Cuando Bruce Dickinson realiza el 1er saludo y presenta "The Clansman" -con una bandera chilena y el texto "Just to be free", la alusión al inicio del eterno romance era de esperarse. La frustración tras la recordada y vergonzosa cancelación de lo que pudo ser la 1ra vez en nuestro país, allá a comienzos de la década del '90, fue compensada con una seguidilla de visitas que no hicieron más que cimentar la comunión entre los británicos y un público de todas las edades. Y en el caso de nuestro país, equivale a un triunfo de campeonato, un hito similar al del Colo Colo campeón de la Copa Libertadores en 1991, la Universidad de Chile que levantó la Sudamericana a comienzos de la década que se nos va y, porqué no, el Chile campeón de América en casa luego de casi un siglo de amarguras y eliminaciones, hito reciente y para enmarcar en oro. Da igual si eres 'futbolero' o no, porque esa alegría es la que genera Iron Maiden ad portas de cada una de sus presentaciones en suelo local: la de una final a estadio lleno, donde mojar la camiseta cuenta de la misma forma que la categoría con que las estrellas se imponen sin discusión.
Esa sensación de libertad no mengua, sino todo lo contrario. La catarsis que provoca Maiden va más allá de un estilo como el Heavy Metal, porque la transversalmente que logran estos señores se extiende hasta lo impensado. La fecha "sorpresa" agendada tras el 'sold out' en el Estadio Nacional tuvo como punto de encuentro en el Movistar Arena y bastó un par de horas para que vendiera todas sus localidades. Visita por partida doble, y en el marco de la gira promocional del videojuego "Legacy Of The Beast", el repertorio bastaba por sí sólo. Nada de peros ante el espectáculo con que la Doncella de Hierro se anota por méritos propios como un acto que trasciende en todas sus líneas, comparable sólo a Roger Waters y U2 como los artistas cuya convocatoria alcanza ribetes universales.
La apertura a cargo de The Raven Age, la banda liderada por el guitarrista George Harris- hijo del "jefe" Steve Harris-, podría definirse como una señal evidente de nepotismo que roza el descaro, pero había que aprovecharlo. Y así lo hizo el joven conjunto inglés que, en plena promoción de su reciente LP "Conspiracy", apuesta a su sonoridad arraigada en el metal de corte moderno y con énfasis en la melodía sin descuidar el peso. "Betrayal Of The Mind", "Grave Of The Fireflies", "Surrogate" y "Seventh Heaven" se defienden bien, quizás sin una calurosa recepción -razones obvias-, pero sí con harto respeto por parte de un público que no tuvo dramas en tasar esta propuesta que poco y nada se relaciona con el Metal clásico del plato de fondo. Basta con una buena dosis de personalidad y una cuota extra de solidez para mostrarte y adueñarte del escenario por poco más de media hora, como pasó en su debut en el Nacional hace tres años y en el mismo contexto.
Cerca de las 21 horas, el recinto ubicado en pleno Pqe O'Higgins registraba un lleno total, con el público entonando la melodía principal de "Transylvania" mientras los monitores mostraban la promoción del videojuego mencionado un par de párrafos más arriba. Y tras la alerta con "Doctor, Doctor" de UFO -a estas alturas, no hay excusas para mirar en menos a esta institución máxima del Hard Rock británico de los '70-, el discurso de Winston Churchill no hizo más que desatar la erupción volcánica, con la lava saltando a chorros en "Aces High". El avión gigante coronando la escenografía, un Bruce Dickinson caracterizado como piloto en plena 2da Guerra Mundial y un conjunto en pleno dominio de sus facultades como instrumentistas y generadores de espectáculo. Y así como la explosión inicial replicaba el vértigo del combate aéreo, "Where Eagles Dare" debutaba por fin con la superioridad propia de Iron Maiden: directo al ataque, acrobático sin excesos y reluciendo una agilidad sobrehumana. 40 años girando por todo el orbe y rompiéndola como sólo los grandes y los elegidos por la historia saben hacerlo.
De la intrepidez de "2 Minutes To Midnight" a la emotividad de la mencionada "The Clansman" hay un solo paso. No existe vieja y nueva escuela, acá los himnos se ganan su espacio como tales y el público se entrega por igual. El hecho de incluir material grabado originalmente con el cantante Blaze Bayley -luego de 15 años- nos recuerda lo genuino del concepto "familia" con que Maiden hace de cada presentación una liturgia de Heavy Metal con matices épicos en su concepción. Traspasando fronteras de todo tipo pero enalteciendo los valores de un género que, pese a todo y a todos, jamás transó sus principios. Cerrando la primera parte del set, "The Trooper" funciona solo, casi sin esfuerzo y con el agregado de Eddie vistiendo el uniforme del ejército británico batiéndose a duelo con un Dickinson armado a pura espada y, de pronto, volándole el cráneo a la icónica 'mascota' con un escopetazo. De otro nivel.
Si la primera parte del set estaba enfocada en la guerra, "Revelations" iniciaba la etapa de la religión. Y considerando el hecho de tocar en una Arena, en una velada más íntima respecto a lo que ocurrirá en un par de horas en el reducto deportivo más grande del país, fue inevitable acordarnos del registro en video de "Live After Death" (1985), cuando Maiden se encontraba en el peak de popularidad en USA y capitalizó su era dorada. "For The Greater Good Of God" no sólo marcaba la primera vez que "A Matter Of Life And Death" (2006) obtenía su espacio en un set con parada en Chile, sino también encajó como anillo al dedo en un repertorio con sorpresas y clásicos de toda una vida. Catarsis en toda su definición, primando la lealtad y la devoción con que la clase de los ingleses deslumbra hasta al más exigente. Por otro lado, el contundente comienzo de "The Wicker Man" corona a Adrian Smith como 'el Keith Richards del Heavy', al mismo tiempo que su condición de clásico ganada a pulso barre con todo debate que se genere antes y después. Apreciación similar para la más tenebrosa y progresiva "Sign Of The Cross", otra gema de la era-Blaze y perfecta para justificar la teatralidad con que Iron Maiden hace de su espectáculo un viaje a través del universo literario con que la música se desnuda al mundo, de manera invulnerable y transparente.
Hablábamos de sorpresas y "Flight Of Icarus" hace su aparición estelar en un escenario chileno, con el recinto literalmente en llamas.Si en el registro oficial en vivo que la banda compartió en sus redes hace unos meses nos podíamos hacer una idea de lo que se nos venía, toda palabra o calificativo resulta insuficiente para describir la apoteosis con que el single debut del seminal "Piece Of Mind" (1983) termina por echar todo abajo. Bruce Dickinson en modo lanzallamas y tomando un rol protagónico que, sin opacar a sus compañeros, nos seduce a la primera. Puño en alto ese coro que define sin rodeos algo improbable hasta hoy como tener a Iron Maiden tan cerca de nosotros y desplegando su show para los íntimos, los escogidos entre los llamados. Culminando la sección dedicada a la religión, la melodía adictiva de "Fear Of The Dark" con 15 mil personas adueñándose nuevamente de un himno que, sin proponérselo, funciona en cualquier estadio o recinto de gran capacidad. En este caso, jugar de local a tablero vuelto y con la hinchada alentando y cantando hasta el pitazo final y más allá, recuerda un fenómeno similar al de los Rolling Stones durante sus visitas a Argentina. Acá lo que manda es el Heavy Metal más que el Rock n' Roll y eso se siente de manera natural en este país que descarga su rabia a través de la música más pesada que pueda existir y por haber.
Vamos con la dupleta del infierno, iniciando con la archiconocida "The Number Of The Beast". "Woe tou you oh earth and sea...", reza la cita del Apocalipsis con que el Heavy Metal en la década del '80 le prendió fuego al inframundo mientras Mötley Crüe y Ratt lideraban los ranking de popularidad y acaparaban las portadas gracias a la difusión de sus videoclips en MTV y la imagen del spandex y el cabello escarmenado en esos tiempos. De tamaño triunfo es gran responsable el bajista y fundador Steve Harris, un fan acérrimo de Genesis y Jethro Tull cuya experticia en las bajas frecuencias -y el galope con que su firma inconfundible se sitúa a la par con otras leyendas de la talla de Geddy Lee, Mike Rutherford y el malogrado John Entwistle- denota la solidez con que Maiden cultivó su reputación fuera de los clichés propios del estilo en esa época. Y en ese mismo averno, la homónima "Iron Maiden" despunta como un pasaje perfecto para los amantes de la etapa inicial de la Bestia, con el Eddie gigante asomando su cabeza en busca de sus víctimas. "Iron Maiden te atrapará, no importa cuán lejos estés". No queda otra.
En plena recta final, "The Evil That Men Do" desfila de manera triunfal y solemne, con Adrian Smith, Dave Murray y el pirotécnico Janick Gers mostrando sus credenciales como maestros en las seis cuerdas y cultores de un sello que intercala buen gusto y puñete metalero. En el caso de este último, la influencia de Ritchie Blackmore resulta notoria y excesiva respecto a sus dos colegas de área, pero nada de aquello empaña su rol como responsable del espectáculo que nos brinda Maiden desde su ingreso en 1990, además del aporte creativo con que su figura va más allá de simples piruetas y bailes. El tipo es un crack y más allá de lo que pienses de su estilo, la hace desbordando por la punta y amagando en favor de sus compañeros. Pieza vital en un ensamblaje que juega de memoria y hace sentir su jerarquía como tiene que ser.
Cerca del final, "Hallowed Be Thy Name" aparece de manera sombría para caminar como una bestia sedienta de sangre, con el entrañable Nicko McBrain peinándose en los tarros como ha sido la tónica de la jornada. Punto aparte para Bruce Dickinson y su brillante desempeño, emulando a referentes como Peter Gabriel, Ian Anderson y Arthur Brown cuando se trata de ejercer como algo más potente que el "frontman" de una banda de Rock. Si el currículum que le valió la fama como "renacentista moderno" impresiona a primeras, sobre el escenario el ex-Samson es un tornado que arrasa con todo a su paso y, a la vez, un estudioso que lleva a la práctica lo aprendido como artista y maestro de ceremonias realizado.
El cierre con "Run To The Hills" y la titánica fuerza con que su coro acaricia el techo de la arena, sumando el remate 'explosivo' con Bruce activando un dispositivo gigante, magnánimo y apasionante hasta la sangre. 15 mil almas privilegiadas de participar en una experiencia que, al menos hasta anoche, se limitaba sólo a Europa y USA. Es cierto que Ícaro encontró la muerte cuando sus alas se derritieron por acercarse al sol más de lo permitido, pero acá ocurrió todo lo contrario. Tuvimos tan cerca a la banda más grande del Heavy Metal mundial que, de alguna forma, logramos tocar el 'Gran Astro' sin quemarnos. Y ahí radica la victoria real, la definitiva en el Hemisferio Sur por el lado del Pacífico y en esta tierra que ha sabido levantarse y dejar de lado la vergüenza de una época oscura en lo cultural. Y mientras hacemos la espera de lo que será el show en el Nacional -donde culmina la gira actual-, atesoremos el Lunes 14 de Octubre de 2019 como parte de nuestras efemérides personales, las mismas que registramos en base a pasión, tripas y amor... Amor por Iron Maiden y todo el Heavy Metal hasta la muerte. UP THE IRONS!
Fotos: Diego Pino
Escrito por: Claudio Miranda
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