Es
(casi) imposible imaginarnos cómo sería el presente del Metal Extremo sin Slayer. "Reign In Blood" (1986), su placa definitiva,
marcó un punto de quiebre, un hito en lo que sería el género, con la velocidad
al máximo y una vibra de violencia al borde de lo censurable, suficiente para
allanarle el camino al naciente Death Metal, el Thrash llevado al siguiente nivel.
La revolución liderada por Metallica
tenía una contraparte tan distinta como válida para la misma causa: mientras "Master Of Puppets" (1986)
denotaba una ambición artística inusual en esos terrenos, "Reign In Blood" se encargo de rebanar cuellos y acribillar
a millones sin misericordia.
Que "Reign
In Blood" es un disco insuperable e influyente hasta hoy, eso no vale la
pena siquiera rebatirlo. Pero hubo un momento en que Slayer pasó de ser una banda de Thrash Metal a una institución que
estableció sus propias reglas. Superar la velocidad esquizoide del trabajo
editado en 1986 era imposible, pero también fue el momento para exponer su
esencia más allá de tocar rápido y la rabia infrahumana con que Tom Araya
vomitaba lo peor de nosotros como seres humanos. Por ende, la aparición de "South Of Heaven" (1988)
hace tres décadas fue la prueba irrefutable de que había algo más allá de lo
evidente. Menos sangriento que su antecesor pero tan retorcido como la mente de
un psicópata o un asesino en serie.
Más
allá del éxito obtenido al momento de su lanzamiento, hubo un momento en que la
mano de un joven Rick Rubin -productor y dueño del sello Def Jam-fue
determinante al momento de resolver los problemas internos bajos los que Slayer
sucumbía en medio del repentino éxito. Durante la gira promocional del aclamado
"Reign In Blood",
Dave Lombardo acusa irregularidades económicas que poco y nada reflejaba el
profesionalismo adquirido en ese tiempo, por lo que renuncia y su lugar es
ocupado por el baterista de Whiplash
Tony Scaglione. La banda se dispone a trabajar en el nuevo material y no duda
en buscar a alguien que ocupe la vacante del saliente Lombardo, pero la visión
de Rubin es tan certera como drástica: el músico de origen cubano es una pieza
irremplazable en el esquema de Slayer,
por lo que su retorno es un hecho. Y así sucedió al momento de volver al
estudio y los ensayos.
Si
hubiera que definir en una frase lo que significa el cuarto LP de los
californianos, lo primero que se nos viene a la mente es una caída hacia lo más
profundo del abismo que separa la supervivencia -mal llamada "vida"-
del inminente destino al cual todos estamos sujetos. La intro que da apertura
al álbum y al track-título, el fiel retrato de una mente degenerada, derivando
en una composición cuya vibra rememora el horror sofocante y lodoso de Black Sabbath en los años '70. El genio
de Jeff Hanneman -la pareja que conformaba junto a Kerry King, influencia
máxima para todo guitarrista de Death y Thrash Metal durante las próximas
décadas- se expone como un lienzo de sangre y maldad repelente para las almas
inmaculadas, mientras Tom Araya no solo debuta como letrista, sino también nos
presenta una evolución en sus gritos, enfocado en más en la melodía sin
sacrificar un ápice de la ira que expele en cada verso. En tanto, Dave Lombardo
se erige como un baterista de primer nivel, ratificando sus pergaminos como
músico fundamental en el género pero siempre aspirando a romper esquemas en
favor de la música. Pegada le sigue "Silent Scream", pisando el pedal
del acelerador pero sin perder el control ni un solo instante. Un 'pequeño'
recordatorio que la velocidad disminuyó pero es Slayer en su máxima expresión, arrasando con todo y con esa dosis
de maldad tan real como en el trabajo concebido casi dos años antes. "Suffocation, estrangulation, death is
fucking you insane!", vocifera Araya, amenazante cual Jason Voorhees con machete en mano acechando
a sus víctimas, mientras la dupla Hanneman/King ejecutan su tarea asesina de
manera certera, sin dejar sobrevivientes.
"Live
Undead" y "Behind The Crooked Cross" mantienen en alto el horror
que transmite la placa durante sus 35' de duración, dándole la razón a quienes
sabían de antemano que Slayer no necesitaba escribir canciones rápidas para
arrasar con todo lo que se interpusiera en su camino, más aún cuando hay sed de
sangre y deseo de muerte presentes en cada uno de sus componentes. Al mismo
tiempo, "Mandatory Suicide" se muestra mucho más
"accesible", aunque solo para abordar el tema de la guerra -la
versión en vivo, incluida en el supremo "Decade Of Aggression: Live" (1991), está precedida de
una dedicatoria a "todos nuestros amigos que volvieron con vida del Golfo
Pérsico"- una realidad que golpeaba como nunca a la sociedad
estadounidense. Y recalcamos el trabajo vocal de Tom Araya al momento de
susurrar, de manera siniestra y sin muestras de esperanza, potentes líneas
como: "Mines explode, pain sheers
through your brain...". Aquel
trauma psicológico con que los sobrevivientes de la guerra deben lidiar de por
vida, desata su efecto comenzando el Lado B del disco con "Ghosts Of
War" -tremenda y mortífera intro!, precediendo la dolorosa realidad-,
reafirmando la virtud que posee Slayer
de retratar el mundo real: un lugar carente de felicidad, donde reina el
sufrimiento y la muerte es el único alivio a todo mal.
La
batería descomunal de Dave Lombardo en la apertura de "Read Between The
Lies" debiera ser un manual para todo aquel que quiera dedicarse al
instrumento en el Metal, no solo en el Thrash.
De la misma forma Jeff Hanneman y Kerry King se consagran como una de
las duplas guitarreras definitivas de todo el Metal, de igual forma que en
"Cleanse the Soul", odiada por el propio King por tener un riff de
apertura muy "happy" (?). Llegando a la recta final, nos encontramos
con una versión corrosiva de "Dissident Aggressor", original de Judas Priest, influencia fundamental en
todo el género y presente en el ADN de King y Hanneman, quienes no dudan en
rendir homenaje a Glenn Tipton y K.K. Downing a su manera. Para el cierre, una
espeluznante "Spill The Blood" sonorizando la más terrible de
nuestras pesadillas y dejándonos de rodillas ante nuestro nefasto e inminente
destino.
"South Of Heaven", en
poco más de media hora, nos presenta lo mejor de una banda que, pese a sus
"limitaciones", sabía exactamente lo que hacía y hacia dónde iba. El
batatazo obtenido con "Seasons In
The Abyss" (1990) no habría sido posible sin antes explorar sus
capacidades y probarse como creadores y dueños del infierno que pasaría a
develarse como tal en nuestro paisaje cotidiano. Tal como reza el título, no es
casual que ese mismo infierno se haya originado al sur del Cielo. Y como lo
refleja su portada, lo que parece prometernos "vida eterna" es solo una
máscara que esconde el verdadero tormento que aproxima. Las fronteras se
expanden pero la amargura, el odio y la pérdida se mantienen firmes como
principios en este mundo condenado a arder por la furia divina.
Te recordamos que Slayer se despedirá de su fanaticada chilena en el festival Santiago Gets Louder junto a Kreator, Anthrax y Pentagram.
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