La juventud es una etapa compleja. Por un lado, surge una inquietud prematura por prepararse para un mundo completamente desconocido; al mismo tiempo, a través del ensayo y error, nos damos cuenta de que la vida se vuelve cada vez más complicada. Sin embargo, a pesar de sus virtudes y defectos, también es la época en la que construimos nuestra identidad, encontrando vías de escape que nos permiten darle un giro positivo a la realidad. De este modo, encontramos un atisbo de sentido que nos permite contener esa mezcla de sentimientos en un espacio donde podemos detenernos a observar cuanto necesitemos para comprender, pero, sobre todo, para avanzar. Aun así, lo único claro de este período es que nos quedarán más preguntas que respuestas de ahí en adelante.
Es así que, en busca de una hoja de ruta, muchos decidimos refugiarnos en la música y sus diversas expresiones para salvarnos, aunque sea un poco, de la desorientación en momentos erráticos. Esto nos ayuda a evitar el desastre o incluso a superar los que ya hemos dejado en el camino. Sin darnos cuenta, caminamos por la vida construyendo un portafolio lleno de material con el que vamos confeccionando un mapa con ciertas directrices para no perder el rumbo, o, por qué no, buscar uno nuevo si es necesario. Hasta ahora, me imagino que muchos asociarán estas palabras con la banda o el disco de su preferencia en sus tiempos mozos; esos que, desde la primera escucha, se volvieron parte de su hoja de vida, su manual de instrucciones, su imprescindible, o simplemente el soundtrack que daba sentido a los acontecimientos diarios; pero los más avezados creo yo, ya hicieron el vínculo con lo que sucedió ayer en Sala Metrónomo. Y es que el sueño de muchos corazones jóvenes se hizo realidad la noche del pasado martes: el regreso de The Get Up Kids en Chile presentando en su entereza "Something to Write Home About".
La expectativa era altísima, una de las bandas más emblemáticas del emo presentaba su disco más importante, ante un público que, tras un exitoso debut hace tan solo unos años atrás, demostró ser uno de los más comprometidos con el trabajo de la banda. Y si bien las segundas veces no guardan la misma mística que la primera, era indiscutible que el motivo de la gira que trajo a los oriundos de Kansas de vuelta a nuestro país era tanto o más emocionante. 25 años después, de principio a fin, las canciones que agotaron la batería de un centenar de reproductores de música compacta en este lado del hemisferio se trasladaron de los audífonos a los altoparlantes del recinto de Ernesto Pinto Lagarrigue para ambientar un viaje en el tiempo difícil de olvidar.
Sin espectáculo de apertura más que el set del DJ Thomas Nikki, y extremadamente puntuales, la banda estadounidense subió al escenario a las 21:00 horas con un breve saludo a sus seguidores para arrancar con el chispazo de "Holiday", la canción que abre su segundo disco sirvió para prender los motores de una Sala Metrónomo repleta de adelante hacia atrás. No se hizo esperar el pogo en el centro del local, extendiéndose a medida que la efervescencia colectiva comenzaba a crecer con el pasar de los temas, que, dicho sea de paso, procedieron en el orden original del disco. La algarabía de "Action & Action", atenuada por la ternura de "Valentine", fue uno de los momentos más dinámicos de la noche, donde las letras más desgarradoras de la pluma de Matt Pryor se juntaron con la creatividad melódica de Jim Suptic para coordinar una cascada de emociones que explotó en el mar de gente que atestó la Sala.
El calor de las masas subió rápidamente en una noche particularmente fría, con el público coreando y bailando al son de cada corte de un clásico del emo como lo es "Something to Write Home About". Temas que reflejan la autenticidad del espíritu adolescente como "Red Letter Day", "I’m a Loner Dottie, A Rebel" o el clímax definitivo de la noche "I’ll Catch You", donde la multitud, en un acto de entrega total, se liberó de presiones adicionales gritando el coro con todo lo que da la garganta: "No te preocupes, yo te atraparé". Así se cerró la primera parte de un espectáculo a puro pulso, donde las emociones confundidas de un espíritu agotado en preguntas, al menos por un rato, lograron encontrar algunas directrices sobre el sentido de las cosas que suceden a su alrededor. Eso generan bandas como The Get Up Kids, eso hacen los imprescindibles.
El show continuó al ritmo de otros clásicos como "One Year Later", "Forgive and Forget" y "Stay Gold Pony Boy", en los que Pryor reconoció la creatividad del público, elogiando la iniciativa de una buena parte del pogo por iniciar un circle pit, algo que, según el vocalista, no les sucede a menudo. También tocaron algunos temas más recientes como "Satellites" de su último álbum de estudio "Problems". Con una intensidad inagotable y una emoción desbordante, la banda lanzó la infaltable "Don’t Hate Me" para sellar un regreso inolvidable, que a muchos, incluyéndome, nos sirvió como un parche al corazón o simplemente nos recordó la importancia de volver a aquellos rincones donde encontramos el sentido de las cosas. Recuperar lugares, volver a trazar el mapa y avanzar; porque esos pequeños detalles que alguna vez nos salvaron siempre pueden ser de utilidad. Bandas como The Get Up Kids nos dejan claro que a veces hay fases que nunca se terminan, y siempre vuelven.
Setlist
Holiday
Action & Action
Valentine
Red Letter Day
Out of Reach
Ten Minutes
The Company Dime
My Apology
I'm a Loner Dottie, a Rebel
Long Goodnight
Close to Home
I'll Catch You
One Year Later
Forgive and Forget
Central Standard Time
Satellite
Woodson
Stay Gold, Ponyboy
Shorty
Walking on a Wire
Don't Hate Me
Reseña por René Canales
Fotos por Mario Miranda
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