Hace tres décadas, a mediados de los años '80, un movimiento musical
de origen subterráneo tomaba los mejores elementos de la artillería pesada del
Heavy Metal -Judas Priest, Iron Maiden, Motörhead- para combinarlos con la velocidad
desbocada -y la actitud callejera, sobretodo- del Hardcore-Punk, marcando la
reinvención de un género que no tardaría en tomar tintes revolucionarios. Con Metallica y Slayer al frente de esta nueva oleada de bandas, el Metal daba un
paso hacia adelante a nivel de velocidad, volumen, letras y, sobretodo, actitud
escénica. A diferencia de la postura prefabricada con que Mötley Crüe, Ratt, Bon Jovi y Poison lograban posicionarse como
estrellas exitosas gracias a la plataforma proporcionada por medios como MTV,
el aspecto intimidante de bandas como Metallica,
Slayer, Exodus, Nuclear Assault, Dark Angel Kreator y Testament. Jóvenes malcarados, borrachos y malhumorados. Pantalones
con rodillas peladas, zapatillas y camisetas roñosas. Es cuestión de ver las
imágenes de Metallica en la
contraportada del angular Kill 'Em All,
donde la mirada desafiante y pendenciera de cada uno de sus integrantes dejaba
en claro que esta especie de Heavy Metal renovado tenía como objetivo arrasar con
todo y con todos.
Desde New York, surgiría la
banda que marcaría una excepción a la regla dentro del género. Para el joven
guitarrista Scott Ian, fan acérrimo de Kiss
y a quien los primeros dos discos de Iron
Maiden los deslumbraron de entrada, Anthrax de alguna manera debía marcar
la diferencia respecto a lo que ocurría en su entorno. Si bien la banda, desde
un inicio, compartía con los de Los Angeles el objetivo/deseo de devastar todo
a su paso, el distintivo a nivel de imagen y sonido se haría sentir tras el
debut con Fistful Of Metal. La
llegada del cantante Joey Belladona -en reemplazo del saliente Neil Turbin-, marcaría
un hito a nivel de sonido y Spreading
The Disease (1985) se encargaría de reflejar una propuesta que
priorizaba las melodías certeras y el groove de corte más 'bailable' por sobre
la crudeza incendiaria con que sus colegas se hacían un nombre en la escena.
Pero los neoyorkinos, todos músicos autodidactas y dotados de una versatilidad
que les permitiría abrir caminos años más tarde, no tardaron en forjar
definitivamente lo que sería su marca registrada, ya sea para gusto o disgusto
de los seguidores de un género que, a diferencia de sus enemigos del glam, sí
se tomaba en serio el asunto del Metal, no como una forma de hacer dinero, sino
más bien una vía de expresión con la cual podías gritarlo y patearlo todo.
Editado en 1987, Among The
Living develaba un universo creativo que intercalaba crítica social,
referencias a personajes de comics, humor negro y sentidos homenajes a leyendas
de culto contemporáneas cuyas vidas sucumbían de manera trágica. La producción
a cargo del prestigioso ingeniero Eddie Kramer -reconocido por su trabajo con
Jimi Hendrix a fines de los '60 y, más tarde, hombre clave en el éxito obtenido
por Kiss durante la década
siguiente- le otorgó a la joven banda neoyorkina una identidad que, pese a
asomar con fuerza irrefrenable en el álbum del '85, encontraría en su tercera
placa la consolidación. Guitarras filosas y, a la vez, retorcidas como la mente
de un asesino desquiciado, todo aquello reflejado en el soberbio trabajo
desempeñado por el propio Scott Ian y el pequeño Dan Spitz, un guitarrista cuya
baja estatura era inversamente proporcional a sus prodigiosa maestría en las
seis cuerdas. Una base rítmica que hace y deshace a gusto sin decaer la
intensidad de su groove un solo ápice. Y lo que hace Joey Belladonna en el
álbum, simplemente te deja sin habla. Un cantante cuyo fanatismo por bandas
como Journey, pese a los prejuicios comunes del género, le valió una importancia
desequilibrante en el andamiaje sónico de una agrupación que, al menos sobre el
escenario, encarnaba ese sentimiento de fiesta -Scott Ian y su fanatismo por Kiss, era que no- con que el Thrash
Metal dejaba de lado los dogmas y podía ser algo mucho más que caras enojadas y
agresividad 'mala leche'.
El inicio oscuro y peligroso
del corte que titula la placa se siente intimidante, pendenciero, con ganas de
meternos en problemas y buscar camorra con quien se pare en el camino. Y casi
cerca del minuto y medio, la velocidad y la agresividad aumentan. Charlie
Benante y su doble pedal provocando un movimiento telúrico, al borde del
cataclismo, mientras Frank Bello no solo lo secunda en la base rítmica, sino
además refuerza el peso con que los neoyorkinos salen a matar o morir. "Follow me or die", no hay más
opciones. La letra encarnando el sentimiento de infección con proporciones
apocalípticas, más aún inspiradas en la novela The Stand, del eminente Stephen
King...¿Qué más Anthrax que tamaña influencia a nivel de letras? Por cierto, el
coro hacia el final, inevitable levantar el puño y bramar con furia, como un
grito de guerra.
La siguiente "Caught In
A Mosh", debe ser, por lejos, EL reflejo de lo que significa Anthrax en vivo y en estudio. Sí, por
igual, un llamado al mosh, estés solo o acompañado. Tienes que ser muy amargado
y grave como para no reaccionar ante tamaña muestra de velocidad, melodía y
sentimiento al borde de la infección. Para quienes no entienden lo que provoca
la música, quedar atrapados en un mosh debe ser una pesadilla, algo molesto. A
la gente seria y grave le horroriza tamaño ritual, incluso dentro del mismo
género. Pero para quienes saben que el mosh es sinónimo de diversión metalera
y, al mismo tiempo, un desafío al status quo, es un momento irrepetible y
obligatorio en cada concierto de Anthrax.
Dijimos que en Among The Living, las referencias
al mundo del comic estaban presentes y un corte como "I Am The Law"
simboliza ese espíritu adolescente que pocas veces es tomado tan en serio come
en realidad debiese ser. El corte inspirado en el famoso comic "Judge
Dredd" -personaje a quien Stallone terminara destrozando con su actuación
en la película del mismo nombre, estrenada durante mediados de los '90-, ha
permanecido de manera estable en los set en vivo y no es para menos. Desde el
riff inicial que te prepara para la dura realidad hasta ese groove acechante
del cual es imposible escapar por muy lejos que corras. Recuerdo haber
escuchado a un amigo hace muchos años
decir que no le gustaba Anthrax
-refiriéndose especialmente a este disco- por ser una banda "pa'l
carrete". Yo al menos no
pondría "I Am The Law" para
amenizar alguna fiesta en casa, pero sí recuerdo las veces que puse el cassette
en mi walkman y al llegar al track mencionado me creía invencible, nada más
placentero que pararte frente a los demás con esa rudeza que solo el mejor
Metal del mundo te puede dar de manera siempre honesta y natural. Eran tiempos
de adolescencia, pero también se puede aplicar en la vida adulta. ¿Quién dijo
que esto del Metal es solo una "etapa"? Ni hablar del coro, plantarte
frente a tu enemigo y decirle a la cara "YO SOY LA LEY!". Parece
cliché, pero decirle eso en la cara a alguno de nuestros "amigos" de
verde...simplemente épico. Agresividad e inteligencia, la actitud del Metal.
La referencia al legendario actor y comediante
John Belushi -muerto por sobredosis en 1982- se hace presente en
"Efilnikufesin (N.F.L)", uno de los mejores ejemplos de cómo, además
de diversión, locura y agresividad, se podía respirar esa sensación de
dramatismo con inyección de adrenalina con que Anthrax pasó a ser sinónimo de Speed Metal hasta la médula.
Guitarras retorcidas, un Joey Belladonna que nos relata una historia de éxito y
excesos, siempre dejando en claro que el homenajeado, pese a su trágica
partida, está todavía con nosotros, pues mirarlo actuar era divertido, como
reza la letra. Terminando el lado A del vinilo/cassette, la muralla
inexpugnable de "A Skeleton In The Closet" resume de manera magistral
las virtudes expuestas por el quinteto, en especial de Frank Bello, un 'todo
terreno' en las bajas frecuencias, quizás no un genio a la altura de
contemporáneos como Cliff Burton, pero sí una pieza fundamental en el sonido de
los neoyorkinos, compacto, directo y versátil en todas sus líneas.
La cara B del álbum no puede comenzar de la mejor manera. Una
batería ejecutando un ritmo tribal, guitarras en plan 'paralelas' para mutar en
un estallido de Speed Thrash Metal químicamente puro, con el bajo omnipresente.
"Indians" debe ser, por paliza, EL himno de los neoyorkinos. Lo tiene
todo. Una letra comprometida con la causa indígena -perfectamente aplicable acá
en nuestro país, específicamente en la Araucanía-, un coro que, por la misma
razón, TIENE QUE ser entonado levantando el puño -a veces no hay que ser una
banda de estadios para componer algo así, tan grande y épico a la vez-, una
estructura musical digna de analizar, un aire combativo que invita a enfrentar
a todo tipo de autoridad establecida. Y lo mejor de todo: el momento de la
danza de la guerra...WAR DANCE!!! Hay canciones que son para cabecear, otras
para el mosh y el baile. Pero desde que Frank Bello y el propio Scott Ian se
despachan ese salvaje grito de combate al unísono, queda claro que no hay
vuelta atrás. 'Matar o morir' es la consigna en Among The Living -y en toda la discografía de Anthrax, incluyendo los trabajos
editados con el impecable John Bush allá en los '90- e "Indians" es
la prueba irrefutable de cómo el Thrash Metal pasó de ser un movimiento
underground a una revolución sociocultural en todo sentido.
Luego de tamaña descarga de
adrenalina, la placa llegaría a su recta final, de la mano de una tripleta de
bombazos que, pese a no alcanzar la notoriedad del resto de la placa, mantiene
la atmósfera 'zombiezca' de la placa hasta el final. Primero tenemos "One
World" y sus coros escupidos con furia desbocada, casi gritándote a la
cara. ¡Qué manera de escupir versos y coros, por Dios! Luego seguimos con
"A.D.I. - Horror of It All", cuya intro de corte árabe muta de
inmediato en una ráfaga de aire fresco que no cesa por un solo instante. Y como
broche de oro, "Imitation Of Life" se alza como el final perfecto para un disco de Speed Thrash
que se precie como tal: con el pedal del acelerador hasta el fondo y disminuir
la velocidad solo para dar rienda suelta a sus pasiones psicóticas, con Dan
Spitz imponiendo su sello característico en sus solos.
Siempre estará la discusión entre los fans
respecto a cuál es el mejor disco de Anthrax,
al menos si nos remitimos a su 'era dorada'. Además de Among The Living, Spreading
The Disease y el más oscuro y serio Persistence
Of Time parecen inamovibles en el podio, incluso con el disco del '90
erigiéndose como la placa que marcaría el rumbo a tomar durante la década
siguiente, aunque para ello sería necesaria la partida de Joey Belladonna y la
llegada de John Bush para lograr la sorprendente evolución con que los
neoyorkinos darían que hablar, incluso entre quienes jamás pensaron que había
algo más que un cliché. De todas maneras, y a tres décadas de su lanzamiento, Among The Living se mantiene
vigente, un manual de cómo ver el mundo en medio del infierno que nos envuelve
a diario. Y por cierto, nunca antes ni después Anthrax estuvo en su mejor forma como hace treinta años exactos.
Escrito por: Claudio Miranda
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