Si las dos ediciones anteriores del festival Santiago Gets Louder marcaron un hito en todo aspecto, la de este año no podía ser menos, aunque enfocada notoriamente en los iconos generacionales y estilísticos. Un cartel quizás acotado en cantidad, pero rico y bien nutrido en cuanto a historia e influencia. No se puede resumir de otra forma el legado de Judas Priest como la epítome del Heavy Metal en su esencia, tampoco el de Alice In Chains como baluarte para una era en que el Rock duro retomaba sus raíces primitivas y se sumergía en una niebla depresiva que le devolvió al género su razón de ser. Si le sumamos el debut del supergrupo Black Star Riders y el currículum de los representantes locales, el peso resulta incuestionable.
Con puntualidad suiza, a las 16:30 los chilenos de Temple Agents dieron el puntapié inicial con su propuesta arraigada en el sonido post-grunge, emulando en parte a instituciones del Rock de los '90. Potentes, siempre mirando de frente y atacando con riffs fogosos en su concepción, bastó mediahora para que impusieran sus términos sin discusión. Comienzo apabullante para esta presente edición, denotando un bagaje que les ha permitido trascender fuera de las fronteras locales.
TEMPLE AGENTS
BLACK STAR RIDERS
RECRUCIDE
CRIMINAL
ALICE IN CHAINS
Si bien hubo espacio para la década en curso, la misma que ve a los de Seattle reclamando el trono que adquirieron hace dos décadas por derecho propio, la presencia del definitivo "Dirt" (1992) dejó más que satisfechas a las más de 15 mil almas que repletaban el recinto ubicado en el Pqe O'Higgins. ¿Cómo permanecer impasibles ante la tormenta riffera con que la clásica "Them Bones" y "Damn That River" generan estragos entre los fans de toda la vida y los que recién se integran a este mundo con cierto parecido a la realidad? Ni hablar de "Angry Chair" o el final con "Rooster", ambas encarnando la apoteosis del Rock más fangoso y portando el estandarte de una era turbulenta.
En medio del repaso por la etapa 90-96 -irrepetible, las cosas como son-, "Never Fade" y "The One You Know", ambas del citado "Rainier Fog", encajan en el set de manera fluida, con la frescura propia de una agrupación que, concretada su reunión hace una década atrás, mira al pasado sin los excesos de antaño pero rescatando la crudeza con que el Rock en los años '90 reflejó las inquietudes y frustraciones de una juventud que veía en la música un escape a su entorno gris. La ráfaga puñetera de "We Die Young", el groove reptante de "Man In The Box", la sutileza blusera de de "Heaven Beside You", una "Down In A Hole" cantada a todo pulmón por las 15 mil personas que se apropiaron de este corte como si fuera un himno de toda la vida... Alice In Chains se respira y siente en los poros, una cualidad que trasciende por sobre cualquier etiqueta ajena a su propuesta atemporal.
A las virtudes baterísticas del mencionado Sean Kinney -lo que hace en "No Excuses", una mezcla de elegancia y potencia que no cesa de hacer escuela-, debemos mencionar el aporte de Mike Inez en las bajas frecuencias, aportando al peso sónico con que el cuarteto de Seattle oscurece todo a su alrededor y, a la vez, le imprime a la música el peso suficiente como para sacudir el recinto en un santiamén. Respecto a Jerry Cantrell, la figura que representa a nivel de sonido y presencia perfectamente se sitúa a la altura de su influencia más notoria: Tony Iommi. La vibra sabbáthica con que AIC llamó la atención hace más de un cuarto de siglo, se mantiene con la clase propia de un experimentado que no tiene miedo en mirar atrás, aunque con el temple propio de los veteranos.
Y qué podemos decir de William DuVall, a una década de su ingreso? De partida, su aporte como cantante y guitarrista aportan al sonido de Alice de manera enriquecedora, al punto de permitirse compartir labores en las seis cuerdas con Cantrell -ambos marcando diferencias a nivel de estética y personalidad, pero enfocados en un mismo objetivo-, muchas veces rayando lo 'hendrixiano', pero amoldándose al ensamblaje con la espontaneidad que terminó por convencer a toda una generación que pensaba que, tras la trágica partida del entrañable Layne Staley en 2002, toda posibilidad de retorno quedaba sepultada. Craso error: cultor y dueño de un sello personal que seduce en base a talento y experiencia, DuVall la tiene clara respecto a lo que quiere el fan de toda la vida. Una voz que se eleva a lo alto como también denota la humanidad propia de quienes saben que de qué trata el asunto del Rock pesado en su forma más pura y honesta. Como lo es el sonido de Alice In Chains en su concepción y esencia.
JUDAS PRIEST
Tras el estallido inicial que titula la placa editada este año, "Running Wild" y "Grinder" -ambas inéditas en el set para los fans locales-, nos transportan de inmediato a la edad de oro del género para culminar con una matadora versión de "Sinner", el pasaje ideal para que Richie Faulkner, un tipo que derrocha carisma y experticia técnica por toneladas, despliegue todas sus facultades en las seis cuerdas -secundado por Andy Sneap, con quien comparte labores solistas en algunos pasajes sin decaer un solo instante el poder llameante de la música-, dejando en claro que no hay mejor homenaje que ser uno mismo y asumir tamaña responsabilidad como un honor que muchos quisieran tener para sí mismos. Y vaya qué lo hace, a su manera y preservando un legado que trasciende todas las barreras existentes. Por otro lado, las recién salidas del horno "Lightning Strike", "No Surrender" -de fondo, la imagen de su respectivo videoclip y con Glenn Tipton "presente" a pesar del Parkinson que obligó su retiro temprano de las giras- y "Rising From Ruins" se instalan inmediatamente como auténticas 'Declaraciones de Principios', en un set diseñado para el fan más exigente y el que recién comienza a adoptar el Heavy Metal como estilo de vida y forma de pensar.
Así como "Desert Plains" y "Turbo Lover" se las ingenian para transformar el recinto en una pista de baile, la desbocada "Freewheel Burning" y la marcial "Hell Bent For Leather" -el rugido de la Harley Davidson montada por el incombustible Halford, una postal que no mengua su impacto entre los fans- desatan la locura y la centriífuga humana con que el Metal impone su superioridad y arrasa con todo lo que se interponga en su camino. Con el eterno bajista Ian Hill y el eximio Scott Travis en la batería, la solidez con que Priest se desenvuelve en sus terrenos resulta tan escalofriante como la hermandad que hacen de la emoción -"Night Comes Down"- y la ferocidad del Metal -"Painkiller"- una mezcla de la cual es imposible abstraerse. Menos con un Rob Halford que, a sus 68 años, le da cara al paso del tiempo como solo él sabe hacerlo. Como ese viejo crack a quien el desgaste apenas parece hacerle cosquillas.
Con el 'Metal God' encabezando el ritual, y en pleno dominio de sus facultades como cantante y frontman, los de Birmingham apuestan a ganar en cada pasaje, transitando entre los coros de estadio de "You've Got Another Thing Comin'" y la hecatombe planetaria de "Painkiller". La tripleta final, a cargo de "The Hellion"/"Electric Eye", "Breaking The Law" y "Living After Midnight", no hizo más que poner el broche de oro a una presentación que, pese a la sensible baja del querido Glenn Tipton, superó hasta las expectativas del fan más pesimista. Eso es el Heavy Metal, el Rock pesado en su esencia, tal como pregona "No Surrender"; no tirar la toalla, siempre mirando adelante y hasta donde nos dé el cuerpo. Está la promesa de volver nuevamente, pero el tiempo tendrá la última palabra, por razones obvias. Una cosa es segura: el fuego de los clásicos arde como nunca en el inevitable ocaso, lo que equivale a un desafío tan titánico como el nombre de la criatura con que ataca y aniquila sin dejar sobrevivientes, tal como lo resume el arte de la portada a cargo del destacado ilustrador chileno Claudio Bergamin. Grandeza en su máxima definición.
Galería
Fotos: Diego Pino
Escrito por: Claudio Miranda
0 Comentarios