Si ayer comenzamos esta reseña destacando a "The Clansman" como el momento más emotivo y épico del repertorio de "The Legacy Of The Beast" en el histórico show de antenoche en el Movistar Arena, ese mismo pasaje en el Estadio Nacional se desbordó hasta la sangre y las lágrimas. Ayer hablábamos del sentimiento de libertad que se respiraba en nuestro país en relación a comienzos de la década del '90, ahora los hacemos en torno a la banda más grande del Heavy Metal en el mundo, más allá de cualquier gusto personal. Porque en su era dorada, y como lo mencionamos ayer, se la jugaron por la música y la creatividad a full cuando el género parecía vivir y morir en el cliché del cabello escarmenado, la balada rockera y los videos con rubias voluptuosas rotando en MTV. Para Iron Maiden, nada de eso está en sus códigos y, simplemente, se la jugaron por darle al género un sentido que ronda entre la fantasía y la pesadilla, la literatura y la historia, la guerra y el misterio de la muerte.
Qué tiene que ver todo aquello con llenar un estadio y agotar sus localidades con casi 6 meses de antelación? Solo los británicos pueden lograr aquello y transformar cada visita en un ritual de liberación con alcance ilimitado, sin recurrir al "fan service" para provocar la euforia total de sus seguidores y ofrecer un espectáculo que perfectamente se entrelaza con las portadas de sus discos, en especial las de Derek Riggs. Tan mágico y alucinante es Iron Maiden que para quienes nos iniciamos con ellos cuando niños, cada presentación es una experiencia equivalente a un viaje a través del subconsciente, donde la personalidad de Bruce Dickinson, el galope mortífero de Steve Harris y el trío de guitarras echando fuego por iguales proporciones, dibujan un paisaje donde todo es posible, una dimensión desconocida que, contra toda lógica, es capaz de hacer arder un estadio completo a su manera, sin necesidad de transarse. Cómo viene siendo de hace rato y aprovechando la merecida localía en el recinto deportivo más grande de Chile para probar qué tan genuino puede ser todo esto que supera lo meramente musical.
Previo a este nuevo encuentro con la Bestia, The Raven Age se encargó de abrir los fuegos, como viene siendo durante toda la gira que acaba de finalizar precisamente acá. Y tal como mencionamos en nuestra crónica de ayer, el factor nepotista que incide en la inclusión de la banda de George Harris puede ser tan curioso como preocupante, sobretodo al aire libre y con un público 6 veces más numeroso que el que repletó el Movistar Arena. Una postal similar a la visita anterior en el mismo escenario, aunque con una puesta en escena mucho más desarrollada.
Si bien su propuesta basada en el Metal moderno con alta inclinación melódica está bien pulida, la espontaneidad es una tarea pendiente: poca sorpresa en una banda cuya juventud debería ser un plus. Aprueba en base a cortesía pero más pendientes de incentivar al plato de fondo que de explotar su potencial.
La publicidad del videojuego "Legacy Of The Beast", la alerta con "Doctor, Doctor" de UFO interpretada como un himno de toda la vida, el discurso de Winston Churchill... Se acaba la objetividad en esas instancias y todos listos para el ataque inicial con "Aces High", abriendo de entrada como hace 10 años, pero esta vez en el Elefante Blanco de Ñuñoa y, por ende, respondiendo a la grandeza con que Maiden proyecta su figura en cada rincón sin importar qué tan lejos estés. El avión de la escenografía sobrevolando el campo de batalla y arremetiendo contra el enemigo mientras evade la línea de fuego, sensación que los ingleses logran generar en vivo sin contrastar con la energía de la versión en estudio. De igual forma "Where Eagles Dare" expande su bravura con la clase propia de un conjunto que se atreve donde otros no, mientras la batería de Nicko McBrain retumba con una maestría que no sabe de desgaste.
"2 Minutes To Midnight" irrumpe como un trallazo de Heavy Metal atemporal y valeroso, con el riff principal pillándote desprevenido y el estadio completo adueñándose de esos coros 'marca Maiden', al mismo tiempo que Steve Harris utiliza su bajo Fender Squier como un fusil, postal histórica y registrada a su nombre. De ahí, la emotividad de "The Clansman" no hace más que refrendar el poder de la música en su esencia y nos recuerda por enésima vez la orientación conceptual con que la Doncella de Hierro desnuda sus secretos más profundos. Culminando la 1era parte, el "duelo a muerte" entre Dickinson y el soldado Eddie con que "The Trooper" justifica su inclusión en el setlist cuantas veces lo quiera uno.
"2 Minutes To Midnight" irrumpe como un trallazo de Heavy Metal atemporal y valeroso, con el riff principal pillándote desprevenido y el estadio completo adueñándose de esos coros 'marca Maiden', al mismo tiempo que Steve Harris utiliza su bajo Fender Squier como un fusil, postal histórica y registrada a su nombre. De ahí, la emotividad de "The Clansman" no hace más que refrendar el poder de la música en su esencia y nos recuerda por enésima vez la orientación conceptual con que la Doncella de Hierro desnuda sus secretos más profundos. Culminando la 1era parte, el "duelo a muerte" entre Dickinson y el soldado Eddie con que "The Trooper" justifica su inclusión en el setlist cuantas veces lo quiera uno.
El misticismo ancestral de "Revelations" y el dramatismo escalofriante de "For The Greater Good Of God" inundan cada rincón del estadio en un aura que nos sumerge en el universo creativo de Iron Maiden en toda su forma. Y si bien el karaoke del público es una constante en toda la presentación, también hay espacio para apreciar el nivel con que Bruce Dickinson asume su papel de frontman avezado con dotes actorales que superan toda clasificación externa. "The Wicker Man" y "The Sign Of The Cross", en tanto, establecen un contraste de luz y sombra que se alinea con la naturaleza humana del miedo y la supertición.
Si decimos que Iron Maiden echa fuego en sus directos y es capaz de hacer arder un estadio repleto, no es una exageración, ¿o acaso no fue lo que pasó en "Flight Of Icarus"? Apoteósico hasta la médula, al igual que la infaltable "Fear OF The Dark" y la hinchada coreando cada nota como si fuera la última de la vida, mientras el Nacional se iluminaba en cada recoveco con los celulares supliendo los encendedores y antorchas de antaño. Y rematando el set, el infierno de "The Number Of The Beast" -literalmente hablando, bengalas por doquier en plena cancha- alcanzando su grado máximo en "Iron Maiden", con el Eddie gigante surgiendo desde el inframundo con quizás qué intenciones. Todo en llamas, con la pirotecnia haciendo lo suyo y la experticia técnica de cada integrante aportando al gigantezco lienzo de Metal que extiende sus dominios hasta lugares poco imaginados.
Llegando a la recta final, la descarga cerrada de "The Evil That Men Do", la tragedia existencial de "Hallowed be Thy Name" y una "Run To The Hills" rebosante de gloria y fervor religioso, como todo lo que genera Iron Maiden en estos terruños. Explosivo y sublime cierre para estas últimas dos incursiones de la Bestia en suelo chileno, ganándose el cariño de una fanaticada que no falla en estas instancias. No cabe duda de que el fenómeno que provocan los Rolling Stones en Argentina, acá Maiden lo replica a través de una música enmarcada en una etiqueta y, al mismo tiempo desmarcada de todo lo que la crítica pueda decir al respecto. A Sus Majestades de Hierro hay que rendirles la pleitesía que los merece la historia y la visión de un futuro que se hace realidad desde hace más de 20 años en nuestro país.
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Fotos: Antonia Cárdenas
Escrito por: Claudio Miranda
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