lugar, como pasó en el
Mundial de 1962 realizado en casa. Y fue esa frustración la que nos hizo
creernos el cuento de que la frustración por no poder tener de vuelta a AC/DC en suelo chileno y las dos décadas que separan el debut y el
retorno de The Rolling Stones a
Santiago -tomando en cuenta solo casos recientes- nos volcarían hacia los
sonidos más extremos y las sonoridades más crudas y brutales. Una banda como Cannibal Corpse, por ejemplo se
aseguró, desde hace veinte años, su condición de local en este lado del planeta
-en Argentina al menos, el Death Metal no goza de la misma difusión que acá o
en Brasil- y sabiendo que sus controvertidas portadas y letras les ha valido la
inmisericorde censura en países cultural y económicamente más desarrollados
como Alemania, en esta angosta franja de tierra no solo les manifestamos
nuestro cariño, sino también le demostramos nuestro fanatismo desbocado por la
música extrema a nuestra manera. Sean bandas de Death Metal, Heavy y Thrash,
Black Metal, Power Metal, Folk-pagano, etc. la consigna es respirar, comer y
cagar Metal y exponerle aquel sentimiento a las bandas que bajan desde
Escandinavia, Gran Bretaña, la península Ibérica, Europa Central y, obviamente,
Norteamérica, hacia el sur del Globo, un continente que, hasta hace cuatro
décadas, permanecía ignoto ante los ojos del 'Primer Mundo' del Rock. Ni hablar
de Chile, un país que, en palabras de nuestros héroes provenientes de otras
latitudes, brinda una experiencia sorprendente en lo que respecta al fanatismo
a niveles que sobrepasan toda racionalidad. Y volviendo al ejemplo de AC/DC, ante la imagen de la banda
liderada por los hermanos Young remeciendo un River colmado hasta la bandera y
registrando todo para lo que sería su DVD editado al año siguiente, tuvimos la
suerte de que Iron Maiden haría lo
mismo un par de años después durante el histórico concierto brindado en el
Estadio Nacional Julio Martínez Pradanos. Un registro que, de alguna manera,
nos recordó la naturaleza metalera de un pueblo que, en palabras de un
recordado dirigente del fútbol nacional, no tiene nada pero lo hace todo. Accept, Motörhead, y los mismos Anthrax
siguieron los mismos pasos y documentaron su paso por esta jungla salvaje e
indómita llamada Chile.
Para bien o para mal, nos creemos
el cuento. Y es probable que el 'estúpido' que provocó la tragedia en el casino
ubicado en una tranquila ciudad de Suiza hace más de 45 años, también se lo
creyera, sin medir las consecuencias de su 'cagazo' y generando, al mismo
tiempo, algo más grande que la vida misma, como también se lo creen quienes
prenden bengalas en conciertos rockeros/metaleros en señal de aguante y actitud
brava. Y cuando se desencadene la tragedia como ha pasado en otros rincones
como al otro lado de la Cordillera, ¿seguiremos creyéndonos el cuento de que
somos los fans más desquiciados del orbe?
ESCRITO POR: CLAUDIO MIRANDA
1 Comentarios
Excelente reseña histórica y social. Creo que seguiremos siendo losás desquiciados a nuestra manera, sin copiarle a nadie. Ya es parte de nuestra idiosincrasia metalera..
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