Es complicado encontrar las palabras exactas
para definir el legado de Joy Division, a nivel musical y artístico. Imposible
desconocer el aporte de los británicos a la oleada post-punk y derivados como
el rock gótico y la música industrial, porque en cada single, en cada canción,
en cada riff, hay muestras de vanguardia fresca hasta hoy. Pero cuando se trata
de hilar fino y recurrir al análisis meticuloso, nos topamos de frentón con una
propuesta incómoda y lúgubre en su naturaleza. El mérito se lo lleva, en gran
parte, una leyenda que partió mucho antes de lo esperado: Ian Curtis, un poeta
trágico cuya voz, sin ser un portento, canalizaba con fluidez un sentimiento de
pérdida irreparable que no daba espacio para sonrisas ni pensamientos
optimistas, sino todo lo contrario.
A la presencia de Curtis como ideólogo y
portavoz de su propia condena, se sumaba el bajo de Peter Hook, un distintivo
sonoro que con solo tres notas puede engancharte a la música en contra de tu
voluntad. Sin duda, Hook era el artífice del sello sonoro con que Joy Division
se erigía como algo más grande que el cliché de la guitarra punk "dos
cucharadas y a la papa" que Sex Pistols instauró durante sus breves 2 años
de vida. Por supuesto, no por ello podemos desmerecer la labor del guitarrista
Bernard Sumner detrás de los soundscapes con que el cuarteto británico rompía
con todos los estándares existentes y por haber, incluso más allá de una
etiqueta como el punk.
Debido a la temprana muerte por suicidio de
Curtis en 1980, Joy Division dejó apenas dos LP en estudio -y una decena de
singles-, ambos igual de influyentes para las siguientes generaciones.
"Unknown Pleasures" (1979) y "Closer" (1980) marcaron el
camino para una generación que veía el amanecer con otros ojos y creció en un
entorno carente de alegría y colores. Desde The Cure y The Sisters Of Mercy,
hasta Paradise Lost y My Dying Bride, todos abrazando la oscuridad en toda su
forma y haciendo de ésta una forma de ver el mundo tal como es, sin eufemismo
que valga. Puede que "Closer" -editado de forma póstuma, dos meses
después del fatal desenlace del legendario cantante- se manifieste como su
trabajo más completo y el más ambicioso a nivel artístico, pero fue el LP debut
editado un año antes el que definió de entrada los patrones de un género que,
hasta entonces, parecía estancarse en una fórmula que no tardaría en consumirse
por el hartazgo.
Necesario situarnos en 1979, con el
movimiento punk en su peak de popularidad y abriendo las puertas hacia otros
sonidos, sin perder un ápice de su identidad revolucionaria. The Clash daba el
gran salto con "London Calling", un trabajo que, hasta hoy, rompe con
todo prejuicio que se le cruce en el camino. John Lydon, liberado de su
turbulento pasado al frente de los ya disueltos Sex Pistols, expone su
orientación avant-garde como líder y voz de Public Image Ltd consagrando su
propuesta con el supremo "Metal Box". Completando el cuadro, The
Damned probó a través de "Machine Gun Etiquette" que el punk y la
psicodelia podían ir de la mano cuando hay un sentido real de experimentación: la evolución sí era posible, y mejor aún si se
trata de satisfacer las necesidades creativas por sobre las de una fanaticada
ávida de otro himno similar a "Neat Neat Neat" y "New Rose".
Ante un panorama regido por la ambición y la
búsqueda como motores creativos, debutaba en grande una banda originaria de
Salford, fundada por dos amigos que decidieron unir fuerzas tras asistir a un
concierto de Sex Pistols allá por 1976. Peter Hook y Bernard Sumner, devotos
fans de David Bowie, forman Warsaw -referencia a una de las piezas
instrumentales que componen el fundamental "Low"- y, al momento de
buscar cantante, se les suma de inmediato un conocido de ambos que respondía al
nombre de Ian Kevin Curtis. Completando la alineación, Stephen Morris se
quedaba con la batería, luego de una extenuante búsqueda de candidatos. Debido
a un conflicto legal por el nombre de la banda, y adportas de grabar su EP
debut, Warzaw se cambia el nombre a Joy Division, inspirados en la sección de
un campo de concentración nazi dedicada a la explotación sexual.
Volviendo a 1979, y un año después de editar
el EP "An Ideal For Living", Joy Division se presentaba en sociedad
recogiendo el testimonio de una generación que no sabía lo que era conformarse.
No solo eso; "Unknown Pleasures" irrumpió como un monumento a la
oscuridad en su forma más cruda, quizás menos depurado que lo hecho
posteriormente pero que a muchos descolocó por el contenido de sus 40' de
música simple y directa, pero no por ello predecible. Si un par de años antes,
la consigna era "No Future", ahora era algo más aterrador y, por
ende, real en toda su extensión. "Estamos cagados". Sí, en primera
persona, sea singular o plural. Y esa sensación no sólo se traducía en la
macabra poesía de Curtis, sino también en la producción con que la música se
transformaba en un arma de opresión mental, una muestra de arte con alta dosis
de incomodidad y desesperanza. Y eso no se logra tocando pentatónicas cual
gimnasta olímpico.
Bajo la producción de Martin Hannett,
"Unknown Pleasures" se muestra como un trabajo desnudo y misterioso a
la vez. Fluido e inteligente, quizás como The Clash pero sin dejarte siquiera
un atisbo de sonrisa como lo hacía Joe Strummer y cía. Es que para sonreir con
la música de los Clash, tienes que estar realmente jodido o, simplemente, no
entender nada de lo que ocurre a tu alrededor. Mención aparte para su portada,
un ícono de la cultura pop a estas alturas y diseñada por Peter Saville -Roxy
Music y Pulp, por nombrar una parte de su currículum-, quien se inspiró en una
imagen que encontró de improviso en un polvoriento volumen de la Enciclopedia de
Astronomía de Cambridge. Una visualización de datos astronómicos reconocida por
su aporte al entendimiento de la ciencia del cosmos por parte de la humanidad. Una
imagen cuya complejidad reflejaba en gran parte la naturaleza artística y
humana de Joy Division, sin caer en pretensiones ni caricaturas absurdas.
El cargado de inaugurar la placa es Stephen
Morris, un baterista capaz de hacer de la simpleza la mejor de las armas,
aunque sin morir en ello. Así es como empieza "Disorder", con Peter
Hook entrando en segundo lugar y sumándose Bernard Sumner con un hipnótico
rifeo en clave Mayor, allanando el camino para que Ian Curtis pronuncie uno de
los versos iniciales más recordados de la música popular: "He estado
esperando por un guía para que venga y tome mi mano...". Deprimente,
autobiográfica, desgarradora... e irresistible, con el sintetizador generando
sonidos de ventisca propios del averno, mientras su acelerado groove señala el
inició de un viaje a través de nuestro infierno personal. "Tengo el
espíritu, pero pierdo la sensibilidad", remata un Curtis desesperado por
no poder salir del hoyo en el que se encuentra atrapado. Un corte perfecto para
sumergirte de entrada en un mundo similar al nuestro, del cual no puedes
escapar, te guste o no.
Las revoluciones bajan con "Day Of The
Lords", pero no así su atmósfera opresiva. Un corte desolador en su
esencia, percusora del Metal gótico que haría furor durante la década del '90.
El tormento personal de Curtis y la epilepsia que lo aquejaba -sumado a un cuadro depresivo que traerá consecuencias-, relatado en
forma alegórica, poniéndonos en la trinchera de batalla y sorteando la
incesante metralla con que la muerte nos acecha sin compasión. "¿Cuando
terminará?", una pregunta autoprofética cuya respuesta llegaría un 18 de
Mayo de 1980. Por otro lado, lo que hace Bernard Sumner en las seis cuerdas es
de antología, prueba irrefutable de que 'menos es más' cuando se trata de
expresar un sentimiento tan real como atroz por definición.
El desamor y la infidelidad conforman el
concepto de "Candidate", un pasaje tan lúgubre como seductor para
quienes pretenden descubrir lo que hay más adentro del tunel. Y esa oscuridad
en que nos sumerge al final del corte, despeja en parte sus secretos al inicio
de la siguiente "Insight" y su mortaja de vacío existencial que poco
y nada tiene que ver con los clichés respectivos. Si hay algo que hizo de
"Unknown Pleasures" y el catálogo de Joy Division en su totalidad, es
lo genuina de su identidad. Al mismo tiempo, el sintetizador chorreante con que
Bernard Sumner se destapa como genio e instrumentista con visión de futuro, se
convertiría en la marca registrada de una agrupación que supo tomar ciertos
elementos del Rock progresivo sin caer en la autoindulgencia propia de un
género que, por esos años, se encontraba en plena decadencia (al menos en Gran
Bretaña).
Culminando
la cara A del vinilo, la grandeza con que se levanta "New Dawn Fades"
trasciende más allá de lo imaginable en la música. Es cierto que Joy Division
siguió un camino contrario al de los próceres sinfónicos de Yes o Emerson, Lake
& Palmer, pero también definió su propia visión de lo que significa
componer piezas épicas. El anti-himno al estilo de Black Sabbath y la
precisión quirúrgica de Krafwerk, dos elementos fundamentales en la construcción
y producción de un relato marcado por el dolor del quiebre sentimental, el fin
de toda señal de reinvindicación personal. "He caminado a través del agua, corro a
través del fuego. Parece que ya no puedo sentirlo"... Musicalmente,
Bernard Sumner despliega todo su genio en la guitarra y ese sonido envolvente
que nos somete al sueño de la muerte, mientras que Curtis se despacha como
cantante una interpretación sobrecogedora.
El lado B comienza de forma similar al
anterior, esta vez de la mano de "She's Lost Control", el relato de
Curtis -emulando al "Rey Lagarto" Jim Morrison, pero sin caer en la
copia- sobre una paciente epiléptica que conoció en el servicio de salud para
el cual laburaba. La "pérdida de control" a la que alude la canción
se refiere a los síntomas de una enfermedad que el mismo cantante conocía de
primera mano y terminaría incidiendo en lo que sería su fatal destino. Perturbadora,
monolítica, con el bajo de Peter Hook en primer plano y poniendo en práctica la
influencia de próceres como Chris Squire, pero llevándolo a un terreno más
directo que el incursionado por Yes. Y es el mismo Hook quien, acompañado por
Morris en los platillos, se encarga del puntapie inicial en
"Shadowplay", otra muestra de minimalismo y creatividad de categoría
máxima. Por cierto, mucha atención al desempeño de Sumners en la guitarra; un
diseñador de túneles y carreteras que nos conducen hacia el dolor como orígen
de la existencia humana.
El groove arácnido de "Wilderness"
-con el bajo como protagonista, Peter Hook no falla- encuentra su contraste en
el vértigo de "Interzone", pero de alguna forma ambos coinciden
respecto a la intención de "Unknown Pleasures" como un catalizador de
ideas y emociones amalgamadas en la visión de Curtis del realismo en su forma
más pura; nada de paisajes floreados, sólo tripas y dolor. El primero se jacta
de un aura siniestra que se expande y avanza sin que nada pueda impedirlo, una
bestia acechando a su víctima. El segundo, en tanto, si bien expone la
naturaleza punk-rock de Joy Division sin aditivos extra, también permite
apreciar las dotes vocales de Peter Hook, secundado en las voces de apoyo por
el propio Curtis. Un detalle que importante de recalcar tomando en cuenta que,
pese a la figura del cantante respecto a la de sus compañeros, los de Salford
siempre se manifestaron como una unidad cuyos componentes aportaban al
ensamblaje por igual.
Culminando el recorrido, un pasaje cuyo
título parece hablar por sí solo: "I Remember Nothing". Tétrica hasta
la médula, con el abrupto sonido de las botellas quebrándose y el sintetizador
de Sumner en un rol protagónico que, de paso, nos daba una idea sobre el futuro
inmediato. Seis minutos de música fúnebre, con el sofocante horror de una
humanidad decadente e imbécil apremiando lo poco y nada que nos queda de
cordura. ¿Qué sería de My Dying Bride y Anathema en los '90-2000 sin una obra
como "Unknown Pleasures"? ¿Hubiera sido posible que Michael Gira
diseñara el esqueleto creativo de Swans sin tamaña influencia? Imposible,
porque a pesar de que lo más "oscuro" que podía existir en el Rock de
los años '70 se reducía a Black Sabbath, fue la aparición de Joy Division lo
que le dio a la música una infinidad de posibilidades respecto a cómo forjar un
sonido taciturno y adelantado a su época.
Además de los 10 cortes que conforman el LP,
es necesario recalcar la importancia vital del single editado tras la
publicación de "Unknown Pleasures". Imposible omitir el peso de la
clásica "Transmission" en el naciente éxito de Joy Division, una oda
al aislamiento personal del mundo real y el engaño de los medios, en gran parte
consentido por nosotros mismos. Delirante e intensa, y una postal legendaria:
la aparición del cuarteto en la TV inglesa interpretando dicha pieza, con
Ian Curtis ganándose las miradas de sorpresa gracias a su recordado baile con
espasmos de locura. En la cara B del single estaba "Novelty", menos
certera que su contraparte pero con la firma guitarrera de Bernard Sumner grabada a fuego.
Una vez en las estanterías, "Unknown
Pleasures" sorprendió de entrada, desde su llamativa portada hasta lo
extremadamente depresivo de su vibra. "Un empujoncito hacia el
suicidio", señaló algún medio respecto a la placa y su contenido, con el
romanticismo del siglo XIX recuperaba su razón de ser gracias al espíritu
urbano con que el punk se expandió como una revolución más allá de la música.
Metafórico, trágico, paranoico, el grito de ahogo que proviene del encierro en
el hormigón de los suburbios de Manchester y que, de alguna forma, dejó
entrever la inclinación hacia el corazón de la oscuridad y los placeres
desconocidos que ésta guarda en su seno. El debut en grande de Joy Division
trascendió, justamente, por esos placeres aptos para una inmensa minoría, con
la muerte y el vacío de la vida caminando justo de la mano hacia el mismo
horizonte.
Escrito por: Claudio Miranda
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