Hablar de la importancia de Black Sabbath como los padres de todo un género, a estas alturas parece tan irrebatible como obvio. Que se les atribuya la "invención" del Metal -y con justa razón- obedece al fenómeno con matices de revolución que azotó la década del '70, comparable sólo al éxito de los progresivos King Crimson y la posterior irrupción de unos oscuros Judas Priest. Y al igual que las bandas mencionadas en este párrafo, los Sabs no solo fueron "padres", sino también partícipes de peso en la evolución de un estilo que, a partir de los años '80, se consagró como una rama más de la cultura popular, dentro y fuera del plano musical.
El nacimiento del Metal se sitúa en los albores de la década del '70. La década siguiente sería determinante, al menos en un comienzo, con el género ya golpeando fuerte el puño sobre la mesa y ganándose un respeto que, hasta hace un par de lustros, parecía imposible por parte de los medios y la crítica especializada. Tony Iommi, el "rifflord", afianzaba su título luego de una década de lucha incesante contra sus adicciones y demonios, una constante en la alineación original durante los turbulentos '70. Secundado por sus inseparables compañeros de correrías, el bajista Geezer Butler y el baterista Bill Ward -este último, con una historia aparte que motivaría su partida a fines de 1980-, el hombre detrás del sonido monolítico de Black Sabbath retomaba las riendas para el siguiente desafío, aunque las circunstancias en que se da la jugada influyeron bastante.
A fines de los '70, y con seis sobresalientes LPs -todos clásicos y fundamentales hasta hoy-, Black Sabbath se sumió en una crisis total. "Technical Ecstasy" (1976) y "Never Say Die" (1978), pese a la versatilidad sónica con que los de Birmingham buscaron mantenerse vigentes -el primero, acusando la prominente influencia de Queen-, no tuvieron la fortuna del material anterior y sólo dejaron en evidencia el desgaste creativo con que los Sabs tambaleaban peligrosamente. Excesos, adicciones, demonios internos... Entre todo el caos, Ozzy permanecía a la deriva y se optó por cortar la parte delgada del hilo: Osbourne es despedido y su partida, pese al shock entre los fans, sería suplida de manera magistral, aunque sorpresiva tomando en cuenta lo que vendría después.
Con Ozzy fuera defintivamente, la producción de la 9na placa de Black Sabbath por fin avanzaba unos buenos pasos.
Determinante fue el ingreso de Ronnie James Dio, un héroe con todas sus letras. Tras un breve pero fructífero periplo como parte de los Rainbow de Ritchie Blackmore, el Enano Maldito acepta la oferta de Tony Iommi, quien vio en el menudo tenor al componente determinante en lo que será el 'nuevo' Sabbath. Por otro lado, Ronnie aún estaba a kilómetros del estrellato que se adjudicaría con los años, incluso a pesar de su currículum. Pero su visión del mundo contemporáneo era el ingrediente perfecto para concebir música fresca y destinada a la inmortalidad. Iommi, criminalmente mirado en menos como genio de las seis cuerdas y pionero de un sello imitado hasta el hartazgo durante las décadas venideras, toma nota y junto a sus veteranos compañeros se preparan para el siguiente reto, esta vez mirando y pensando en grande.
Como mencionábamos más arriba, Black Sabbath no se quedó con su aporte a la "invención" de un género en cuestión. También se la jugó por salir de su zona de confort para observar lo que ocurría en las islas británicas, con el estallido de la NWOBHM, el golazo de Judas Priest con el aclamado "British Steel" y la aparición en escena de revelaciones como Iron Maiden, Saxon, Diamond Head y Angel Witch. La consigna era una sola: recordarle a todo un planeta que Black Sabbath estaba más vivo que nunca y aún había mucho por entregar. Eso es en su, esencia, "Heaven And Hell", un documento sobre el estado de salud del que gozaban los padres del Metal cuando muchos pensaban que los de Birmingham ya lo habían dicho y hecho todo.
Bajo la supervisión del productor Martin Birch -futuro hombre clave en la etapa dorada de Iron Maiden y cuyo currículum incluye nombres de la talla de Deep Purple, Rainbow, Whitesnake y Blue Öyster Cult-, "Heaven And Hell" nos presenta a unos Sabbath renovados, con una base instrumental que adquiere nuevos bríos y un Ronnie James Dio en plena forma como cantante y escritor. En el caso de Tony Iommi, el puñete monocromo de "Neon Knights" aparece como la prueba inmediata de un distintivo que se atrevió a dar el salto sin perder su identidad. Estos son los Black Sabbath modelo 1980: rejuvenecidos, con ganas de comerse al mundo y enrostrándote su título como dioses y demonios. De entrada, arremetiendo contra todo y contra todos, pero sin perder el control. O, mejor dicho, recuperándolo tras una época de escasez creativa y adicciones fuera de todo límite.
La metralla inicial de "Neon Knights" era un bombazo de Heavy Metal en su forma más pura, y la siguiente "Children Of The Sea" se encargaría de disipar toda duda respecto a lo que se traían los Sabs en este segundo -aunque breve- ciclo. Una intro acústica que nació de los primeros ensayos con Dio y con la cual Tony Iommi se inscribe definitivamente en la historia de los guitarristas más influyentes de la historia, mientras el bajo de Geezer Butler aporta con una profundidad sobrecogedora. La temática ecológica que Ronnie dibuja a través de su prodigiosa voz -emocitva hasta las lágrimas-, cobra un significado a la altura de la grandeza de la música y solo queda caer rendido ante tamaña muestra de arte. Sí, el Metal es una expresión artística y bajo los códigos de Black Sabbath, se vuelve un dogma inquebrantable.
"Lady Evil" continúa el viaje con su groove vacilón, muy al estilo de AC/DC pero en acordes menores y con el propio Dio aportando con la mística requerida para hacer de la música algo totalmente incorruptible a cualquier elemento que no responda a la naturaleza sabbathera. Por lejos el corte más distendido de la cara A del vinilo, pero su solidez nos convence de lo genial que es en su estructura compositiva y, sobretodo, los licks de un Tony Iommi al tope de sus facultades en las seis cuerdas. Ondero, acorde a la usanza de la época, pero es Black Sabbath en pleno.
El cuarto track del álbum, una obra maestra desde su concepción y cuyo riff principal, más allá de su categoría de 'clásico', resalta un legado que supera las barreras del tiempo en su totalidad. "Heaven And Hell", la canción, no solo es la pieza central del disco, sino también un monumento a la creatividad sin límites. Ronnie James Dio, reiteramos, se encontraba todavía lejos del status de 'leyenda' con que se le conoce hoy, incluso después de su fallecimiento en 2010. Su anterior sociedad con "The Man In Black" en Rainbow y los inicios con Elf, poco peso mediático respecto a lo que se vendría para el pequeño cantante italoamericano con sus nuevos colegas nacidos en Inglaterra.
Centrándonos en la música, "Heaven And Hell" reúne todos los elementos propios de una canción forjada con categoría y con los cuatro Sabs dejándolo todo. Tony Iommi y el riff principal que todos tarareamos de vez en cuando, imposible describir con palabras algo tan sublime y exudante de poder. Ronnie James Dio, un narrador de historias donde la aparente fantasía es una metáfora del mundo real como lo vemos y habitamos: cielo e infierno en pugna por establecer el dominio sobre la humanidad. Respecto al zurdo del inconfundible bigote, el trabajo que se despacha en sus solos dan cuenta de una calidad suprema, como ocurre con sus riffs forjados en fuego y azufre, mucho más pulidos que una década antes y exponiendo una versatilidad asombrosa. "Dicen que la vida es un carrusel, girando rápido tienes que montarlo bien, el mundo está lleno de Reyes y Reinas que enceguecen tus ojos y se roban tus sueños...", nos advierte con severidad el Enano Maldito en la recta final y con el pedal del acelerador hasta el fondo, dejando el alma y heredándola a las próximas generaciones. En vivo, un momento obligado de grandeza hasta la médula, como podemos apreciar en registros de la talla de "Live Evil" (1982), incluso inspirando el nombre que adoptó la formación durante su segundo -y último- retorno a las canchas, durante la segunda mitad de la década recién pasada.
Tomando en cuenta el peso con que carga la cara 1 del LP, la 2 no podía ser menos, partiendo con la electrizante "Wishing Well", un levantamuertos por donde se le mire y cuya sección rítmica, dentro de su aparente simpleza, le da a Bill Ward un merecido lugar como referente en los tarros. El contraste a la luz que irradia esta canción llega de inmediato con esa puñalada en la yugular llamado "Die Young". Una intro con marcada connotación floydiana, con Tony Iommi emulando el blues espacio-lacrimógeno de David Gilmour, para arremeter con una dosis de Heavy-Speed Metal vía intravenosa.
Si el corte anterior es sinónimo de electricidad, acá es fuego y trueno provocando estragos en la mente y los sentidos.
Pletórico e invencible, Ronnie James Dio aprovecha la aparente calma del intermedio para desplegar todo su encanto vocal, llenando cada espacio para inundarlo en luz y vida dentro de la muerte, para después cederle nuevamente su cuota de protagonismo al guitarrista del bigote insigne. Si tuviéramos que graficar con una sola canción la evolución de Black Sabbath y el compromiso férreo con sus discípulos, "Die Young" es la primera que se te viene a la mente. ¿Heavy Metal? ¿Metal Progresivo? Es Sabbath en la cresta de la ola, jugando y goleando en una liga que tanteó detalladamente antes de salir a pista. Y el mensaje que pregona Dio, un mandato proferido con autoridad divina: 'morir joven', que ni los años ni las vivencias marchiten al joven que llevamos adentro. Morir en la nuestra, como lo hizo el Enano Maldito durante su estancia en el mundo terrenal.
Quizás el pasaje más 'sui generis' del álbum sea "Walk Away", cuyo riff parece una rareza de las más insólitas en el catálogo de los Sabs. Prendida, rica en colores respecto a lo que uno se espera de los ingleses y dueña de un gancho irresistible para los gringos. Hard Rock con aire 'americano' y tan festivo que genera amor y odio por igual. Llamativo que no fuera elegida como single... Ni pensarlo, tomando en cuenta que su riff principal se transformaría en un recurso utilizado por la oleada de bandas Glam Metal que se tomaría las radios y las portadas de las revistas de moda durante los '80.
Cerrando la placa, el rito funerario de "Lonely Is The Word" y Tony Iommi despuntando con un trabajo de joyería en la guitarra, mientras Ronnie James Dio se mueve en medio de la oscuridad con que la música se deshace de todo rastro de luz y esperanza. Casi 6' de neblina mortecina, complementada con un teclado que se asoma tenuemente hacia el final. Broche de oro para un trabajo sin puntos bajos, donde nada sobra ni falta. Puede parecer un cliché lo anterior, pero "Heaven And Hell", desde el primero hasta el último corte, es la muestra de que lo especial nace y se hace.
Poco después de su lanzamiento, y en medio de la gira promocional, Bill Ward abandona el barco. La depresión que sufre tras la partida de su amigo Ozzy, adquiere dimensiones preocupantes tras la muerte de sus padres. Sumando a aquello sus adicciones y los problemas personales con sus compañeros de ruta -también se le achaca la falta de química con el recién llegado Dio-, opta por la renuncia y su lugar es tomado por Vinny Appice, quién se hará cargo de los tarros en los siguientes "The Mob Rules" (1981) y, luego de una década, el crudísimo "Dehumanizer" (1992).
A casi cuatro décadas de su lanzamiento, "Heaven And Hell" se mantiene como una parada obligatoria, un imprescindible en cualquier colección de Metal que se precie como tal. Revolucionario, influyente, vertiginoso, épico. Cuando parecían relegados a la categoría de 'dinosaurios', los Sabs dieron el paso necesario para transformar su propuesta en algo real y mágico, menos oscuros que en los '70, pero más consistentes que nunca. El infierno celestial de Black Sabbath es un territorio al que muchos son los llamados y pocos terminan siendo los escogidos.
Escrito por: Claudio Miranda
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