La noche del pasado viernes en el Teatro Teletón, el debut de Thy Art is Murder fue un fiel reflejo de como la música extrema, más allá de las etiquetas, es un espacio de catarsis y reinvención permanente. Entre la crudeza, la teatralidad y los desafíos que sugiere enfrentar un escenario exigente, la jornada dejó lecciones sobre la resistencia, la profesionalización y la capacidad de superar expectativas.
Pero más allá de lo técnico, lo que brilló fue la habilidad de la música para trascender las fronteras que solemos imponer sobre el género, uniendo generaciones, estilos y públicos bajo un mismo techo en una experiencia tanto sonora revitalizante. En este sentido, el show de los australianos dejó la tarea -al menos para quien les escribe- de volver a visitar el núcleo mismo de la música extrema y redimensionar las expectativas que tenemos sobre la misma.
Puntuales, como estaba anunciado, Before Breathing subió al escenario a las 20:00 hrs para abrir la jornada. Pese a un pequeño retraso por problemas técnicos que no alcanzaron a distinguirse desde el público, los nacionales se enfrentaron a la difícil tarea de prender el ambiente frente a un público aún disperso. La posición de una banda soporte, en muchos sentidos, es una de las más complejas en un espectáculo masivo: no solo cargan con la impaciencia de los asistentes que esperan al plato fuerte, sino que también deben luchar contra el reto de convocar y mover a parte de esa audiencia que, en su mayoría, no los conoce.
De esta forma, el Teatro Teletón, aún a medio llenar, se convirtió en un lienzo complicado para los primeros rugidos. Con una propuesta que evoca a los sonidos pesados de esos incipientes años 2000 —clara está la influencia de grupos como As Blood Runs Black y Job for a Cowboy—, la banda optó por un set breve pero intenso. Riffs intensos y breakdowns breves conformaron una atmósfera sonora que, si bien no logró encender a la mayoría de los asistentes, resonó con un pequeño núcleo de fanáticos cerca de la barricada. Este grupo reducido, compuesto por quienes llegaron temprano, respondió al llamado del vocalista al final del espectáculo, creando un mosh pit que se adaptó al espacio limitado del Teatro Teletón. Cabe recordar que la "cancha"del recinto se compone de tres largos escalones que dificultan la fluidez de los “ritos” habituales, un aspecto criticable para la producción de espectaculos de esta naturaleza.
La ausencia de un bajista en la banda, suplida por guitarras de cuerdas gruesas afinadas en tonos bajos, fue otro detalle interesante en su propuesta. Aunque inusual, esta elección dejó claro que Before Breathing apuesta por explorar enfoques creativos dentro de los límites estilísticos del género. Pese a los desafíos propios de abrir una jornada de este tipo y las circunstancias específicas del encuentro, la banda logró plantarse en el escenario con jerarquía y calidad, dejando la sensación de que su breve intervención fue mucho más que una simple apertura.
El segundo acto de la noche estuvo a cargo de Loud, quienes asumieron el desafío de mantener la energía contenida del Teatro Teletón. Su propuesta, menos pesada pero no menos intensa, se movió dentro de los márgenes de la jornada, con un enfoque que prioriza tanto la musicalidad como la producción escénica, desde el momento en que subieron al escenario, quedó claro que no buscaban simplemente calentar motores, sino entregar un espectáculo que reflejara un alto nivel de profesionalismo.
Loud destacó por la ejecución en su propuesta. Desde las gráficas proyectadas en el fondo hasta los movimientos sincronizados de los músicos sobre el escenario, cada detalle parecía cuidadosamente depurado. La disposición de la banda en la tarima, su comodidad al desplazarse de un lado a otro y la conexión entre los miembros, denotaron una preparación que va más allá de lo técnico, mostrando un entendimiento profundo de lo que significa enfrentarse a un público masivo.
Sin embargo, la recepción del público fue nuevamente distante. Si bien no hubo una conexión emocional evidente entre la banda y la mayoría de los asistentes, esta actitud no logró opacar la energía que Loud trajo consigo. Más allá de encender los ánimos, el objetivo de su espectáculo parecía ser brindar una presentación de calidad que hablara por sí sola. Al final de su set, una ovación cerrada dejó claro que el público valoró su esfuerzo y profesionalismo, independientemente de la respuesta emocional inmediata. Así, Loud demostró que el éxito de un show soporte no debe medirse únicamente por la intensidad de la reacción del público. En cambio, su actuación planteó la idea de que estas instancias son pruebas de fuego para evaluar la capacidad de una banda de proyectarse hacia escenarios mayores.
A las 21:30 hrs, con el Teatro Teletón ya bastante lleno, llegó el momento más esperado de la noche: Thy Art is Murder subió al escenario entre la bruma, desatando alterando el panorama desde el primer acorde. Bastaron los compases iniciales de "Destroyer of Dreams" para que los mosh pits se tomaran el reducido espacio disponible, mientras las primeras filas se convertían en un hervidero de fanáticos entregados a la intensidad de los riffs de Sean Delander y Andy Marsh.
Las dudas iniciales sobre la ausencia de integrantes clásicos, como Lee Stanton y CJ McMahon, quedaron rápidamente disipadas frente a la imponente presencia de Tyler Miller. Su talento vocal, capaz de sostener guturales sin esfuerzo aparente, y su interacción constante con el público hicieron que los escépticos quedaran en silencio. Miller no solo demostró estar a la altura, sino que reclamó su lugar con autoridad, dejando claro que, en esta nueva etapa de la banda, él marca la pauta.
Con una ejecución pulcra, el quinteto de Sidney levantó una auténtica carnicería en las primeras filas, donde la barricada era el muro donde los fanáticos más devotos que alzaban los brazos frenéticamente en señal de reverencia a los titanes, y la masa contigua luchaba por su integridad física en un mosh pit de lo más parecido a una batalla campal en la era de Troya. Mientras los cuerpos chocaban en la pista, había quienes observaban el espectáculo escénico, musical y corporal en una suerte de ágora: desde atrás, en altura, con menos efusividad, aunque con la misma pasión. Al levantar la cabeza uno podía ver al centenar de personas moviendo la cabeza en una secuencia mimética, sincronizada, al ritmo de cada breakdown.
El setlist fue una obra de curaduría, combinando temas de su nueva etapa con clásicos como Holy Wars, Purest Strain of Hate y Puppet Master. Cada canción fue recibida como un himno de guerra, unificando a una audiencia diversa que iba desde los puristas del death metal hasta los seguidores del deathcore moderno y el metal progresivo. Y es que la capacidad de Thy Art is Murder para conectar con distintas generaciones y estilos quedó ampliamente demostrada en la energía colectiva que inundó el local de la calle Rosas.
Esto no es más que otra muestra de cómo el límite entre estilos no es más que una barrera imaginaria con la que los seguidores de la música pesada se atrincheran bajo una ceguera voluntaria, negándole la oportunidad a una camada de nuevos talentos que crecieron con las mismas influencias que abrazamos con fuerza, pero que decidieron darle un giro su creación para ganarse un espacio con nuevas tradiciones. Y la reacción del público en el Teatro Teletón te lo dice todo: el mapa que inventamos no es, nunca fue y nunca será el territorio. La música está más allá de esos clichés.
Lo que es claro, a pesar de los contratiempos que amenazaron la jornada en el tiempo reciente (la ausencia de Whitechapel en el evento fue ampliamente comentada) la noche se mantuvo firme en su curso, donde el público pudo disfrutar de una excelente jornada de cuerdas gruesas y bombos acelerados. Y es que Thy Art is Murder ofreció un espectáculo que trascendió las expectativas, cuestionando los límites estilísticos que suelen dividir a los fanáticos. Bajo un mismo techo, seguidores de nichos distintos se unieron en un rito compartido, evidenciando la artificialidad de las barreras entre estilos.
En poco más de una hora, Thy Art is Murder no solo entregó un espectáculo técnicamente impecable, sino que también invitó a una cuestionar -al menos a quien les escribe- los límites de las barreras y los prejuicios que sentamos al momento de escuchar música pesada. La capacidad para innovar sin perder de vista los matices, demuestran que el deathcore puede ser tanto una evolución como una continuación de diferentes tradiciones.
La apoteosis de Thy Art is Murder transformó la noche en el Teatro Teletón en un viaje que dejó tantas preguntas como respuestas. En última instancia, lo que quedó fue una auténtica celebración de la creatividad y catarsis colectiva, demostrando que cualquier adorno que se pueda colgar del un estilo de preferencia, no es capaz de superar lo que es naturalmente notable: la buena cepa va por dentro.
Setlist
1. Destroyer of Dreams
2. Blood Throne
3. Death Squad Anthem
4. Make America Hate Again
5. Slaves Beyond Death
6. Join Me in Armageddon
7. Holy War
8. The Purest Strain of Hate
9. Godlike
10. Keres
11. Everything Unwanted
12. Reign of Darkness
13. Puppet Master
Reseña por René Canales
Fotos por Ramiro Jorquera
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