#LiveReview - Graveyard: El clamor de los antiguos espíritus


   No sólo fue un debut esperado desde hace más de una década, sino también la ocasión necesaria para renovar votos con el Hard Rock a la antigua y sumergirnos en un baño purificador de blues y psicodelia en su forma primigenia. El regreso -luego de un breve hiato, hace un par de años- con el aclamado "Peace" (2018) denotó el estado de gracia en que se encuentra la pandilla liderada por Joakim Nilsson, en defensa de los principios de la revolución iniciada hace medio siglo por Jimi Hendrix, Cream y Led Zeppelin. Por ende, el lleno registrado anoche en el club Rock & Guitarras respondía a las expectativas propias de un ritual con fines terapéuticos, sumergiéndonos en un trance de lujuria y pasión sin límite.

   La noche capitalina registró un considerable aumento de temperatura desde el puntapié inicial a cargo de los chilenos de As De Oros, dupla integrada por Carlos Díaz (guitarra y voz) y Ariel Torres (batería). Originarios de Punta Arenas, el blues pesado de su firma echa fuego a través de riffs de alto octanaje y una batería que adquiere matices tribales en el momento requerido. La influencia de leyendas latinoamericanas como Pescado Rabioso -impresión que nos dejan esos pasajes de alta envergadura como la spinettiana "La Solución"-, sale a relucir con soltura magnánima, al mismo tiempo que construye en directo su propia muralla de fuzz, con la solidez propia de los versados en estas lides. 



 Una cátedra magistral de música y sonidos del alma, y una muestra irrefutable de minimalismo en favor del blues como forma de vida y expresión. A veces no se necesita mucho para demostrar de qué están hechos cuando las herramientas están al alcance, sólo encender el Rock y calentar el ambiente con la sensualidad propia de un género invita a actuar más y pensar menos. Por eso y más, da gusto ver y escuchar en acción a As De Oros, encarnando todo lo que quiere y debe ser un género a prueba de modas.

 Tras un intermedio de casi 20', la espera llega a su fin con la aparición de los de Gotenburgo y el primer estallido de psicodelia heavy a cargo de la clásica "Hisingen Blues", la cual da título a su obra maestra del mismo nombre (2011) y con la que Graveyard inscribió su nombre en el mapa. Comienzo de antología para una presentación incendiaria, seguida por "Goliath" -del rabioso "Lights Out!" (2012) y graficando de entrada el puñete con que los suecos imponen términos al mismo tiempo que el público sucumbe ante el embrujo de esos riffs con ADN hendrixiano.



 Con Joakim Nilsson a la cabeza, la prioridad de Graveyard se encuentra en el fructífero presente con que su reciente LP "Peace" (2018) le ha dado la razón a los suecos. La cabalgata infernal de "Walk On" y el martilleo constante de "Cold Love" irrumpen para reafirmar la validez de una propuesta que adopta la evolución como ruta a seguir, pero sin renegar de sus principios. Y así como somos testigos del actual momento que viven los suecos, también nos damos el lujo de revisitar el indispensable "Hisingen Blues" de la mano de "Buying Truth (Tack & Förlat)" y el testimonio desgarrador de "Uncomfortably Numb", por lejos uno de los pasajes más destacados de la jornada, con el público apropiándose de los coros hasta las lágrimas. ¡Cuánta emoción en una sola canción, por Dios! Una cosa es adoptar una sonoridad determinada, otra muy distinta es que esa sonoridad te haga arder la sangre. Eso es y provoca Graveyard en vivo, directo en la médula. 

 La tripleta conformada por "Bird Of Paradise" -con el bajista Truls Mörck en la voz principal-, "The Fox" y la malcarada "The Fox", funciona de manera brillante al momento de levantar la muralla sónica con que el Heavy Blues de Graveyard permanece impertérrito ante todo. Una especie de fortaleza inexpugnable, cuyos misterios se develan en medio de la noche y terminan por echar todo abajo. Bestialidad y sutileza tomadas de la mano y caminando hacia el mismo horizonte.



  El entendimiento de Joakim Nilsson -prodigiosa voz la suya, al igual que inconfundible timbre que intercala la lujuria de Robert Plant con la virilidad de Phil Lynott- con Jonathan Ramm en las seis cuerdas, una clase imperdible de calidad y trabajo en equipo: dos guitarras fusionadas en un solo sentimiento. Por otro lado, la sociedad rítmica conformada por el mencionado Truls Mörck en el bajo y Oskar Bergenheim en batería -su pegada salvaje al estilo del entrañable John Bonham, un deleite!-, se despacha un trabajo de primer nivel como generadora del trueno oceánico con que la música se desnuda sin pudor alguno.   
   
  La última revisión al pasado reciente llega con "Hard Tomes Lovin" y la más punzante "An Industry Of Murder", ambas del notable "Lights Out", la placa con que los oriundos de Gotemburgo barrieron con todos los prejuicios respecto al concepto detrás de sus canciones. Y en el escenario ocurre algo similar, con tamaño despliegue sonoro esparciendo llamaradas por doquier, sin tener que recurrir a ningún artificio externo a su naturaleza. Y el último tramo marcado por "Low (I Wouldn't Mind), "Ain' Fit To Live Here" y "The Siren" resalta como un aviso llevado a la práctica, a pesar de lo breve del show. 



 Una hora y media, aproximadamente, bastó para el primer encuentro con una fanaticada local que respondió al llamado de la naturaleza de las estepas suecas. No sería descabellado, en ese aspecto, pensar en un regreso, un futuro inmediato si es posible. Por ahora, nos quedamos con el significado de esta primera visita: el nacimiento de un vínculo sentimental entre una institución del actual revival de los '70 y un público cuya lealtad a los mandamientos de Hendrix, Clapton y Page se mantiene firme hasta la muerte. Contrario al lúgubre significado de su nombre, Graveyard nos impulsa a descubrir los misterios de un cementerio cuyas criptas albergan a los espíritus que claman por la paz eterna, no sin dejarnos a cargo de un legado destinado a la inmortalidad. 


Fotos: Antonia Cárdenas
Escrito por: Claudio Miranda

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