Como amante de la música progresiva, a menudo reflexiono sobre el uso del término “progresivo” no solo como adjetivo, sino como categoría. La paradoja de encasillar una creatividad desenfrenada, y por ende limitarla, siempre me ha parecido extraña. Pero no era así para Chuck Schuldiner, quien comprendía a la perfección la diferencia entre progresión y crecimiento. Mucho antes de que la élite intelectual del metal extremo monopolizara las palabras, este género ya estaba forjando sus propias espadas. Si bien Death definiría en años posteriores el death metal progresivo, fue Leprosy, de 1988, uno de los primeros discos en canalizar los instintos primarios del género. Leprosy no es en absoluto un álbum progresivo. Sin embargo, como debe ser con cualquier gran secuela, avanzó la visión musical de Schuldiner, creando un clásico instantáneo que dejó una huella permanente en la escena.
La identidad de Leprosy es una que se ha igualado pocas veces, pero nunca superado. La mayoría de sus imitadores fracasan al apegarse demasiado a la leyenda del álbum y lo que este ha llegado a representar: un anacronismo del death metal, desafiante pero uniforme. Sin embargo, en su tiempo, Leprosy se creó bajo el principio de “más”: más violencia, más vitriolo, más virtuosismo. Con el debut Scream Bloody Gore, Schuldiner ofreció una primera dosis brutal, pero no suficiente para saciar su apetito creativo. Por ello, Leprosy tomó ese plano inicial y lo reforzó con una musicalidad más sofisticada, que Schuldiner seguiría desarrollando a lo largo de su carrera, lamentablemente truncada.
El álbum ganó gran claridad al ser grabado en el legendario estudio Morrisound y con una alineación que, salvo por Chuck, más tarde conformaría el núcleo de Massacre en From Beyond. La diferencia en calidad es evidente desde el primer momento. Aunque Scream Bloody Gore ya era un disco adelantado a su época, Leprosy sube la apuesta en todos los sentidos. El tema de apertura, que da título al disco, ofrece un festival infernal de riffs a medio tiempo, contrarrestado de golpe por la rabia desenfrenada de “Forgotten Past” y “Left to Die”. Más allá de la agresión, la creciente destreza compositiva se hace notar de manera insistente. El ritmo del álbum refleja una amenaza mercurial, jugando con los tempos de forma macabra. Aunque las letras todavía presentan tropos juveniles del terror slasher, ya se percibe la consciencia social de Schuldiner, particularmente en “Pull the Plug”, que aborda el suicidio asistido con uno de los riffs más icónicos del metal extremo. Cada giro deliberado de la cuchilla en Leprosy fija estándares compositivos que el death metal sigue venerando.
Aunque Death siempre fue un proyecto liderado por una visión particular, en los primeros años Schuldiner promovió un enfoque más democrático. El guitarrista Rick Rozz aportó su estilo caótico y desenfrenado, que, combinado con la técnica cada vez más refinada de Chuck, otorga al álbum gran parte de su energía frenética. Esto encontró un eclipse en “Open Casket”, una de las mejores canciones de death metal jamás escritas. La batería de Bill Andrews, a menudo subestimada, brilla especialmente en el puente apocalíptico del tema, con fills tensos y una propulsión rabiosa que refuerzan la naturaleza salvaje del álbum.
Treinta años después, puede resultar difícil para algunos experimentar Leprosy como algo nuevo y comprender su contexto original. Pero pocos álbumes envejecen con tal grandeza que su legado moldea todo un género. Aunque el estilo de Schuldiner se volvió más progresivo con el tiempo, siempre bebió de fuentes tradicionales, algo que se manifestaría más claramente en Control Denied. Mucho antes de eso, Death castigaba tanto a sus pares como a sus oyentes con una amalgama de habilidad y fiereza que el género ha magnificado pero, tal vez, nunca mejorado.
El poeta Arthur Rimbaud dijo una vez que “la eternidad es el sol mezclado con el mar”. Yo sugeriría que la inmortalidad es un logro musical que trasciende la intención de su creador, convirtiéndose en algo más grande en el proceso. Leprosy, al igual que el death metal, no solo resiste el paso del tiempo, sino que lo abraza, pudriéndose y renovándose a partes iguales, como la enfermedad de la que toma su nombre. Al fin y al cabo, como el sabio Chuck dijo en un proyecto paralelo: “el frágil arte de la existencia se mantiene vivo por pura persistencia...”.
Te recordamos que en enero llega a nuestro país Left to Die, la superbanda formada por los ex miembros de Death Rick Rozz y Terry Butler, junto a Matt Harvey (Exumed, Gruesome) y Gus Rios (Gruesome), quienes aterrizan en nuestro país en el marco de su gira latinoamericana presentando lo esencial de Scream Bloody Gore y Leprosy. La cita tiene fecha para el 18 de enero en Teatro Cariola, y las entradas se encuentran disponibles a través de Ticketplus, para que no te quedes fuera de esta celebración del legado de dos de los discos más importantes de la músia extrema.
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