#DeCulto - Led Zeppelin y el estallido que arrasó con todo


 Pocas veces la frase "aquí empezó todo" tuvo tanto sentido en un disco debut, presentándonos a un artista/conjunto en plena forma e iniciando de entrada una revolución que hasta hoy genera ecos transversales en todas sus líneas. Y en el caso de Led Zeppelin, ese principio es incuestionable, sobretodo si se trata de una agrupación cuyo gran mérito desde el comienzo fue ir más allá de la imagen y dar el gran paso hacia algo que se venia gestando de la mano de héroes como Jimi Hendrix pero que solo los británicos lograrían con éxito rotundo.

 En una época donde The Beatles daba sus últimos coletazos -y de qué forma!, The Who se encontraba ad portas de consagrarse como maestros del Rock conceptual y los Rolling Stones iniciaban su ciclo más exitoso a nivel discográfico, el debut homónimo de Led Zeppelin no dejó indiferente a nadie. Una placa repleta de música furiosa y pesada, grabada literalmente en vivo y echando fuego desde el inicio. Lo que insinuaba el propio Hendrix con la guitarra un par de años antes, Zeppelin lo aplicaba en su totalidad: cuatro músicos desplegando sus capacidades al tope y más allá, forjando un sonido derivado del blues y el Rock n' Roll pero con una fuerza sobrehumana y poniendo a prueba los equipos de amplificación de aquellos años. 

 Por supuesto, vamos con un poco de historia, siempre necesaria: en 1968, Jimmy Page llevaba un par de años tirando del carro de su banda The Yardbirds. Luego de abrazar la psicodelia en su momento álgido, retomaban el camino del blues de los inicios. Sin embargo, para entonces la banda en la que alguna vez militaron Eric Clapton y Jeff Beck, se caía a pedazos y Page se encuentra en una situación imposible. La disolución de The Yardbirds deja al guitarrista con los derechos del nombre de la banda y debe recurrir a una nueva alineación para realizar una gira por el norte de Europa debido a las obligaciones contractuales pertinentes.

  El primero en acudir al llamado de Jimmy Page fue un viejo amigo y prometedor músico de sesión: John Paul Jones, un intérprete con formación académica -al igual que el propio Page- y que se hará cargo del bajo, aunque su aporte instrumental en esta nueva formación irá más allá de lo imaginado. El siguiente en subir a bordo iba a ser en un comienzo el cantante Terry Reid, pero éste rechazaría la oferta del guitarrista, aunque no sin recomendarle a otro joven dotado de una voz hecha para cantar y escupir blues, un adolescente Robert Plant, con quien Page compartía el amor por la música y la orientación hacia la vieja guardia del género. Completando el cuadro, y en desmedro del baterista B.J. Wilson -comprometido con los sinfónicos Procol Harum a pesar del interés de Page-, un viejo amigo de Plant se hacía cargo de los tarros: John Bonham, un baterista cuya pegada y sonido no tardarían en hacer escuela para toda una generación.



   Con la nueva formación ensamblada y rebautizada como "The New Yardbirds", la gira por Escandinavia resulta un éxito. Sin embargo, un "cese y desiste" por parte del ex cantante de la banda Chris Dreja obliga a un cambio de nombre de manera urgente. Es en ese momento cuando, según cuenta el biógrafo Keith Shadwick, el querido Keith Moon, el extravagante baterista de The Who, en alguna reunión con Page, Jeff Beck y el bajista John Entwistle -su compañero en The Who- se refirió a un posible supergrupo como "un globo de plomo que se va cayendo a pedazos" -"going down like a lead balloon"-. a lo que Entwistle replica con un lacónico "un zeppelin de plomo". Lo que Moon pronunciaba como una broma sobre un posible desastre, Page lo toma como una motivación extra: adopta la figura del dirigible zeppelin por su grandeza y modifica la palabra "lead" a "led"... Led Zeppelin nacía surgía como la combinación perfecta de pesado y ligero, combustibilidad y gracia. El diseño que Page tenía en su mente cobraba forma real y el 25 de septiembre de 1968, a las 11 P.M., comenzaban las sesiones de lo que será el debut homónimo en los estudios Olympic de Londres, el mismo recinto en que Hendrix, The Who y, posteriormente, David Bowie y Queen gestaban sus obras maestras.



  El impacto provocado desde su publicación el 12 de Enero de 1969, es evidente en todas sus líneas, partiendo por la portada a cargo del diseñador George Hardie, uno de los componentes del grupo Hipgnosis -el mismo colectivo que trabajó con Pink Floyd-, y a quién debemos atribuirle el hecho de reflejar en su arte el fuego implacable de la música. Una portada directamente inspirada en la foto que Sam Shere le tomó al "Hinderburg" en su vuelo inaugural en New Jersey el 6 de Mayo 1937, con el vehículo en llamas y desencadenando una tragedia aeronáutica de dantescas proporciones. Por otro lado, aquella conversación coronada con el chiste de Keith Moon -y el "remate" de John Entwistle- mutó en una visión escalofriante sobre lo que debía ser el Rock n' Roll: una fuerza abrumadora cuyo poder de fuego no podía ser sofocado. Tanto Hendrix como Cream/Clapton se habían acercado a un modelo similar, con gran éxito a nivel de popularidad pero, de alguna u otra forma, sus días estaban contados. En 1968, Blue Cheer desataba el infierno al otro lado del Atlántico con el crudísimo "Vincebus Eruptum" y Black Sabbath terminaría traspasando el umbral de lo permitido en el '70, llevando la música a un terreno prohibido hasta entonces. Pero solo Led Zeppelin pudo llevarlo al siguiente nivel en toda su plenitud: guitarras flameantes y destilando sangre por doquier, voces repletas de pasión y lujuria, un bajo que ataca y defiende por igual, y una batería capaz de derribarlo todo con sus golpes descomunales. Todo reflejado en una portada de la cual es imposible abstraerse.


  La explosión de "Good Times Bad Times" abre la placa de manera soberbia, al hueso y sin rodeos. Un martilleo de batería, bajo y guitarra que, en menos de 15'', deriva en una pieza de Rock n Roll pesado, fluido y sigiloso, una montaña que surge de la tierra y genera un movimiento telúrico que causa estragos a su alrededor. Un maremoto de guitarras furiosas coronado por el incendiario solo de Jimmy Page, mientras Robert Plant expone sus credenciales como intérprete de primer nivel y cuyo desempeño vocal da cuenta del sentimiento blusero que corre por sus venas. Y mientras John Paul Jones despliega toda su clase como bajista gracias a su sentido de la técnica en favor de la música, John Bonham -"Bonzo", como será conocido por amigos y fans- nos avisa de entrada quién es la columna vertebral de Led Zeppelin, inventando la vida y dejándola en cada golpe.

  Luego de la atronadora apertura, los decibeles disminuyen -o al menos, eso parece-, con la acústica "Babe, I'm Gonna Leave You". Escrita originalmente por la cantautora americana Anne Bredon a fines de los años '50, sería la versión de la gran Joan Baez la que terminaría inspirando a Jimmy Page y Robert Plant para incluirla en el álbum, resaltando la sutileza inicial y las ráfagas huracanadas con que Zeppelin deja en manifiesto el peso de su música, prácticamente natural y sin ningún aditivo que no responda al de sus intérpretes/creadores. Al mismo tiempo, y como mencionábamos más arriba, el trabajo de Bonzo en la percusión resulta descomunal, un modelo a seguir para toda una generación que empezaba a forjar las bases del Hard Rock y el Heavy Metal en su estado más puro. 



  El Blues de la vieja escuela dice 'presente' con una fogosa versión de "You Shook Me", originalmente grabada por el eterno Muddy Waters a comienzos de los '60 y cuya rendición por parte de Zeppelin grafica de manera conmovedora la unión existente entre Page y Plant, ambos brindando clases de armonía y llevando al siguiente nivel el binomio "voz-guitarra", intercalando aullidos lascivos con guitarras incendiarias y armónicas con sabor a borbón y cerveza. Una banda que, sea componiendo o versionando, echa fuego cual lanzallamas maniático, mientras el aporte de Bonzo resulta tan vital como sorprendente, y John Paul Jones despachándose, entre medio, un solo de teclado al estilo de los sonidos surgidos del Mississippi.



  El lado A del vinilo cierra con la primera gran pieza de los ingleses, la tormenta épica de "Dazed And Confused". El bajo sincopado de Jonesy, complementado por los goteos con que Page da cuenta de su liderazgo absoluto y la aparición de Plant narrándonos sus desventuras personales de manera con sentimiento desgarrador. De pronto, entra Bonzo y el fuego característico de Zeppelin vuelve a sembrar la mortandad total. Pasados dos minutos de música oscura y pendenciera, entre los gemidos espectrales de Plant -el cantante definitivo del Rock n' Roll, por paliza- y el peligro con que asoma la guitarra de Page, el bajo de Jonesy se mantiene constante intercalando espacios con Bonzo. Y así como el anochecer llegó acompañado de una espesa neblina, ésta se disuelve en la mitad de la noche con la metralla que termina por derribar todo cimiento existente en la superficie y culmina con una catarsis sonora, casi orgásmica. Puedes decir lo que quieras respecto a la "escasa" técnica de Jimmy Page -prenderle fuego a la guitarra sobre el escenario como lo hacía Hendrix, no es lo mismo que hacerlo en el estudio- pero lo que ocurre acá es sobrehumano e imposible de analizar con objetividad. Lo mismo Plant, Jonesy, el bueno de Bonzo... Para entonces, la crítica especializada los hacía pedazos pero a ellos les importaba un carajo. Eso era, en el fondo, Led Zeppelin en estado puro.



 La cara B del disco comienza con pura luz, como nos avisa el teclado Hammond de Jonesy al comienzo de "Your Time Is Gonna Come". Una envolvente fusión de gospel-folk, muy al estilo de próceres como Bob Dylan o el mítico cantautor británico Roy Harper, pero con el sello zeppeliano latiendo con un empuje que ya daba que hablar para sus contemporáneos, dándole una vibra espiritual que acentuaría en trabajos posteriores. De inmediato pasamos a la instrumental folk "Black Mountain Side", con Page en la guitarra acústica y acusando la versatilidad sonora con que la frontera que empezaba  a derribar Dylan a mediados de los '60 terminaría desapareciendo en favor de la exploración de sonidos y propuestas que, hasta entonces, parecían disímiles entre sí. Con Led Zeppelin, el Rock no solo renovaba sus bríos, sino también derribaba prejuicios de todo tipo, aunque sin perder la fiereza de su firma.

 Para el ataque puñetero de "Comunication Breakdown", no hay análisis suficiente que pueda describir lo que significó para una generación que, hasta 1969, pensaba que el "My Generation" de The Who era la epítome cuando en realidad era el principio. Soberbio en su concepción, agresivo y honesto hasta la médula, un puñetazo directo al mentón de quienes pensaban que 'todo estaba dicho' en el Rock hace cinco décadas. Los Rolling Stones simbolizaban el peligro a través de la imagen, pero Led Zeppelin encarnó esa sensación en la música, sin pelos en la lengua y sin necesidad de caer en lo banal. ¿Podemos hablar de Metal y Punk sin Page/Plant/Jones/Bonham? Imposible. ¿No te gusta Led Zeppelin?, excelente, porque me siento bien sin ti.

 Y así como en el lado A, la tradición del Blues nuevamente aparece en todo su esplendor, esta vez de la mano de "I Can't Quit You, Babe". Al igual de "You Shook Me", compuesta por el maestro Willie Dixion, pero varía el intérprete: si la primera se la debemos al viejo Muddy, en ésta hay que darle los créditos como intérprete a otro referente del Chicago Blues, el subvalorado Otis Rush. Y ya que mencionábamos el concepto "tradición", nos queda más que claro de dónde bebe Zeppelin sus influencias durante los inicios, sin morir en una etiqueta.

  La posterior asociación a los orígenes del Heavy Metal y el tridente que conformaría junto a Deep Purple y Black Sabbath a comienzos de los '70 tienen razón de ser, pero a Page y Plant siempre les incomodó esa etiqueta, sobretodo tras la disolución a comienzos de los '80, cuando el Heavy Metal se consagraba como sucesor del Hard Rock de la década anterior a pesar de su condición de "hijo bastardo" en palabras del difunto Lemmy Kilmister. "Nos gusta el blues, al estilo de los viejos tiempos, no tenemos nada que ver con eso que llaman 'Heavy'", parecen decirnos a la cara. Zeppelin seguía un camino similar al de los Stones como puristas y guardianes de los sonidos del alma, pero con más volumen, más peso y crudeza y, lo más importante, más serios y atrevidos en sus intenciones. La seriedad hizo de Zeppelin un gigante en su esencia, una bestia a la que debíamos temerle.

 Y para terminar la placa, la segunda pieza central del disco, la más larga -8 minutos y medio de duración- y la que terminaría por definir el camino del Rock para las siguientes generaciones. Hablamos de "How Many More Times", un monumento a la grandilocuencia pero siempre bajo los códigos por los que se rige esta máquina infernal llamada Led Zeppelin. No hay nada que no se haya dicho de Bonzo a estas alturas, pero lo que genera su unión con el binomio Page/Plant es misticismo puro. La comparación con los Stones, nuevamente, es inevitable: mientras "Beggars Banquet" (1968) daba cuenta de un trabajo tan rico en matices como elaborado en su producción, Zeppelin apostaba por registrarlo todo en directo y remarcando una atmósfera de peligro que, al menos para Mick Jagger y Keith Richards, era solo un juego. Todo lo contrario para Zep, un equipo humano y artístico que se lo tomó en serio y plasmó ese sentimiento en el plástico como nunca antes se había hecho. Eso es Heavy Metal, una etiqueta que Page y Plant rechazan hasta hoy pero que encaja por lo que significó en un contexto marcado por las revoluciones, los movimientos estudiantiles y los vientos de cambio que soplaban sin compasión a nivel cultural y social.

  Un punto a considerar es el de los créditos de composición, donde llama la atención la casi nula presencia de Robert Plant. Esto debido a una situación contractual que le impidió figurar como una de las mentes de la placa, pero poco y nada empaña su despliegue como intérprete y figura. Y es que fue su voz la que lo convirtió en figura y referente absoluto, trascendiendo estilos y épocas como solo saben hacerlo los grandes de verdad. La imagen del "Golden God" se fraguaba partiendo por su esencia y marcaba un nuevo estándar para los cantantes de Rock de la época.

  El movimiento telúrico provocado tras su publicación fue de proporciones únicas, con el cuarteto girando por Europa y EE.UU. y ganando reputación como acto en vivo de alta magnitud. Cream -con Eric Clapton consagrándose como una "divinidad" de la guitarra para los ingleses-, el propio Jimi Hendrix, los mencionados Blue Cheer, unos consagrados The Who, los renovados Rolling Stones, incluso The Beatles en las últimas antes de bajar la cortina -"Helker Skelter" tapando la boca de quienes dudaban de los 'Fab Four' y su capacidad de rockear duro y a todo volumen, hermoso-, todos aportaron de alguna forma a reinventar un sonido que ya, en esos años, se resistía a permanecer inerte. No olvidar a The Kinks y la distorsión con que el riff de "You Really Got Me" conformaba los primeros rayos de sol en el amanecer del Rock duro. Pero fue con la aparición de Zeppelin que nos dimos cuenta de que eso de que "todo está hecho" no es más que una falacia ordinaria. Y quienes pensaban que esto era una simple "coincidencia", cómo se habrán cagado de miedo cuando en octubre de ese productivo '69, "Led Zeppelin II" aparecía en los estantes y disipaba todas las dudas respecto a lo que ocurriría a partir de la década del '70 y las siguientes hasta hoy.

  En menos de una década, Led Zeppelin forjó un legado que, hasta hoy, se mantiene vigente, al punto de que la etiqueta "Rock clásico" resulta una falta de respeto para una institución que le dio al Rock una razón de ser durante medio siglo. Es cierto, los clásicos rigen y esa es una verdad ubicua, imposible negarlo. Pero en enero de 1969, los clásicos de la época tambalearon como nunca con el implacable golpeteo inicial de "Good Times Bad Times" y nadie -salvo The Who y, obviamente, los Stones- pudo librar ileso. Hendrix acababa de editar el ambicioso "Electric Ladyland" (1968), pero no le alcanzaría para hacerle contrapeso a la nave que aterrizaba con fuerza titánica sobre el planeta y una sobredosis terminaría por minar su vida en septiembre de 1970. John Lennon nos presentaba "Revolution" bajo el nombre de The Beatles -¿o viceversa?- y cerraba una era con una sensación de desencanto por una lucha social que se estancó en un sueño de juventud. Por otro lado, la 'escalera al cielo' que le valdría la inmortalidad a Page/Plant/Jones/Bonham ya se estaba construyendo con ladrillos pesados. Tan pesados como el dirigible que se incendiaba en pleno vuelo y cuya proa apuntaba hacia el firmamento en medio del fuego. El mismo fuego que Led Zeppelin dominó a su antojo desde su concepción mientras arrasaba con todo a su paso.


Escrito por: Claudio Miranda

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