El pasado 13 de noviembre, la Sala RBX de Santiago fue escenario de una experiencia que trascendió el formato tradicional de concierto. Más que un espectáculo, el regreso de Harakiri for the Sky a Chile se sintió como un ejercicio de catarsis colectiva, una purga emocional articulada a través del caos sonoro, la melancolía y la violencia contenida que caracterizan al post black metal del dúo austríaco.
A lo largo de poco más de una hora, Michael “MS” Wahntraum y J.J. Wailid, acompañados por una banda de apoyo sólida, entregaron un show sobrio pero intensamente emocional, centrado en la expresividad instrumental y el despliegue vocal desgarrador. Sin grandes artificios visuales, Harakiri for the Sky reafirmó su principio estético fundamental: el dolor no necesita adornos. Lo suyo es la exposición directa de la herida, y ese minimalismo escénico amplificó el peso emocional de su música.
A diferencia de otras propuestas dentro del black metal contemporáneo, Harakiri for the Sky no apuesta por el hermetismo ni la frialdad. Su música canaliza un dolor humano, reconocible y moderno, más cercano a la introspección que al nihilismo. Es la desesperanza del individuo contemporáneo —alienado, solitario, fragmentado— transformada en una arquitectura sonora monumental.
La selección de temas equilibró cortes recientes con clásicos de su discografía, transitando desde pasajes melódicos y casi contemplativos hasta momentos de auténtica devastación emocional. Si bien el set careció de grandes sorpresas, el recorrido narrativo fue coherente, sosteniendo un pulso emocional ascendente que mantuvo al público en un estado de trance lúgubre.
Quizás lo más interesante del show fue esa ambigüedad emocional: la banda oscila entre la depresión y la afirmación vital, entre la autodestrucción y el impulso por seguir adelante. En medio de la oscuridad, hay algo paradójicamente luminoso. Esa tensión define su estética y explica el magnetismo que generan: en su universo sonoro, la tristeza no es un punto final, sino una forma de resistencia.
El público respondió con respeto y fervor, sin desbordes, pero con una entrega palpable. Hubo una comunión silenciosa, casi ritual, donde cada grito y cada acorde parecían tocar una fibra compartida. En tiempos de crisis, saturación y apatía, la música de Harakiri for the Sky funciona como un espejo incómodo: confronta al oyente con su propio vacío, pero le ofrece una salida estética, una posibilidad de transmutación.
Escénicamente, el grupo mantuvo una postura austera, casi estática, lo que puede resultar distante para quienes buscan teatralidad o interacción. Sin embargo, esa contención encaja perfectamente con la propuesta del dúo: el protagonismo está en la música y no en la pose. El show no fue memorable por su espectacularidad, sino por su honestidad emocional y coherencia estética.
En términos técnicos, la presentación fue sólida, aunque por momentos el balance de sonido sacrificó la claridad de las líneas melódicas en favor del peso rítmico. Aun así, la banda logró construir una atmósfera densa y absorbente, en la que los matices se percibían más en el cuerpo que en el oído.
El clímax llegó con el último tema, cuando Wailid, completamente entregado, se lanzó en un crowdsurf espontáneo que rompió la barrera simbólica entre escenario y público. Sostenido por decenas de brazos, el vocalista gritó las últimas líneas mientras se perdía entre la multitud, cerrando el concierto desde abajo, entre quienes habían sido testigos de la catarsis. Fue un gesto tan inesperado como coherente con la esencia de Harakiri for the Sky: una entrega absoluta, sin artificios ni distancias, donde el dolor compartido se transformó por un instante en euforia. El público respondió con vítores y aplausos largos, prolongando la despedida como si se resistiera a dejar que el silencio retomara su lugar.
Cuando el último tema se desvaneció y las luces volvieron, la sensación dominante fue de agotamiento emocional. Harakiri for the Sky no ofrece consuelo, pero sí una forma de comprensión. Su propuesta —a medio camino entre el black metal, el post rock y el shoegaze— sigue siendo una de las más interesantes dentro del metal europeo contemporáneo precisamente porque logra convertir el sufrimiento en belleza, sin estetizarlo ni diluirlo.
El paso del dúo por Chile dejó claro que su fuerza no depende del tamaño del escenario ni del número de asistentes. Lo esencial está en el vínculo que establecen con quienes escuchan: un acto de honestidad brutal, donde el ruido se convierte en lenguaje y la oscuridad, en una forma de comunión.
Setlist
Heal Me
Fire, Walk With Me
With Autumn I'll Surrender
Funeral Dreams
You Are the Scars
Without You I'm Just a Sad Song
Sing for the Damage We've Done
Homecoming: Denied!
Keep Me Longing
Reseña por René Canales
Fotos por Ariel Lobos




