Y si hay una banda que ha entendido esto desde sus orígenes, que ha moldeado la brutalidad no como adorno, sino como oficio, es Suffocation.
El pasado 5 de abril, los neoyorquinos aterrizaron nuevamente en Santiago para demostrar que, aunque los tiempos cambien, los fundamentos del death metal brutal siguen igual de sólidos cuando son ejecutados por verdaderos maestros. La cita fue en Sala Metrónomo, un recinto que —pese a no estar diseñado para esta clase de rituales sónicos— se transformó en una cámara de tortura sonora durante una hora exacta. Una hora donde la banda liderada por Terrance Hobbs (único miembro fundador activo) ofreció una verdadera cátedra de cómo sonar brutal, sin sacrificar precisión ni energía.
La jornada comenzó puntualmente con Sikario, banda nacional que viene ganando presencia en la escena extrema con una propuesta que mezcla brutalidad con técnica y una marcada identidad propia. Con un set sólido y sin baches, aprovecharon cada minuto de escenario para entregar una descarga de death metal con toques modernos, sin perder de vista la vieja escuela. Destacó el fiato entre los músicos, una puesta en escena agresiva pero clara, y un sonido bastante bien ecualizado para ser apertura. La respuesta del público fue inmediata: puños en alto, cabeceo sostenido y los primeros intentos de mosh que anunciaban que el ambiente se estaba calentando como debía.
Luego fue el turno de Gangrena, directamente desde Chillán, quienes llegaron con una propuesta más cruda, cercana al deathgrind, con menos adornos técnicos y una actitud frontal. El setlist repasó su material más clásico, sin mucha experimentación, pero con la brutalidad intacta. Lamentablemente, problemas de sonido opacaron parte de la presentación, con acoples intermitentes y un bajo que se perdía en la mezcla. Aun así, la banda no bajó los brazos y cerró su set dejando al público encendido, con la energía lista para el plato principal.
A las 21:00 horas en punto, sin aviso ni intro grabada, Suffocation salió al escenario como si acabaran de recibir una orden de ataque. Tomaron sus posiciones con rapidez y, tras un saludo apenas perceptible, la banda lanzó los primeros acordes de “Thrones of Blood”. Como si una compuerta se abriera, la sala fue tomada por una avalancha sónica. La respuesta del público fue inmediata: un mosh pit se abrió en segundos en el centro del recinto, mientras los asistentes más cercanos al escenario quedaban atrapados en una pared de sonido impenetrable.
Le siguió “Seraphim Enslavement”, tema del nuevo álbum Hymns from the Apocrypha (2023), dejando claro desde el arranque que esta no sería una velada nostálgica, sino una mezcla balanceada entre lo nuevo y los clásicos fundacionales. Lo que también quedó claro rápidamente fue que, aunque Frank Mullen ya no esté al frente del micrófono, su legado no está abandonado. Ricky Myers, conocido también por su trabajo como baterista de Disgorge, asumió las voces con autoridad monstruosa, alcanzando registros profundos, densos y sostenidos, que hicieron olvidar cualquier duda. Su presencia en el escenario es distinta a la de Mullen, más concentrada, menos gestual, pero con una potencia que se sintió como un golpe directo al pecho.
La base rítmica fue uno de los elementos más destacados de la noche. Eric Morotti, en batería, demostró por qué es considerado uno de los bateristas más precisos del circuito extremo actual. Cada golpe de bombo triggerado fue como un disparo automático, marcando una cadencia infernal que servía de columna vertebral a cada tema. Los fills y cambios de tempo eran tan perfectos que parecía casi inhumano seguir el ritmo, pero ahí estaban los asistentes, girando y golpeando con una sincronía primitiva.
Derek Boyer, por su parte, fue simplemente una fuerza de la naturaleza. Su bajo sonó con un peso que podía sentirse físicamente en el pecho. En varias ocasiones lo apoyó sobre el suelo y lo tocó como si se tratara de un contrabajo profano, invocando vibraciones más propias de un terremoto que de un instrumento musical. Su gestualidad exagerada, combinada con una ejecución impecable, se robó varias miradas a lo largo del show.
Y en las guitarras, Terrance Hobbs y Charlie Errigo llevaron a cabo una verdadera carnicería armónica. Los trémolos afilados, los armónicos chillones, los riffs sincopados: todo sonaba como cuchillas rotando a máxima velocidad. Hobbs, siempre sereno pero letal, tocaba con una naturalidad escalofriante, como si las canciones simplemente salieran de su cuerpo sin esfuerzo. Errigo, en cambio, aportaba con más agresividad escénica, completando el tándem con técnica y carisma.
El set incluyó temas recientes como “Perpetual Deception” y “Dim Veil of Obscurity”, que mostraron cómo la banda ha sabido evolucionar sin perder su esencia. Pero fueron los clásicos los que terminaron por desatar el caos absoluto. “Pierced from Within”, “Catatonia” y el himno final “Infecting the Crypts” provocaron pogos de alto calibre, con cuerpos volando, gritos descontrolados y un público completamente rendido.
A pesar del volumen brutal, el sonido general se mantuvo claro, y los agradecimientos de Ricky Myers entre temas fueron breves pero sentidos, reconociendo el fervor del público chileno y prometiendo volver pronto.
Al salir de Sala Metrónomo, muchos lo hicieron con los oídos zumbando, el cuello adolorido y una sonrisa marcada por el agotamiento físico. Porque esto no fue solo un concierto: fue una experiencia de inmersión total en la brutalidad hecha música.
Suffocation no necesita excusas ni adornos. No viene a innovar por obligación ni a entretener como quien busca aprobación. Lo suyo es más antiguo, más serio: es oficio. Y como todo buen oficio, cuando se domina, se convierte en arte.
Setlist
Thrones of Blood
Seraphim Enslavement
Effigy of the Forgotten
Dim Veil of Obscurity
Descendants
Pierced From Within
Funeral Inception
Catatonia
Clarity Through Deprivation
Perpetual Deception
Liege of Inveracity
Infecting the Crypts
Reseña por René Canales
Fotos Spider Prod
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