Debo confesar que me cuesta escribir esta nota sin sentir rabia, pena, frustración. Nunca pude ver en vivo a AC/DC. Tenía apenas 12 años para cuando los australianos brindaron en 1996 lo que sería su primera y única visita a nuestro país y para un niño de esa edad, por mucho que sea su entusiasmo por el viejo y querido Rock n’ Roll –al menos de lo que conocía en esos años-, el poder adquisitivo puede ser tan desfavorable en mi caso como lo contrario para quienes tuvieron la suerte de poder asistir con sus padres, hermanos mayores o cualquier familiar. Poco más de una década hubo que esperar para cuando se anunció el histórico regreso a Sudamérica, confirmando dos conciertos en Buenos Aires y uno en Sao Paulo. Sin embargo, el Estadio Nacional se encontraba en proceso de remodelación. La banda australiana pedía como requisito el recinto deportivo más grande del país para llevar a cabo su presentación y, ante la negativa de la administración del lugar, y pese a las numerosas manifestaciones por parte de la fanaticada local, quienes contaban con los recursos suficientes pudieron viajar al otro lado de la Cordillera. Para quienes estábamos estudiando y en época de exámenes finales, hubo que masticar el sabor de la derrota.
Les pido disculpas si les doy la
lata con esta introducción algo personal, pero la reciente partida de Malcolm
Young es algo que me cuesta digerir como a muchos quienes vimos todos los
valores del Rock n’ Roll en lo que representaba AC/DC a nivel de sonido, imagen y discurso. Nada de temáticas
rebuscadas ni pretensiones vanguardistas en su arte. La consigna es solo Rock
n’ Roll, pasarla bien, conocer chicas y todo lo que conlleva –lo que transmite
el riff de “Whole Lotta Rossie” es tan excitante como el relato del eterno Bon Scott-
como y, lo más importante, dedicarte a lo que te gusta, demostrar sobre el
escenario de qué estas hecho y mandar al carajo cualquier formalismo que luzca
cabello corto y peinado y sacarte de una vez por todas la camisa y la corbata.
Es cierto que Bon Scott encarnaba
hasta la médula los principios del Rock n’ Roll como estilo de vida y filosofía
inquebrantable, lo cual se notaba no solo en su puesta escénica –arriba del
escenario y en la vida real también-, sino también en su particular desempeño
vocal registrado en estudio con una soltura única. Nada en contra del
incombustible Brian Johnson, pero Bonny era único en su especie. Tampoco
podemos negar que Angus Young, más allá de su exquisito y tremendo dominio con
las seis cuerdas, jugó un papel importante en la estética de una banda que nos
recuerda que en cada riff y solo de guitarra, aflora el niño que fuimos alguna
vez. Pero debe ser por motivos más estéticos que musicales que la figura de
Malcolm Young –séptimo de ocho hermanos, mientras Angus es el menor del clan-,
ha sido opacada de manera injusta. Porque si bien su puesta en escena parecía
relegada a su rincón respectivo sobre el escenario mientras Angus y Bonny -o
Brian, como quieran- se encargaban del espectáculo, el guitarrista nacido en
Glasgow cumplía su función como generador, cerebro y alma de una agrupación
cuya esencia radicaba en riffs electrizantes, pegajosos y moldeados con una
mezcla de buen gusto con la agresividad propia del Rock en su faceta más dura y
desenfadada.
En un mundo donde quienes se
están iniciando en la guitarra aspiran a adquirir la destreza técnica de los
Satriani, Vai, Gilbert, Friedman y Malmsteen, y los fans alucinan con la imagen
de instrumentistas que tocan la guitarra ya sea de espaldas o con los dientes
cual malabaristas-al estilo de Jimi Hendrix o Zakk Wylde-, Malcolm Young le dio
a la guitarra un protagonismo más allá del virtuosismo con aspiraciones casi
sinfónicas y los solos con más pirotecnia que sustancia, factores presentes en
un instrumento icónico y, a menudo, relegado a un papel más estético que
sonoro. Riffs gancheros de alto octanaje, agresividad callejera reforzada por
la sencillez que le valió tanto la devoción acérrima de sus fans como el
repudio de quienes acusaban a los australianos de “componer y grabar el mismo
álbum una y otra vez”. Poco y nada importó todo el revuelo que AC/DC generó a
partir de sus explosión mundial con High Voltage, alcanzando el estrellato con
Highway To Hell y, tras la trágica partida del inolvidable Bon Scott, llegaría la
consagración como referentes supremos del Hard Rock y el Heavy Metal a través
del fundamental Back In Black en los albores de los ’80. Para Malcolm, la clave
estaba en una derecha capaz de darle forma y peso a esos riffs con que los
australianos hicieron mover a todo un planeta algo más que la cabeza y los
pies. Desde el aire pendenciero de “Dirty Deeds Done Dirt Cheap” hasta la
supervivencia en los tiempos modernos con “Safe In New York City”, pasando por
su contribución a la pista de baile con “Girls Got Rhythm”, la pasión
incendiaria de “Let There Be Rock”, la celeridad a prueba de balas de “Shoot To
Thrill” y el puñetazo sónico con que “Rising Power” abre el subvalorado Flick
Of The Switch, uno de los trabajos con que AC/DC se mantenía en la brecha durante
los ’80. De igual manera, los ’90 nos entregaron himnos como “Thunderstruck”, "Fire your Guns” y “Are You Ready” –del superventas The Razor’s Edge (1990)- y “Hail Ceasar”, “Hard As a Rock” y
“Boogie Man” –del refrescante Ballbreaker
(1995), a los cuales debemos sumar “Big Guns”, la destacada
contribucióna la banda sonora de la
película “The Last Action Hero”, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, por
esos años el actor estelar del momento y fan declarado de AC/DC y todo lo que
era el Hard Rock de la época. Algunas son canciones más conocidas respecto a
otras, pero con el sello fundamental de la mano derecha de un Malcolm Young que
siempre apostó a su propia fórmula, sin importar en absoluto lo que dijera la
“crítica especializada”.
En estos tiempos el sweep-picking
y el tapping son casi disciplinas olímpicas para el común de los guitarristas,
conformando una delgada línea entre el virtuosismo y el deporte. Pero cuando le
pones play a un disco primigenio como High
Voltage, Let There Be Rock
o Powerage, se pueden ir a la
cresta con sus malabares disfrazados de “tutoriales para instrumentistas”. Con
Malcolm Young, la guitarra recuperó la esencia de los inicios hace más de medio
siglo, cuando Chuck Berry –a quien Angus Young considera su héroe e inspirador máximo-
apareció en el mapa para enseñarnos cómo se debe tocar la guitarra y, lo más
importante- qué es lo que tiene que hacerte sentir en cada riff y punteo. Nada
de escalas ultra complicadas hechas para arqueólogos musicales, simplemente
pasarla bien y propinarle un combo en la cara a cualquiera que se interponga en
tu camino. Así debe ser el Rock n’ Roll en cuanto a sonido y composición:
puñetero, mala leche, desenfadado pero jamás amigable. Y ante la mirada
inquisidora por parte de quienes los acusen de haberse “estancado” como músicos
y entelequias de similar calibre...lo sentimos, eligieron a la banda equivocada. Pido disculpas si les
parece muy duras mis palabras, pero imposible evitar proferir exabruptos
mientras escribo estas líneas y con Let
There Be Rock -mi favorito de toda la vida, en su edición
internacional, con “Problem Child” ocupando el lugar de “Crabsody In Blue”, el
corte incluido en la edición australiana- retumbando los parlantes del equipo
con esa fuerza machacante que, de pronto, cuesta creer que, luego de cuatro
décadas, siga pisando fuerte como el monstruo más temible del que jamás se haya
obtenido registro.
No me referiré a la deteriorada
salud del malogrado guitarrista durante los últimos 5 años, menos al intento de
Angus por mantener con vida sobre los escenarios un legado que, después de más
de cuatro décadas, se ha sabido defender por sí solo., porque simplemente, nada
de eso le hace justicia a real importancia que tuvo AC/DC en nuestras vidas. En mi caso, imposible olvidar cuando me
hice del Let There Be Rock -el
golpe inicial con “Go Down” te puede cambiar la vida de un momento a otro, y
vaya que lo hace hasta hoy- y Live
–con “Shoot To Thrill” y otros clásicos en su versión definitiva, a gusto de
quien escribe esta nota- en cassette y, más tarde, del épico “No Bull”, el
concierto registrado en la Plaza de Toros de Madrid durante la gira del
aclamado Ballbreaker –el mismo
que pasó por acá a fines del ya lejano 1996- y del cual recuerdo el impacto
inicial con “Back In Black”, la esfera gigante derribando de un planchazo la
edificación de la escenografía y la entrada del bueno de Angus con reverencia
inicial incluida para dar inicio al espectáculo. ¿Cómo dejar de lado esos
recuerdos de infancia y adolescencia en torno a estos sujetos que, pese al
carrete acumulado, siempre rockearon como veinteañeros y sonaban, literalmente,
como cañón? Y por cierto, más allá de las preferencias personales, las cosas
como son: otros desde Mötley Crüe, Guns N’ Roses y otros extintos como Motörhead hasta referentes del Metal en
su faceta más extrema como como Slayer,
Cannibal Corpse, Napalm Death y Deicide, pasando también por los héroes de la era moderna como
ocurre en el caso de Airbourne,
banda australiana que, durante poco más de una década, ha sabido rescatar los
valores de un género que no transa en absoluto. Puede sonar cliché, pero en un
mundo globalizado donde muchas veces la única manera de sobrevivir y seguir
adelante es transar con lo que solemos llamar “sistema”, pocos han sido capaces
de imponer su propia ley contra todo y contra todos. Y si no fuera por AC/DC, nada de eso hubiese sido
posible, sobretodo en una sociedad en la cual el cabello peinado, la camisa y
la corbata constituyen una imagen políticamente correcta y ante la cual no
queda otra que someternos para poder tener una “vida normal” (casarse, tener
hijos, un trabajo y vida normales…cómo no).
Lo dijo Bonny hace más de cuatro
décadas: el infierno no es un mal lugar para estar. El mismo infierno a donde
Malcolm concretará su reunión con uno quien llegó a hacer de las suyas hace rato y que hubiese
terminado allá tarde o temprano yd e cualquier forma. Por ahora, dejémonos de
tanta despedida lacrimógena y pongámosle play a nuestros vinilos, CD’s y
casettes. Desde este mundo cada vez más sucio y podrido, gracias por tu sonido
y la enseñanza que nos dejaste en vida: dejemos que se haga el Rock 24/7. Buen
viaje a través de la autopista que nos conduce a donde todos iremos tarde o
temprano. For those about to Rock…WE SALUTE YOU, MAL!!
Escrito por: Claudio Miranda
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